La libertad definitiva
Noviembre es un mes dedicado en la Iglesia a recordar a los difuntos, así como a tener presente que la vida eterna es nuestro destino definitivo, destino del que disfrutan ya los mártires del siglo XX de nuestro país, cuya Memoria litúrgica celebra la Iglesia en España el próximo miércoles, 6 de noviembre
«Noviembre fue el mes trágico por excelencia», escribió monseñor Antonio Montero en su imprescindible Historia de la persecución religiosa en España. Si los planes para la eliminación sistemática de la Iglesia ya se habían desplegado en los primeros meses –y aun antes– de la Guerra Civil, noviembre de 1936 fue un mes funesto para muchos sacerdotes, religiosos y laicos.
Ante el acoso de las tropas nacionales sobre Madrid, el Gobierno de la República decidió huir a Valencia el 6 de noviembre, a las 22 horas. La muerte se cierne entonces sobre los miles de presos hacinados en las cárceles madrileñas: la Modelo, San Antón, Porlier, Ventas…, así como en las decenas de chekas que hay esparcidas por la ciudad. Todos aquellos presos eran considerados por el bando republicano como una amenaza, la quinta columna sospechosa de sublevarse, pero entre ellos había numerosos sacerdotes, religiosos y laicos que no estaban metidos en política ni pertenecían a ningún bando, y que habían sido detenidos únicamente por su fe y por sus convicciones religiosas.
La Junta de Defensa de la capital tenía a su cargo cerca de 20.000 presos, y no sabía qué hacer con ellos ante la cercanía del frente. Se decidió entonces que, en 48 horas, se sacase de las prisiones a 5.000 de ellos, con orden de fusilarlos sin juicio alguno. Falsamente, la Junta de Defensa publicó en la prensa madrileña, el 14 de noviembre, que los presos estaban siendo bien tratados y sometidos a un enjuiciamiento plenamente legal.
El agustino padre Vicuña, que sobrevivió a aquellas sacas en la Modelo, contó cómo se desarrollaban: «Se abren las puertas de las celdas y se escucha una lista interminable de conducciones. Parten todos hacia el centro de la cárcel, como un rebaño conducido al matadero. Se nos cierra de nuevo; ¿a dónde se los llevan? Es la pregunta inquietante en todas las celdas. Un asesinato parece increíble…».
Increíble, pero cierto. Se suceden los simulacros de juicio, donde la sentencia Libertad definitiva indica un fusilamiento seguro. Pero a la muerte no se va de cualquier manera; un Hermano de San Juan de Dios, enfermero de los oficiales a cargo de la cárcel de San Antón, reveló que, en una de las galerías de la prisión, se topó con tres hileras de presos, con las manos atadas, y entre ellos a su Superior, que le dijo: «Nos van a fusilar a todos. Dígaselo al resto de los Hermanos que quedan, para que se preparen bien».
Una fortaleza sobrenatural recorre esos días los pasillos de la cárcel: oración, confesiones… Sobre otra de las sacas, uno de los carceleros recuerda: «…les ataron las manos atrás, con mucha crueldad. Uno de los presos, creo que sería religioso, hizo notar a los demás que en aquel momento daban el primer paso hacia el Calvario, lo mismo que hicieron con Jesucristo». Y otro dijo: «Adiós, que el cielo me espera y no hay tiempo que perder». Los sacerdotes incluidos en cada traslado repartían la absolución a todos con las manos atadas a la espalda…
Para los traslados, se utilizaron veinte autobuses de la Compañía Municipal de Tranvías, en los que los presos iban embutidos a presión hasta su destino. Allí les esperan varias fosas de ocho metros de altura, de más de un centenar de metros de longitud. Al bajar de los vehículos, vuelven de nuevo las palabras de consuelo y de esperanza, e incluso la absolución sacramental: por ejemplo, se sabe con certeza que, el 28 de noviembre, un sacerdote pidió permiso, que le fue concedido, para abrazar a sus compañeros de martirio, hacer sobre ellos la señal de la cruz y darles la absolución.
A todos nuestros mártires que dieron la vida en aquellos años sólo por creer en Dios, recuerda la Iglesia en España cada 6 de noviembre, fecha que la Conferencia Episcopal ha elegido para celebrar su Memoria litúrgica obligatoria, por ser un día cercano a la solemnidad de Todos los Santos. Ese día, la liturgia pide al Señor que nuestros mártires «nos den la fortaleza necesaria para confesar con firmeza tu verdad». En este Año de la fe, su intercesión es especialmente necesaria.