La incertidumbre que llegó al cielo
¿Cómo responder al poderío tecnológico chino? ¿Está Occidente moralmente autorizado para criticarlo?
Elevar la vista al cielo, preguntarse por esas luces que parecen nacidas en un mundo totalmente diferente, e intentar que orienten nuestros pasos sobre este suelo, mucho más prosaico, es una de las constantes en la historia del hombre. Los increíbles avances de la exploración espacial, que hace unos días han hecho posible tomar fotos de Ultima Thule, un cuerpo rocoso situado a 6.400 millones de kilómetros de la Tierra, ejercen sobre nosotros una fascinación ante la que es difícil resistirse.
Pero del espacio también nos llegan sombras y señales de alarma. Ocurrió ya en la segunda mitad del siglo XX: nuestro planeta no era suficiente escenario para la rivalidad entre estadounidenses y soviéticos, y la Guerra Fría se extendió fuera de la atmósfera terrestre. Ahora, con el inédito alunizaje chino en la cara oculta del satélite de la sonda Chang’e 4, la historia amenaza con repetirse.
El logro conseguido por Pekín proyecta al espacio, una vez más, uno de los desafíos geopolíticos y económicos que marcará las próximas décadas: el que protagoniza una China cada vez más próxima a alcanzar el estatus de superpotencia mundial. Saltan algunas señales de alarma: ¿cómo responder al creciente poderío científico y tecnológico de una nación donde las libertades y derechos individuales no son una cortapisa para el Estado, que tampoco se detiene ante consideraciones éticas como las que han acompañado y modulado el progreso en Occidente? Claro que, ¿está moralmente autorizado ese Occidente a lanzar ahora ese tipo de reproches, o se trata de un ejercicio de cinismo de proporciones galácticas?
Cuando hace 2.000 años unos Magos siguieron a una estrella hasta Belén, no fueron los únicos en verla; solo los únicos en ponerse en camino. Ahora, como entonces, el cielo físico solo refleja lo que hay en el corazón del hombre.