La Iglesia trabaja para llevar agua donde todavía es un lujo
Según señala en una entrevista con Alfa y Omega Bruno-Marie Duffé, lo primero es trazar «un mapa de las necesidades urgentes en agua y saneamiento» en el mundo. «Es apremiante reunir a todas las organizaciones presentes en un país, tanto públicas como privadas, también las que gestiona la Iglesia, y decidir, sin más dilación, la realización –en una colaboración que incluya a las comunidades locales y a toda la sociedad civil– de las obras hídricas más urgentes, así como el envío o la fabricación de los materiales e instrumentos más necesarios para enfrentar al COVID-19»
El Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, presidido por el cardenal Peter Turkson, está trabajando en una estrategia para dotar de agua a las estructuras sanitarias que la Iglesia gestiona en países pobres y en vías de desarrollo para hacer frente a la pandemia de coronavirus.
El texto Aqua fons vitae distingue tres aspectos o dimensiones relativas al agua: el agua para uso humano; el agua como recurso utilizado en muchas actividades humanas, en concreto en la agricultura y la industria, y el agua como superficie, o sea, los ríos, las faldas acuíferas subterráneas, los lagos y, sobre todo, los mares y los océanos. Se publicó en inglés una semana después de que se celebrase la Jornada Mundial del Agua 2020 y pronto estará disponible también en castellano.
Según señala en una entrevista con Alfa y Omega, el secretario del dicasterio, Bruno-Marie Duffé, lo primero es trazar «un mapa de las necesidades urgentes en agua y saneamiento» en el mundo. «Es apremiante reunir a todas las organizaciones presentes en un país, tanto públicas como privadas, también las que gestiona la Iglesia, y decidir, sin más dilación, la realización —en una colaboración que incluya a las comunidades locales y a toda la sociedad civil— de las obras hídricas más urgentes, así como el envío o la fabricación de los materiales e instrumentos más necesarios para enfrentar al COVID-19», manifiesta.
Por su parte, Tebaldo Vinciguerra, uno de los funcionarios del dicasterio que ha trabajado en el documento, evidencia que hoy tenemos todos los conocimientos para purificar agua y hacerla apta para el consumo humano «incluso bajo condiciones difíciles». A este respecto lamenta que «algunos gobernantes no han considerado una prioridad el abastecimiento de su población«. «El hecho de que algunos consuman y gasten diariamente muchísima agua, mucho más de lo que necesitan, es un problema de educación», agrega.
Aqua fons vitae es el nuevo documento publicado por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral dedicado al agua. ¿A quién está dirigido y cuál es su objetivo?
Bruno-Marie Duffé: El agua es una preocupación común a todos. No se vive sin agua. Es el principio de la vida, de toda vida y de la vida colectiva también. Nuestro documento concibe al agua como «derecho humano fundamental». Es uno de los derechos humanos más importantes: tener acceso al agua y poder usarla para vivir (beber, higiene, limpiar, agricultura para sobrevivir). El objetivo es la concienciación y un compromiso coherente con la fe respecto al agua. Un manejo del agua sabio y solidario contribuye a la persecución del bien común de la familia humana.
Tebaldo Vinciguerra: Aqua fons vitae está dirigido principalmente a los miembros y organismos de la Iglesia a nivel nacional y local —comisiones episcopales, Justicia y Paz, Cáritas, congregaciones, diócesis, asociaciones de laicos, y también escuelas, universidades y centros de salud— que están directamente en contacto con los actores de la vida social, económica y política, además de con los medios de comunicación. El documento ha sido también inspirado por las experiencias de la Iglesia a nivel nacional y local: subrayo que es mucho lo que se está haciendo; es un trabajo alentador.
Según un informe de la Organización Mundial de la Salud y UNICEF, publicado el año pasado, el 40 % de la población mundial, es decir, 3.000 millones de personas, no tienen instalaciones para lavarse las manos en casa. En los países en vías de desarrollo, esta realidad afecta al 75 % de la población. ¿Ha convertido la infección por el COVID-19 esta deficiencia en una emergencia?
B. M. D.: Seguramente el acceso al agua ya estaba en el centro de las preocupaciones de todos los que están atentos a los contextos de pobreza y a los desafíos del desarrollo humano integral. Muchos informes y expertos subrayaron la importancia del acceso al agua, cuando todavía la situación no era satisfactoria. El COVID-19 nos recuerda este problema, amplificándolo. El agua, siendo una condición primera para el cuidado y para la prevención, es cada día más un asunto de vida o de muerte. Si no se pueden limpiar las manos y beber agua potable, el riesgo de la contaminación aumenta. Lo más terrible es que tenemos todos los conocimientos y las herramientas para obtener agua potable y proporcionar saneamiento. Pero los países ricos prefieren vender armas antes que ayudar al desarrollo de las obras hídricas en las zonas necesitadas.
T. V.: Claro. En varias regiones del mundo las poblaciones no pueden enfrentar una amenaza como el COVID-19, y esto vale incluso para muchos centros de salud. Quizás algunos líderes de países ricos se habían acostumbrado a mirar este tipo de pandemia solo desde lejos, mientras ocurría en países pobres, lejanos. Ahora han sido golpeados países ricos, y quizás haga parecer posible lo que nunca ha dejado de ser necesario: aquellos esfuerzos para un desarrollo real, justo, inclusivo y sustentable en todo el mundo. Esperemos que estos esfuerzos sigan con más energía, voluntad, seriedad y responsabilidad.
¿Cómo se debe afrontar esta urgencia en el corto plazo? ¿Qué propuestas operativas concretas hace el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral para hacer frente a este problema?
B. M. D.: Hay cuatro propuestas concretas que se pueden poner en marcha sin demora. Las medidas a corto plazo son logísticas. A partir de un mapa de las necesidades urgentes en agua y saneamiento, es apremiante reunir a todas las organizaciones presentes en un país, tanto públicas como privadas, también las que gestiona la Iglesia, y decidir sin más dilación la realización (en una colaboración que incluya a las comunidades locales y a toda la sociedad civil) de las obras hídricas más urgentes, así como el envío o la fabricación de los materiales e instrumentos más necesarios para enfrentar al COVID-19. Los centros de salud son objetivos prioritarios. En segundo lugar, es necesario organizar capacitaciones para asegurar el buen empleo y el mantenimiento de las infraestructuras, pensando también en el financiamiento del mantenimiento. Trabajemos en subsidiaridad: que cada país, cada comunicad local, sea lo más autónomos posibles. Por lo tanto, es importante capacitar a los equipos locales. Sabemos que el agua puede también ser un objeto de conflictos o robos; entonces, en algunos contextos las infraestructuras necesitan protección. En tercer lugar, hay que desarrollar programas de concienciación y educación práctica para niños, adolescentes, mujeres y hombres. Hay que explicar el papel central del uso del agua, para promover comportamientos responsables, enfatizando el rol cultural del agua. No olvidemos la advertencia de la encíclica Laudato si: «Todavía no tenemos la cultura necesaria para enfrentar la crisis que amenaza a la casa común. Entonces debemos investir en educación, en cultura, en las motivaciones genuinas que vienen de la espiritualidad, sin limitarnos al corto plazo». Por último, hay que fortalecer una buena gestión del agua. Este maravilloso recurso necesita administradores eficaces y honestos. El agua puede siempre ser una oportunidad para el encuentro, la solidaridad, la colaboración, para el intercambio de experiencias y de informaciones. Sobre esta gestión, y sobre la educación, habla el capítulo final del documento Aqua fons vitae.
Se estima que una persona está en el umbral de la pobreza del agua entre los 50 y los 20 litros diarios por persona. Algunos países como Mozambique se encuentran muy por debajo de este umbral (cinco litros / día), mientras que otros como Estados Unidos lo superan con creces (575 litros diarios). Sin embargo, en la Tierra hay suficiente cantidad de agua para toda la humanidad. ¿A qué cree que se debe este desajuste en el acceso a su consumo?
B. M. D.: La realidad de las desigualdades en el uso de los recursos naturales es una razón central de la pobreza y de la injusticia. Además, hay violencia en muchos países: es expresión de la frustración y de la falta de dignidad. El agua es «un bien común» que no puede pertenecer a un grupo privilegiado. No es posible que estados y empresas privadas o privadas-públicas hagan beneficios con este bien sin respetar su valía social, su dimensión de bien común. Los países han montado su desarrollo con las riquezas naturales de otros países, y también algunos economistas no han entendido que el agua es un don de Dios para todos, como el aire o la tierra, y consideran el agua como mercancía, a la disposición de quien pueda controlarla. La cultura del consumir sin límites, sin considerar la dignidad de los demás, lleva un mal manejo de este bien, que a menudo también se desperdicia.
T. V.: No olvidemos que la ratio entre población y disponibilidad local es importante y que toda el agua dulce no es agua potable. Dicho esto, podemos observar que varios países consideraron una prioridad el abastecimiento de agua. Aquí en Roma podemos mirar a los acueductos y antiguas obras similares que se encuentran en otros continentes. Redes hídricas y desagües son una tarea importante de quienes gobiernan, desde hace siglos. Aún más, hoy sabemos cómo purificar agua para beberla, incluso en condiciones difíciles ¡como un buque en el mar que emplea agua de mar purificada! Entonces debemos considerar que algunos gobernantes no han considerado una prioridad el abastecimiento de su población, quizás olvidando que las Naciones Unidas reconocieron hace casi diez años el acceso al agua y al saneamiento como un derecho fundamental. Concretamente, algunos gobernantes no han considerado que las infraestructuras eran una prioridad, o no han detenido el desarrollo de algunas actividades económicas que contaminando u ocupando amplios terrenos, han privado a comunidades de sus fuentes de agua tradicionales, o no han impuesto mecanismos de solidaridad para garantizar que las poblaciones más pobres y vulnerables puedan recibir agua, sin pagar, sin discriminación. El hecho que algunos consuman y gasten diariamente muchísima agua, mucho más de lo que necesitan, es un problema de educación.
El dicasterio ha anunciado a este respecto la definición de una estrategia global para la higiene en los establecimientos sanitarios que pertenecen a Iglesia. ¿En qué consiste esta estrategia? ¿Cómo va a llevarse a cabo?
B. M. D.: En estas semanas estamos dialogando con muchas organizaciones de la Iglesia, también fuera de la Iglesia, para definir las próximas acciones. La Iglesia tiene también un papel moral —no para juzgar, sino para ofrecer consejo a todos—, poniendo luz en la responsabilidad individual y colectiva, frente a la Creación y a la vida recibida de un Dios Creador que nos quiere co-creadores y responsables del futuro: la Tierra de la Promesa. En su misión, la Iglesia participa, educa, sostiene y ofrece siempre una esperanza. ¡Estamos aquí hoy!