Maradiaga, coordinador del Consejo de Cardenales: «La Iglesia ha cambiado, tiene otro tipo de actitudes»
El cardenal arzobispo de Tegucigalpa y coordinador del Consejo de Cardenales, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, estuvo en Madrid para participar en la Semana Nacional de Vida Consagrada, que organiza el Instituto Teológico de Vida Consagrada, y trasladar la llamada del Papa Francisco a los jóvenes a seis meses del Sínodo
Los jóvenes son protagonistas de encuentros, seminarios, reflexiones pero… ¿Cómo llevar todas estas aportaciones a lo concreto?
El Papa ha sabido dar en el clavo sobre cuáles son los principales problemas de los jóvenes: la fe y el amor. Cuando uno sale de la adolescencia se pregunta muchas cosas; la primera tiene que ver con el despertar al amor y hacia dónde ir, cómo responder… pues el mundo ofrece cosas generalmente pobres, un amor equiparado a la genitalidad sin reglas morales, como un simple placer, como algo banal, pero en el fondo sigue el deseo de amar. Y ahí es donde aparece la propuesta de la Iglesia en dos sentidos.
¿Cuáles?
En primer lugar, la sexualidad como lenguaje de amor. Del mismo modo que aprendemos a hablar cuando somos niños, tenemos que aprender ese lenguaje. Y segundo, la fe, que es un GPS espiritual que nos dice que no somos solamente materia o lo que nos ofrece este mundo, sino que nos plantea qué respuesta damos al autor de la vida. En definitiva, la trascendencia. Me encantó que en el presínodo los chicos manifestaran que están abiertos a la trascendencia y que necesitaban que alguien los orientase. Hay que responderles pero no desde la posición de alguien que lo sabe todo, sino en diálogo.
En el documento final de ese presínodo, se reconoce que muchos los jóvenes católicos no comprenden o no comparte la propuesta de la Iglesia sobre la sexualidad…
Porque no la presentamos bien. Se muestra como una exigencia, como una camisa de fuerza, y no es así. La propuesta es la siguiente: ¿por qué no caminas un poco más y vas poco a poco, conociendo, descubriendo? Porque la sexualidad es una realidad que abarca a toda la persona, que no se puede reducir a la genitalidad. La sexualidad es una fuerza, pero una fuerza para construir la persona que se puede vivir a distintos niveles de profundidad, no para avasallar ni para esclavizar. Es un camino precioso y si les abrimos a los jóvenes esta perspectiva, este horizonte, claro que les encantará. No podemos quedarnos en esto no, esto otro tampoco…
Pero la realidad es que muchos identifican a la Iglesia con el no.
Esa no es ciertamente la Iglesia de las bienaventuranzas que presenta Francisco, que son un sí a lo mejor que hay en esta vida, que es, precisamente, el amor.
¿En qué está cambiando la Iglesia?
La Iglesia ha cambiado y tiene otro tipo de actitudes. Y así resulta atractiva a muchos jóvenes que hasta ahora vivían alejados. No podemos quedarnos esperando a que vengan a nosotros, tenemos que salir a buscar a esos jóvenes que antes no se animaban a venir a una Iglesia que consideraban que no daba respuesta a sus problemas. Para eso es necesario un diálogo entre tradición y cambio. Si me encierro solo en tradición, será una tradición de naftalina. Pero si solo me pongo en la novedad, seré una veleta.
Todo este proceso de preparación ha permitido también al mundo católico entrar en contacto con otros jóvenes, creyentes de otras religiones o no creyentes.
El Papa no se queda solo en lanzarnos una propuesta, nos dice que tenemos una llamada profunda a la comunidad, a la comunión. Y a los chicos les fascina porque se trata de abrirse al amor, a la amistad, a compartir.
A veces, en la propia Iglesia se critica que se hable o se escuche a personas que tienen ideas muy diferentes.
Lo discutimos mucho en [la reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano —CELAM—, en 2007] en Aparecida. No somos proselitistas ni lo vamos a ser. Entonces, ¿la misión? La misión es compartir lo que tenemos, nuestra fe. Compartir nuestra fe, que es una riqueza. Ahora, yo no obligo a nadie; ofrezco lo que creo, lo que amo. Esto es bien importante y los jóvenes lo entienden y, por tanto, se puede dialogar con aquellos que no creen.
¿Se cuenta con los jóvenes en las reformas del Papa?
Mucho, porque hay un dicasterio que antes era solo un departamento de un pontificio consejo y cuya misión era organizar las Jornadas Mundiales de la Juventud. Ahora se plantea cuál es la respuesta de los jóvenes y cómo nosotros llegamos a ellos, porque tienen mucho que decir, también sobre la reforma. Y, por tanto, ya no son simplemente pasivos. Hay un dicho en Italia que, traducido, sonaría más o menos así: «O comes esta sopa, o sales por la ventana». Con los jóvenes, esto ya no es así.
¿Hemos pasado de una pastoral de encuentros multitudinarios a una del acompañamiento personal?
Ya no se trata simplemente de grandes eventos, de modo que, entre las reformas, también se incluye una que afecta a la pastoral juvenil como tal, que abre nuevos horizontes. Antes, la pastoral juvenil se reducía a grupos, a la música de las guitarras… y ahora está preocupada por el acompañamiento, que es algo que piden los propios jóvenes.
Usted que está cerca de él, ¿qué espera el Papa del Sínodo?
Espera que los pastores (en el fondo es un Sínodo de obispos) nos abramos más a los jóvenes y que no los veamos como un objeto de otra pastoral, sino como compañeros. Para caminar con ellos, para animarlos a encontrar el sentido. Se trata de caminar con los jóvenes y no tanto de decirles lo que tienen que hacer.
Francisco acaba de publicar una nueva exhortación.
La exhortación continúa un tema clave en él: la alegría. Porque nuestra fe no es simplemente un elenco de verdades que o te las crees o te vas. Y el Papa lo trae a colación continuamente. Alguien me preguntaba no hace mucho por qué tanta alegría y alegría… ¡Porque es lo que nos faltaba!
En el horizonte aparece otro Sínodo, el panamazónico.
Este Sínodo es algo que deseábamos, pero que no nos atrevíamos a definir con tanta claridad como lo hizo el Papa. Pensábamos que no era posible, pero tiene una coherencia enorme dentro de la pastoral del Papa Francisco y con su encíclica Laudato si. Un documento que ha tenido más popularidad en el mundo laico que en la Iglesia. En mi país, por ejemplo, el Ministerio de Ambiente la tiene como texto de trabajo. Sin embargo, en algunos ámbitos eclesiales, se la ignora, porque valen más las migajas que caen de las compañías petroleras o del carbón, o de las industrias extractivas que no Laudato si. Para mí, este Sínodo es genial. Tendrá oposiciones y dificultades, pero el Papa es valiente y coherente con un estilo que apuesta por la conversión pastoral.
De eso habla del documento de Aparecida de hace 11 años. ¿Recibió entonces contestación?
Aparecida está en el trasfondo, pues el Papa fue el jefe de redacción. La tuvo, pero peor es la indiferencia. La gente que no está de acuerdo dice que se deje pasar, que se deje dormir… que ya llegará otro. Entonces, el Papa regala a sus visitantes más distinguidos el documento de Aparecida y la Evangelii gaudium. Lo que hace el Papa tiene coherencia.
«Me da tristeza». Así respondía Óscar Rodríguez Maradiaga en la mañana del sábado en un encuentro con algunos medios de información religiosa, preguntado sobre un congreso que se celebraba ese día en Roma con participación de cardenales y obispos críticos con el Papa. Al ya de por sí descriptivo título, Iglesia católica, ¿adónde vas?, se le añadía el subtítulo: Solo un ciego puede negar que hay una gran confusión en la Iglesia, tomado de una frase del recientemente fallecido cardenal Carlo Caffarra, uno de los firmantes de los dubia, en las que cuatro cardenales conminan a Francisco a responder con un sí o un no a algunas dudas sobre la Amoris laetitia.
«Me parece que el Papa tiene mucha paciencia», añadía el coordinador de la Comisión de Cardenales que asiste al Papa en la reforma de la Curia, el C9. «A veces dice uno: “Yo a ese colaborador ya lo hubiese mandado a paseo, pero él tiene otra manera [de actuar]». Dicho lo cual, calificaba esta la actitud de «una equivocación muy grande», que «no solo contradice al Papa, sino a los dos Sínodos» dedicados al tema de la familia. «Estos hermanos están perdiendo su tiempo» –añadía–, y se lamentaba por que toda la atención sobre la Amoris laetitia se focalizara obsesivamente en la posibilidad de que, en determinados casos, los divorciados vueltos a casar puedan acceder a los sacramentos. «Basta conocer la historia de la teología» para comprobar que «lo que dice el Papa no es ninguna cosa que se sacó de la manga, sino que está en continuidad con santo Tomás, san Agustín, san Alfonso…».
En sí mismas, aclaró Maradiaga, no hay nada malo en las críticas. «Esa pregunta ya se la hicieron a Pablo VI, que tuvo que sufrir palos y palos para aplicar el Concilio », por parte de quienes aseguraban que las reformas conciliares eran «herejía». El Papa Montini respondió que «sí, se puede criticar a la Iglesia, pero con amor, como un hijo critica a su madre. No con odio».
Pese a todo, añadió, Francisco vive estos ataques «con una paz que a mí mismo me sorprende». «Es un hombre de oración. Cada mañana se levanta a las 4:30 y se dedica a la oración hasta la Eucaristía de las siete», y termina la jornada «con una hora de adoración eucarística, entre las siete y las ocho de la noche». «Vive en gran sintonía con el Señor», de donde le viene «una gran paz». Claro que «a veces le sale el aborigen». «Todos tenemos nuestro temperamento». Pero en el caso de Francisco, esos raptos de mal genio son «instantáneos». «Nunca le he visto deprimido».
La renovación de la pastoral familiar en la Amoris laetitia, afirma Maradiaga, es uno de los pilares de la reforma de la Iglesia, que «no consiste en simplemente en hacer una nueva constitución» que regule el funcionamiento de la Curia romana, un asunto, por otro lado, que el coordinador del C9 espera que esté concluido «este año», cuando se solvente algún tema pendiente, en particular el nuevo estatus de los nuncios, en quienes hasta ahora recae en gran medida la responsabilidad en el nombramiento de los obispos.
Son reformas para las que, asegura, «no hay marcha atrás». Hace tiempo, el Papa le confió: «Le pido al Señor que, cuando me llame, este proceso sea irreversible». «Vamos por ese camino», apostilló el cardenal.