«La iglesia de San Antón es un aldabonazo en la conciencia social»
«Las ideologías siempre separan, pero cuando la realidad manda, ahí nos encontramos los que buscamos el bien común», dice el claretiano Fernando Prado, compañero de voluntariado del ex secretario general de la UGT en la iglesia encomendada al padre Ángel
Cuando, en 2016, dejó la secretaría general de la UGT, Cándido Méndez (Badajoz, 1952) se mudó literalmente a la acera de enfrente para trabajar en San Antón como voluntario en Mensajeros de la Paz, la ONG fundada por el sacerdote Ángel García. El templo de la calle Hortaleza, abierto las 24 horas, se ha convertido en un hospital de campaña de referencia para las personas sin techo de Madrid, desde enfermos con adicciones a antiguos profesionales y empresarios que, por circunstancias de la vida, han terminado en la calle. Tan diversos como los usuarios –afirma– son los voluntarios de este proyecto. «Los caminos de la vida que nos han unido son inescrutables», bromea Méndez en presencia de uno de los sacerdotes de esta iglesia, Fernando Prado, director de la editorial Ediciones Claretianas y autor del libro entrevista al Papa Francisco La fuerza de la vocación. La vida consagrada hoy.
La historia del último siglo en España ha estado marcada en gran medida por el desencuentro entre la Iglesia y el movimiento obrero. Pero aquí están ustedes dos…
Cándido Méndez: En términos históricos no solo ha habido un desencuentro, sino un enfrentamiento. Yo diferenciaría entre la jerarquía y el resto de la Iglesia. A partir de la Rerum novarum surgen los movimientos asociativos obreros. Ahí se produjo una concurrencia. Pero en España, con el apoyo de la jerarquía eclesiástica al golpe de Franco, la confrontación alcanzó su punto máximo. Eso no impidió que siguiera habiendo vínculos a otros niveles. Una foto para mí muy significativa es la de Julián Besteiro en la cárcel de Carmona rodeado de curas vascos encarcelados. Y, aunque la relación de la UGT con la Iglesia no fue tan acusada como la que tuvo CC. OO., sí hubo una relación fluida con los militantes de la HOAC, que en un momento dado tomaron la determinación de incorporarse en cada lugar a un sindicato u otro. Así fue como mi hermana y mi cuñado, por ejemplo, acabaron en Comisiones. Estando en la clandestinidad, yo he tenido muchas reuniones en parroquias. Por tanto, sí hay una historia común; nuestros caminos se han encontrado cada vez que se ponía sobre la mesa la lucha por la dignidad del trabajo, por la libertad, contra las desigualdades… Y ese camino común yo creo honestamente que se va a fortalecer en el futuro.
Fernando Prado: Me gusta una expresión del Papa Francisco que dice: «la realidad es más importante que la idea». Las ideologías siempre separan, pero, cuando la realidad manda, ahí nos encontramos los que buscamos el bien común. Por mi parte, creo que esa diferenciación entre la jerarquía y resto de la Iglesia no responde a la realidad de hoy. Es un resto ideológico de un pasado que yo, que nací en el 69, no veo hoy.
C. M.: Yo tengo 17 años más que tú… Hay una anécdota del cardenal Tarancón a finales de los 70. Cuando impulsa la separación entre la Iglesia y el Estado, en línea con el Concilio Vaticano II, intenta convencer a un representante de la Hermandad Sacerdotal Española: le da razones, apela a su condición sacerdotal… Pero aquel sacerdote le contesta: «¡Es que yo soy más falangista que cura!». Cierto que hay un salto generacional que afortunadamente se ha dado.
F. P.: Pudiera haber algún nostálgico y alguna tentación de involución, pero creo que no es la conciencia actual de la Iglesia.
C. M.: También en el movimiento sindical hay involuciones, reacciones que hacen brotar confrontaciones que parecían superadas… En mi caso, yo quiero contar todo esto no para remover heridas, sino para que algunas cosas no se vuelvan a producir.
F. P.: Cuando los discípulos le cuentan a Jesús que han visto a otros expulsar demonios en su nombre, él les responde: «El que no está contra nosotros, está a nuestro favor». Es tradición que nos viene de los apóstoles el buscar puntos de encuentro con los otros. La Iglesia no puede dejar de buscar el encuentro con los movimientos sociales actuales, como el ecologismo, el feminismo, los trabajadores, los migrantes… Una actitud contraria a eso no sería evangélica.
C. M.: Yo creo que esa tradición que tú invocas la ha recogido muy bien este Papa. Le ha dado mucha visibilidad a algo que quizá antes se vivía con naturalidad abajo, y ahora también en la jerarquía. Un amigo empresario que le conoce bien me contaba que, cuando le habló de un programa que ha puesto en marcha para la infancia en un país en vías de desarrollo, él le dio ánimos y le dijo: «Pero yo no quiero que, si esos niños son musulmanes, los hagas cristianos. Yo lo que quiero es que los saques de la pobreza».
A usted le han criticado por venirse de voluntario a Mensajeros de la Paz.
C. M.: Es que todavía hay posiciones muy retardatarias, muy de espíritu de cruzada, en un sentido o en otro. Aunque también hay un malentendido que me gustaría explicar: colaborar en una labor caritativa es algo que repugna a la ideología que yo profeso. Se ha generado una confusión que no responde a la realidad.
¿A qué se refiere?
C. M.: Cuando nos encontramos con el Papa [en noviembre de 2016, representantes de Mensajeros de la Paz viajaron a Roma junto a unas 50 personas sin techo], él no utilizó en ningún momento la palabra «caridad». Habló de «solidaridad». Son cosas diferentes. Hay quien puede recibir una ayuda y aceptarla como un acto solidario; debe aceptarla en cualquier caso por razón de necesidad, pero tendría reservas en términos de autoestima si se le plantea como caridad o misericordia. El enfoque es distinto. En San Antón hay un ropero, pero yo nunca lo llamaría «ropero de caridad». Eso era lo que existía en los años 30, cuando las señoras pudientes llevaban a la parroquia la ropa que ya no les servía.
F. P.: La palabra solidaridad es preciosa. Me encanta. Los cristianos tenemos una todavía más bonita: fraternidad. Tiene un carácter afectivo que la palabra solidaridad no tiene y me parece importante. Ser hermano es lo que nos une como hijos de un mismo Padre.
C. M.: Bien. Dentro de la palabra fraternidad está englobada la solidaridad. Por cierto, es una de las palabras de la Revolución francesa…
Hay otra palabra menos amable que a veces se utiliza contra proyectos como el de San Antón: «asistencialismo».
F. P.: Vuelvo a lo de antes: la realidad es más que la idea. El Papa también nos invita a iniciar procesos, pero por algo hay que empezar. Al que no tiene nada que comer y le urge, hay que darle un bocadillo. Después comenzaremos a trabajar procesos… Si es posible, que no siempre lo es. A quienes opinan desde lo teórico, quizá desde la barrera, les diría que no critiquen a los que se dejan mucha piel atendiendo las urgencias.
¿A usted esta cuestión no le molesta?
C. M.: Yo eso lo tengo muy claro: son los poderes democráticos, con políticas redistributivas, los que deben resolver estos problemas. Pero la realidad es que no los resuelven. Y hay otra idea que tomo prestada de Dominique Lapierre cuando puso en marcha un proyecto en la India: la miseria, según él, es la pobreza sin esperanza. Y decía: «Yo no les voy a sacar de pobres, les voy a devolver la esperanza».
F. P.: Y la dignidad. Eso creo que es lo que ofrecemos aquí precisamente: dignidad.
C. M.: Aquí hay una parte material y otra espiritual: estáis vosotros, los curas, que atendéis a la gente, psicológica y humanamente.
F. P.: Y tú también, Cándido. Que alguien como tú los escuche es muy importante para ellos.
C. M.: Existe el gravísimo problema del que habla mucho el padre Ángel: la soledad, que es un componente de la miseria.
F. P.: Algunos criticaron a Cándido por venir a San Antón: «¡Cómo se te ocurre venir a una iglesia a hacer voluntariado!». A mí también me critican algunos: «¡Cómo se te ocurre ir con el padre Ángel, que es un heterodoxo!». Les suelo decir que pecadores y heterodoxos somos todos, más de lo que a veces creemos y que, para mí, el padre Ángel es un testimonio de humanidad en lo concreto. También de fe. El padre Ángel no es teólogo, pero es un hombre de Dios. Soy testigo de ello. Ama a los pobres y ellos le aman a él. Ese olfato que tienen los pobres habla de autenticidad. Ojalá yo fuera así.
¿Cómo conocieron al padre Ángel?
F. P.: Yo, un poco por casualidad. Le había pedido el favor de escribirme el prólogo de un libro. Cuando, otro día, me pidió que le ayudara en la iglesia, no pude decirle que no.
C. M.: Yo le conocía desde hacía tiempo. Vengo un día y me lo encuentro mirando la fachada de la UGT: «¿Tú tienes un local en el que puedan caber 100 o 200 personas?». Fue por el Día del Mayor. Poco después él vino a mi último congreso como secretario general. Me preguntó: «¿Ahora qué vas a hacer? ¿Por qué no me echas una mano como voluntario?». Le respondí que sí. «¿A que no eres capaz de contarlo desde la tribuna?» «¡¿Que no?!». Y fue entonces cuando dije aquello de: «Os advierto, compañeros y compañeras; sabéis que dejo el cargo, pero voy a estar cerca, porque me voy a ir a la acera de enfrente…».
Usted después ha llevado también a otros voluntarios.
C. M.: Pero no quisiera que nadie entienda esto que hablamos como un mensaje de que la UGT se desentiende de los problemas de la desigualdad. No, no es así. Pero no es menos cierto que nuestra aproximación a la lucha contra la pobreza y la desigualdad tiene otra naturaleza distinta, está menos personalizada. Y yo ahí me identifico con el apóstol Tomás: me gusta poner el dedo en la llaga.
F. P.: ¿Por qué ha llamado tanto la atención la iglesia de san Antón? Porque aquí, gracias a la intuición del padre Ángel, hemos dado visibilidad en Madrid a algo que hacía tiempo que no se visibilizaba: la necesidad de dar respuesta a tanta gente que vive sin dignidad. No puede ser que en Madrid haya gente durmiendo en una iglesia o en la calle. Ya sabemos que es muy difícil, pero…
C. M.: Los problemas son muy profundos. A veces, muchos de los que vienen por aquí como que cortocircuitan.
F. P.: Es que también los hay con problemas psiquiátricos fuertes. Algo se va haciendo, algunos van tirando para adelante, es verdad. Pero la labor con los sin techo cuesta. A mí me encantaría que algunos políticos vinieran juntos… a servir desayunos aquí, con Cándido. Pero un mes entero, no solo para hacerse la foto. Y que hablaran con la gente de la calle, con uno que anda medio chalado, con un toxicómano, con un alcohólico, o con otro que simplemente está pasando una mala racha. Un trabajo sobre la realidad, escuchando vidas e historias concretas, más allá de la ideología, nos haría confluir mucho más.
C. M.: Esto es un banco de pruebas de la convulsión social que está sufriendo la población española. Ves a algunas personas que han sido profesores de autoescuela, abogados, empresarios… Puedes tener una serie de convicciones, pero no es lo mismo cuando les pones cara. Por eso creo que el padre Ángel es como una especie de aldabonazo en la conciencia social de este país.
A pesar de haberse retirado de la primera fila, el ex secretario general de la UGT mantiene una estrecha relación con importantes dirigentes políticos, sobre todo en el ámbito socialista. En cuanto a Fernando Prado, conoce bien al Papa Francisco desde sus tiempos de arzobispo en Buenos Aires y acaba de entrevistarle para un libro sobre la vida religiosa, La fuerza de la vocación.
A Cándido Méndez, que tiene amigos con responsabilidades muy importantes en la izquierda y en la política, ¿qué mensaje, Fernando, le pediría que les diera?
FP: Que no se olviden nunca de los pobres. La misma frase que le dijo al Papa, recién elegido en el cónclave, el cardenal Hummes.
Fernando tiene hilo con el Papa. ¿Qué le pediría usted, Cándido, que le dijera de su parte?
CM: Puede parecer presuntuoso, pero le pediría que no sucumba al desaliento. Me explico: yo lo que estoy observando es que Juan Pablo II, que era un fenómeno mediático, tenía una corriente a favor en todos los medios de comunicación, conservadores y no conservadores. Y con este Papa, en cambio, todo son obstáculos. Casi todas las noticias sobre la Iglesia son negativas, cuando hablamos de cosas que acontecen igualmente en otros colectivos y que acontecían también en la época de Juan Pablo II.
FP: Sí, en la política ocurre algo parecido: solo aparecen cosas malas, como la corrupción; las buenas no hacen ruido.
CM: Pero mientras que la política ha estado siempre zarandeada, en la labor de la Iglesia el cambio ha sido enorme, cuando además la Iglesia es hoy por hoy de los que sí están afrontando en serio estos problemas. Por eso yo le digo al Papa que no caiga en el desaliento y que siga conectando a la Iglesia con la realidad.