La iglesia de El Espartal celebra 100 años sin catequesis, pero centrada en la acogida a los recién llegados
Esta parroquia «es la casa de Dios, pero también es la casa del pueblo». De hecho, el templo se construyó sobre todo con mano de obra de los vecinos
Una parroquia de pueblo que cumple un siglo de vida puede considerarse joven, admite el sacerdote Ángel López Merino. Lo ilustra la diferencia de edad de las dos a su cargo: la de la Asunción, en El Vellón, con su templo del siglo XV, y la de la Inmaculada Concepción, en la pedanía de El Espartal, cuyo siglo de vida celebró el cardenal arzobispo de Madrid, José Cobo, el pasado domingo. El contraste se debe precisamente a que este núcleo dependía, también en lo religioso, del primero; si bien la gente no solía recorrer los cinco kilómetros entre ambos cada domingo; solo para las fiestas y funerales. «Solicitaron al Obispado de Madrid-Alcalá» una parroquia propia. Una vez se concedió, «se construyó sobre todo con mano de obra de los vecinos. La inauguró el 5 de mayo de 1925 el arzobispo de Valencia», Prudencio Melo, que hasta 1922 lo había sido de Madrid.
En un pueblo que llegó a tener 425 habitantes, la Iglesia ofrecía en tiempos catequesis y todos los sacramentos. «Ahora quizá hay una boda y un par de bautizos al año. Las últimas comuniones fueron en torno al 2000», compara el párroco. Una disminución pareja a la de la localidad, que cuenta con 155 vecinos. De un lugar «eminentemente ganadero y agrícola» —aún se intuye en la estructura de las casas, cuya planta baja antes ocupaban los animales—, solo queda una explotación de unas 1.000 ovejas, en la que trabajan tres personas. La población se divide entre hijos del pueblo, ya mayores, y algunas familias de fuera. El precio de la vivienda compensa la falta de servicios: no hay colegio y «el pan y el pescado se siguen vendiendo en furgoneta».

Más que personas que desean vivir en la sierra, las que llegan lo hacen obligadas por las circunstancias: «Les han subido el alquiler, pasan por un bache económico» o acaban de llegar a España, resume López Merino. Por eso, buena parte de la labor de la parroquia se centra en ayudarlas, así como a algunas viudas con magras pensiones. Todo en coordinación con Cáritas y los servicios sociales.
A pesar de los precios, la mayoría necesita sobre todo ayudas para el alquiler y alimentos. Se intenta que sean temporales y «no se institucionalicen», subraya el párroco. Además, la Casa de la Misericordia de San Agustín de Guadalix «tiene una bolsa de trabajo que ofrece muchas salidas en empleo doméstico». Con el aliciente de que en poblaciones pequeñas como estas, si una trabajadora externa o interna —hay una decena— demuestra ser de confianza, se sabe y no le cuesta encontrar trabajos. Otra opción es la hostelería. «Yo les aconsejo que si en cuatro o cinco meses no encuentran empleo aquí busquen por Levante, porque hay más». Así, afirma orgulloso, «ninguna familia lleva más de un año recibiendo ayuda porque son emprendedores y salen adelante», aunque sea trasladándose.

Estas nuevas familias «participan en la parroquia», aunque la catequesis se hace en El Molar, que es donde los niños van al colegio. En El Espartal, la pastoral se reduce a atender espiritualmente en casa a las personas mayores y a una Misa dominical. A diario solo hay si se celebra un funeral o un aniversario. Pero la comunidad está viva y es muy sinodal. «Convertimos la celebración del domingo en el centro de la semana», asegura el párroco. Por otro lado, dado el tamaño de la feligresía «tampoco hay consejo de economía o de pastoral», sino que «tienes que escuchar a todos». Del mismo modo, varias personas tienen llave del templo y pueden abrirlo «si hay necesidad, para limpiar o tocar la campana. Es la casa de Dios, pero también es la casa del pueblo».
Un momento central para la comunidad son las fiestas patronales de san José y la Virgen del Pilar. Pero siendo la población más pequeña del arciprestazgo de El Molar, donde convive con otras de 14.000 habitantes, no es habitual tener varios sacerdotes ni siquiera esos días. Por eso el pasado domingo, «la gente estaba muy ilusionada» con la visita del cardenal.