La Iglesia, con los que no tienen verano
La crisis del coronavirus ha provocado nuevas necesidades que la Iglesia, como madre y hospital de campaña, está atendiendo con esfuerzos redoblados. En agosto no cierra porque hay más personas en situación de calle, familias empobrecidas, y migrantes y refugiados para recibir el alimento no solo del cuerpo, también del alma
«Esto es como un castillo de naipes que se va derrumbando». El padre Peio Sánchez, párroco de Santa Anna, en pleno centro de Barcelona, ha inaugurado este julio un comedor social para personas sin hogar en el claustro de la parroquia, en tiempos monasterio medieval. «Hemos detectado un incremento de situaciones de pobreza extrema y sin hogar, o en seria amenaza de quedarse sin casa», indica. Los que acuden pueden también ducharse y tienen ropero, médico, servicio de lavandería, de orientación laboral y atención de un trabajador social. Es la reconversión en la pospandemia de los servicios del Hospital de Campaña, una iniciativa que nació en esta parroquia hace cuatro años como una forma de acompañamiento y un espacio de acogida para las personas sin hogar.
Desde el comienzo del Estado de alarma y hasta el 30 de junio, el Hospital de Campaña repartió 17.000 lotes de desayuno, comida y cena a cerca de 2.000 personas. Ahora, las medidas de seguridad limitan la posibilidad de acompañamiento y asistencia, y se complica la estancia en el espacio de acogida. «Hemos incrementado los servicios para este verano —explica el párroco—, pero son puntuales: la gente entra y tiene que salir». A su vez, «podríamos tener 250 personas en el comedor, pero damos un máximo de 100 comidas en tres turnos».
Junto a ello, surgen nuevas necesidades: «Nos estamos encontrando familias que no estaban en situación de pobreza y ahora sí. Si el modelo de vida ha sido vivir al día, se han venido abajo». Por eso, el padre Peio ni se plantea cerrar: «Se les están agotando los recursos y además tienen bastantes dificultades para acceder a las ayudas: las tramitaciones son complejas, los servicios sociales están colapsados y todos los que no tienen papeles están fuera de muchas de ellas. El panorama va a ser bastante más duro de lo que tenemos ahora».
Hambre en Madrid
El párroco de Santa Anna perfila este nuevo tipo de familias vulnerables: sin contrato, sin colchón económico, en infraviviendas y que necesitan ahorrarse al menos los gastos de comida para hacer frente a las deudas. Así están María Elena y su marido, José: viven en Madrid, en una habitación por 350 euros al mes que pagan con una ayuda no contributiva de 392 euros. Es todo lo que entra en su casa, pero nunca les ha faltado la comida: «La Comunidad de Sant’Egidio ha sido una roca a la que me he agarrado fuerte y gracias a ellos podemos comer», indica la mujer.
A este matrimonio se les fueron los ahorros en el rescate del embargo de un piso del que aún deben 20.000 euros y en los entierros de sus dos hijos. Aylim Elisabeth murió de cáncer con 22 años, en 2014, y al año su hermano mellizo, David, de una parada cardiorrespiratoria. Pero no se les ha ido la esperanza. Acuden a diario a la parroquia Nuestra Señora de las Maravillas, en la plaza del 2 de Mayo, a por su lote de comida: «Sant’Egidio nunca nos ha dejado sin alimento, también el espiritual, porque durante la pandemia podíamos ir a la iglesia y aunque no había Misa, sí teníamos la oración», explica María Elena. «Son más que tu familia, porque están ahí incondicionalmente».
La situación de extrema necesidad en la que viven familias como esta es, al igual que ha experimentado el padre Peio en Barcelona, lo más llamativo de la pandemia en Madrid. «Puede parecer oculto porque tienen casa, pero en pleno siglo XXI en Madrid se está pasando hambre», señala Tíscar Espigares, responsable de Sant’Egidio en la capital. Así que este año, después de redoblar esfuerzos durante el confinamiento, refuerzan ayudas en verano. «Da la impresión de que el punto álgido de la pandemia ha pasado pero las secuelas están ahí; en agosto habrá más alimentos y kits higiénicos de mascarillas y gel hidroalcohólico para los amigos de la calle [sin hogar] y productos frescos como verdura, carne, pescado y fruta para los niños de familias vulnerables».
Abierto por vacaciones
Uno de los comedores sociales de mayor actividad durante la pandemia en Madrid fue el de la parroquia San Ramón Nonato. En la actualidad no llega a las 900 comidas diarias que estuvo repartiendo durante el confinamiento, pero sí a casi el doble de lo habitual, 500. Así que en agosto, a diferencia de otros años, no cerrará. Cuenta con dos ventajas: el alto número de voluntarios jóvenes que no tenían otros planes para este verano, y que nunca falta comida.
«¿Por qué tenemos tantos recursos? Porque el Señor es un imán que atrae a la gente, Él lo consigue todo», explica José Manuel Horcajo, el párroco de un templo con el Santísimo expuesto todos los días, todo el día. Y describe la dinámica del milagro: «Hay gente que entra a rezar, se hace voluntaria y dona; la Eucaristía es la fuerza de la que brota la generosidad. Y a su vez, los beneficiarios vienen a por comida pero también a por Jesucristo». «Tantos años perdidos en la vida —le dicen al sacerdote—, y Dios me ha traído aquí para encontrarme con Él».
Muchos de los que hacen cola a las puertas del comedor han tenido este julio a sus hijos en el campamento urbano: 64 niños y 15 monitores que durante tres semanas han compartido excursiones, catequesis, Eucaristía, clases de Matemáticas e Inglés… En agosto, 100 familias se irán a Noja (Cantabria) una semana de vacaciones gracias a la generosidad del párroco, que les facilita el alojamiento. Y continuarán los retiros espirituales de los miércoles y los sábados, con testimonios, vídeos, meditaciones… «Lo nuestro es evangelizar, con el plato de comida y con Jesucristo; si no, no tendría sentido».
Acogidas de emergencia
Los migrantes y refugiados en situación de calle también están siendo alojados de emergencia por la Mesa por la Hospitalidad de la Iglesia en Madrid, que acoge en centros de pastoral social, parroquias o comunidades religiosas a aquellos que no han podido ser atendidos por las administraciones. Y si en agosto será la parroquia Santa Irene la encargada de la acogida, este julio es San León Magno la que se está haciendo cargo. Como es propio de la mesa, los beneficiarios disponen de cena y desayuno gracias a Cáritas y la colaboración de los feligreses, y noche de alojamiento.
El párroco de San León Magno, Enrique Olmo, explica que hay siete personas acogidas, aunque es un número variable ya que hay días que aumenta al ser una acogida de urgencia, o disminuye cuando a alguno se le encuentra un alojamiento más estable. «El perfil ha cambiado con respecto a diciembre, cuando mi parroquia fue también lugar de acogida. Antes eran latinos y familias; ahora vienen solos y son subsaharianos y magrebíes», describe el sacerdote. Son menos de los habituales en Madrid, «quizá porque los aeropuertos han estado cerrados», pero así se mantienen mejor las medidas de seguridad. «Hemos distanciado las camas en la sala grande donde están ubicadas; hay que intentar que no haya contagios», porque además ellos están todo el día fuera tratando de regularizar su situación.
No le faltan tampoco al padre Enrique feligreses que le ayuden, como Laura, argentina que estuvo acogida en diciembre junto a su marido y sus dos hijas, y que ahora prepara cenas para los nuevos refugiados. «Siente que tiene que devolver de alguna manera lo que a ella se le dio».