La Iglesia apuesta por el derecho a la vida en toda su extensión - Alfa y Omega

Homilía en la Jornada por la Vida. Sábado 22 de marzo en la catedral de la Almudena

La conversión es el tema propio de la Cuaresma, de toda Cuaresma. Reclama peregrinar hacia el corazón misericordioso de Dios para renovar nuestra vida de fe. Esta peregrinación provoca una conversión personal y otra comunitaria; pero también la hay pastoral, social, cultural y… hasta política.

Nuestra celebración de esta tarde tiene una modulación especial. Se nos llama a convertirnos a lo más elemental. Se nos convoca a convertirnos a la vida como un regalo precioso de Dios y, al mismo tiempo, la aventura más apasionante y compleja que tenemos entre manos. Algunos de vosotros venís de asistir en la Sala Capitular del Cabildo a unas estimulantes meditaciones sobre el Dios de la vida y su firme y apasionado compromiso hacia su cuidado.

Habéis visto que, desde los comienzos, Dios se nos presenta como un Dios protector de la fragilidad, amigo de la vida, Señor de vivos y cuidador de toda vida vulnerable.

Abrazando la vida construimos esperanza. Ese es lema que nos convoca este año. No hay esperanza sin futuro. Y el futuro se teje con la malla que forman las vidas de todas las criaturas llamadas a ser nuestros hermanos y hermanos y hermanas desde el vientre materno.

El relato del Éxodo nos ofrece uno de los momentos más significativos de la historia de la salvación. «Yo soy» —así se autodenomina Dios en el texto sagrado— se revela como el Dios de nuestros padres, y de los padres de nuestros padres, de Abraham, de Isaac, de Jacob… Es el Dios que despliega su providencia amorosa a través de los hijos y de los hijos de los hijos. Es el Señor que se pone de manifiesto en la zarza ardiente de cada vida nueva que viene a este mundo. Para el mundo antiguo conocer el nombre de la divinidad era ser partícipe de su poder y, de alguna forma, tener acceso a ella. Dios va mucho más allá. No duda en identificarse enseguida. No tiene nada de lo que defenderse. Algunos expertos defienden que la mejor traducción dinámica del nombre de Dios sería «Yo soy el que hace ser», «Yo soy el que se manifestará».

La catedral se llenó de familias y niños pequeños para asistir a la Jornada por la Vida
La catedral se llenó de familias y niños pequeños para asistir a la Jornada por la Vida. Foto: Archimadrid.

En efecto, el Dios que se revela a Moisés es un Dios comprometido con la historia y con la vida. Tanto que permanece alerta contra todas las amenazas que comprometen la vida y la libertad de su pueblo y es diligente para escuchar su clamor. No solo se presentará salvando de las amenazas de los pueblos enemigos; también, porque está comprometido con la vida, regala pan, justicia, libertad y paz.

El salmo canta al Señor compasivo y misericordioso, que perdona todas las culpas y es rico en clemencia. La Iglesia, desde su apuesta radical por la vida, no juzga las situaciones enormemente complejas y difíciles en que se encuentran algunas mujeres. Siempre quiere estar dando la mano a quien sufre.

Pero sí alza la voz ante una cultura de la indiferencia que normaliza y naturaliza cualquier acto invasivo de naturaleza violenta, destinado a impedir el desarrollo de una vida singular, única e irrepetible. También denuncia la industria del aborto y la facilidad con que se deriva hacia esta opción, mucho menos comprometida que la de acompañar la vida, solidarizarse con las mujeres gestantes y facilitarles medios de vida y condiciones amables y dignas para vivir su maternidad.

Un embarazo no es un problema que se soluciona eliminándolo. Es una vida que llega y entre todos hemos de proteger y acoger. Ahora que comparto la experiencia muy cerca y en casa, puedo aseguraros que no hay nada más gozoso y apasionante que acompañar y proteger a quien acoge la vida, aun en medio de las dificultades.

Como han señalado los hermanos obispos de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida, son precisas políticas públicas de protección a la familia y que favorezcan un entorno económico y social propicio para que nuestros jóvenes puedan desarrollar sus proyectos familiares con estabilidad. Ello precisa empleos dignos y estables, el acceso a una vivienda adecuada, derechos efectivos de las personas más vulnerables, etc.

Además, necesitamos crecer en revinculación y en potenciar las relaciones sanas y personales que ayudan a descubrir la humanidad que hay en cada uno de nosotros y en cada vida. Como apunta el Sínodo, pensando en la Iglesia, pero nos vale para toda la sociedad, se trata de recrear lazos, procesos y relaciones que nos cohesionen.

Para relacionarnos y humanizar los vínculos, el amor de las familias, el amor de los cónyuges, es la escuela fundamental donde todos aprendemos a amar y a valorar la vida en todos sus momentos. también en la enfermedad o cuando envejecemos.

Una niña en la catedral de la Almudena durante la Misa de la Jornada por la Vida
Foto: Cáritas Madrid.

Tenemos una tarea que llega de nuestro Dios, que nos deja su nombre: con el Papa Francisco hemos de apostar por una alianza social por la esperanza, hemos de ser activos para proponer la bondad de la vida de forma inclusiva y no ideológica. De forma propositiva y humanizante. Una alianza entre todos para asegurar «la sonrisa de muchos niños y niñas que vendrán a llenar tantas cunas vacías que ya hay en numerosas partes del mundo» (Spes non confundit 9).

Estamos en tiempo de Cuaresma. Tiempo de gracia y de conversión. Estamos a tiempo de enmendar los errores. Con el viñador escuchamos aliviados: «Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y echaré estiércol». Dios ofrece un tiempo de esperanza. El Señor no es implacable, ni fiero como Pilato, que degolló in situ a los sacrificadores de animales, tampoco es un Dios cruel que se regodee en las catástrofes como la caída de las dos torres de Siloé. Es el Dios de la vida y de las personas, el que hace ser.

Por eso escuchar su nombre, descubrir su esencia nos llama a la responsabilidad. Ser responsables es tener que responder. Y debemos responder con una visión amplia del ser humano, la mirada que da la fe, ante otras propuestas reduccionistas o tremendamente opuestas. Ser responsables es hacernos cargo de la vida que se nos ha regalado y de la que no podemos cerrar el paso, ni eliminar, ni ideologizar. Se trata de acoger.

Es verdad, solo abrazando la vida seremos peregrinos de esperanza como se nos pide en este año jubilar. Por eso, tenemos que denunciar con todas las fuerzas que el aborto es siempre, con independencia de las circunstancias, una desgracia. Y una desgracia que supone la realización un acto cruento sobre una mujer y, ante todo, sobre una vida en camino. Como Jesús, en el Evangelio, nada nos gustaría más que ayudar a abrir la mente y el corazón de nuestra gente. El aborto no es un derecho, no puede ser nunca un derecho. ¡No existe el derecho a la desgracia! Solo una conciencia personal y colectiva anestesiada ante el valor de la vida a la que todos tenemos derecho puede pensar de ese modo. Más en un contexto de invierno demográfico que compromete nuestro futuro.

Interior de la catedral de la Almudena durante la Misa de la Jornada por la Vida
«Solo abrazando la vida seremos peregrinos de esperanza», dijo el cardenal. Foto: Archimadrid.

Tampoco la eutanasia es el camino, ni la deshumanización de los vulnerables. El derecho surge para satisfacer, colmar y garantizar necesidades de las personas. Jamás para extinguirlas o sofocarlas. Por eso la Iglesia apuesta por el derecho a la vida, a la vida en toda su extensión, desde el origen al término y, desde luego, quiere que esa vida pueda ser vivida en condiciones de dignidad por todos, todos, todos.

No podemos restringir los derechos humanos que hemos conseguido custodiar hasta ahora. Por eso, las sucesivas generaciones de derechos humanos no pueden sufrir esta vuelta a la barbarie sin pasarnos una altísima factura moral y social. La sacralización de la autonomía y la libertad personales, el culto a la propiedad plena y sin cortapisas sobre el propio cuerpo, son formas de mercantilizar y de cosificar las relaciones humanas. Esa pendiente resbaladiza nos despeña hacia la soledad, la desvinculación y el descarte.

El Dios de la vida no quiere el sufrimiento de su pueblo y desea llevarlo a la tierra donde mana lecha y miel. Por eso, animosamente, apostamos por la vida y seguimos creyendo que los hijos son la esperanza para el futuro y el mejor indicador de la supervivencia de un pueblo y de sus valores. Y pondremos, con cariño y misericordia, todos nuestros esfuerzos para acoger esta mirada de la vida y acoger a quienes nos necesitan.

Hermanos, hermanas, estamos en el tiempo propicio; tiempo de responsabilidad y de gracia. Estamos a tiempo de convertirnos y responder a la vida para construir esperanza en este Dios que «nos hace ser».