La huella de Dios
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco nos ha pedido ser «custodios del designio de Dios inscrito en la naturaleza», y ya se conoce que éste será el tema principal de su próxima encíclica. El sacerdote Carlos Dorado es el autor de las fotografías y textos de la exposición Huellas de su presencia. De la naturaleza, a la oración, que está recorriendo España durante estos años (www.carlosdorado.com). «La naturaleza lleva a Dios; en ella hay algo sobrenatural. La naturaleza es una oración», explica
La fuerza de la Iglesia
No te enorgullezcas en contra de las ramas. Y si te enorgulleces, piensa que no eres tú quien sostiene a la raíz, sino que la raíz te sostiene a ti (Rm 11, 18).
Los majestuosos robles sostienen madejas de ramas que, año tras año, se fortalecen juntas, tomando su fuerza de la raíz que las une. Son árboles fuertes, que pasan por condiciones climáticas extremas, vientos, tormentas, y que, además, sufren la actividad de muchos animales, que se aprovechan de hojas, ramas y tronco como lugar donde vivir, reproducirse y comer.
La Iglesia toma su fuerza de Cristo, como un árbol bien enraizado, y quien se enraíza en la Iglesia se une a Quien la sostiene. En ella encuentra cobijo, comprensión, la misma debilidad que compartimos y la misma esperanza de salvación y felicidad.
Dios sostiene la Creación
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas (Gn 1, 1-2).
La perfección y belleza de muchos animales no deja de sorprender a quien es capaz de mirar con atención. Lo que vemos en el mundo es algo extraordinario, que nos está hablando de un Creador.
Las falsas ilusiones que nos atrapan
Su confianza sólo es un hilo, tan segura como un tela de araña (Job 8, 14).
Aunque la tela de araña aparenta ser fuerte por su resistencia, basta un dedo para romperla. El diablo también teje de falsas ilusiones nuestra vida, de caminos más sencillos. El mal es una apuesta atractiva, sencilla, rápida, pero, a la larga, decepcionante.
Sólo quien es capaz de ver la tela de araña puede librarse de su pegajoso abrazo.
La casa sobre la arena
Yo soy tu Dios, que agito el mar y hago bramar sus olas (Is 50, 15). Se pueden hacer verdaderas obras de arte en la arena de la playa. Pero, al día siguiente, ya no quedará nada; las olas se lo habrán llevado.
A veces, nos empeñamos en caminos que nos separan de Dios, y realizamos verdaderas obras de arte en nuestra vida, con todo bien sujeto y seguro, pero basta una ola de Dios, un toque de atención, para hacernos recodar lo poco que somos y cuánto necesitamos de su paternidad.
El precio de nuestra salvación
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado (Jn 20, 19b-20).
Las amapolas tienen un color vivo que recuerda a la sangre.
Las llagas y el costado abierto son el sello de Cristo, como pago por nuestra salvación. Traspasado por nuestros desprecios, nos tiende ahora su mano herida para ayudarnos. Sólo tenemos que aceptarla.
El cielo, la meta de nuestro corazón
Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de Dios, una imagen de su bondad (Sab 7, 26). El agua de un lago nos sirve para ver el cielo en su esplendor, adornado con los colores del otoño.
El cielo ha sido siempre el término al que nos referimos para hablar del lugar donde Dios habita. Es como un pedacito del lugar al que estamos destinados a ir, si amamos a Dios y al prójimo. Su belleza nos habla de la belleza de Dios, su luminosidad, de su pureza. El corazón del hombre desea algo así, desde que nace. Buscarlo es nuestra gran meta.
La Luz que disipa las tinieblas
Las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya (1Jn 2, 8b). El tiempo parece detenerse, el sol rompe la oscuridad y el bosque recupera su luz.
En nuestra vida existen muchos momentos de tinieblas, de duda, de miedos… Cristo acaba con todo mal en nuestra vida. Quien permanece unido a Él, encuentra fuerza y esperanza; es Él el que nos sostiene. Porque para Dios nada hay imposible.
Confundidos con el medio
Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! (Ap 3, 15). Algunos animales se confunden con el medio; pasan desapercibidos y así no tienen problemas con ningún depredador.
A muchos cristianos les sucede esto: se mimetizan con el mundo hasta pasar desapercibidos, para no tener problemas con nadie. Justo lo contrario de Jesús, de los apóstoles, de los santos… Ser cristiano implica ser testigo y testimonio. De lo contrario, nadie puede conocer a Cristo.