Tras el atentado de Barcelona, es la hora de la sociedad civil
De la barbarie y la sinrazón de los atentados que dejaron 16 víctimas mortales y un centenar de heridos en Barcelona y Cambrils surgieron una corriente de solidaridad y un compromiso por la convivencia de parte de la ciudadanía, una oportunidad nueva que pasa por la unidad en la diversidad de confesiones religiosas y organizaciones sociales, como ha puesto de manifiesto la plataforma Pacto de Convivencia
Es 17 de agosto. Primera hora de la tarde. España, de vacaciones, se pega al televisor, la radio y las redes sociales para averiguar qué es lo que pasa en una de sus ciudades franquicia. Al parecer, una furgoneta había irrumpido en Las Ramblas de Barcelona atropellando a su paso a los viandantes que la llenaban como cada día y a todas horas. París, Niza, Bruselas, Londres… aterrizan en la mente de todos. A medida que pasan las horas, las sospechas se confirman: nuestro país ha vuelto a ser golpeado por el terrorismo yihadista 13 años después de aquel fatídico 11 de marzo de 2004 en Madrid.
Juan José Omella, cardenal arzobispo de Barcelona, vivió con intensidad esa día y los posteriores, muy cerca de las víctimas, unido a las demás confesiones religiosas y autoridades civiles. «Pasas de la sorpresa al dolor y la incomprensión por tanta gente inocente que sufre un desastre como ese. Y enseguida, también el deseo de muchas personas de estar cerca de las víctimas», explica en conversación con Alfa y Omega justo tres semanas después del ataque.
El purpurado valora especialmente la respuesta de la sociedad civil, que se explicitó en una «piña de solidaridad». Desde las personas que atendieron a los heridos en Las Ramblas poco después del atentado, a la disponibilidad del personal sanitario para reincorporarse al trabajo de las vacaciones. «Fue una corriente muy hermosa. Fue un momento de sufrimiento y en el que salió lo mejor, la virtud, de cada persona y de la sociedad en su conjunto», añade.
Son precisamente este compromiso y solidaridad de la sociedad civil que surgen tras situaciones como la vivida en Barcelona u otras ciudades a los que quiere dar continuidad la plataforma Pacto de Convivencia, integrada por entidades religiosas, entre ellas el Arzobispado de Madrid, la Comisión Islámica de España o las Comunidades Evangélicas, así como organismos civiles como la Plataforma Tercer Sector, la CRUE Universidades Españolas o el Colegio de Abogados de Madrid, entre otros. Nacida en marzo de 2016, quiere contribuir a dar respuesta desde la prevención de la radicalización y al apoyo a las víctimas. Tras los atentados de Barcelona, renovaron, además de la condena de manera absoluta y sin paliativos del terrorismo en todas sus manifestaciones, su compromiso por la construcción de la convivencia y la cohesión social, y el propósito de trabajar juntos para lograr una sociedad que anhela convivir en la pluralidad y el máximo respeto mutuo.
Ana Ruiz, coordinadora de la plataforma, explica a este semanario que la importancia de esta iniciativa reside en que «es la misma sociedad civil la que toma conciencia de que tiene un papel en la construcción de la convivencia», ya que, en ocasiones, se ha dejado en manos exclusivas de las administraciones, la política o las Fuerzas de Seguridad. «Queremos llegar a los ciudadanos normales y acabar con la indiferencia de los buenos de la que hablaba Martin Luther King», explica.
En este año y medio de trabajo, desde Pacto de Convivencia se trabaja en un programa de formación de líderes y que abordará la prevención de la radicalización o cómo atender mejor y apoyar a las víctimas. Además del trabajo conjunto, esta mesa común ha permitido que las diferentes entidades hayan iniciado contactos bilaterales para cuestiones concretas. El reto es mayúsculo y, según Ana Ruiz, «no nos podemos permitir fracasar».
La bendición del cardenal a víctimas musulmanas
Esta unidad en la diversidad que promueve Pacto de Convivencia se asienta en el conocimiento del otro, que hace que se eliminen prejuicios y falsas creencias sobre unos y otros. En el caso de Barcelona, la que ha quedado señalada es la comunidad musulmana, víctimas también del terrorismo de una célula yihadista, auspiciada por un imán y que contaba entre sus filas con un menor de edad. La sombra de duda acecha, lo mismo que la islamofobia. «Una cosa es el musulmán y otra cosa es el terrorista», explica el cardenal Omella, que añade que en todas las culturas y religiones hay terroristas. Palabras que refrenda con la experiencia en su visita a uno de los hospitales donde se recuperaban los heridos del ataque. En su recorrido, acompañado por su auxiliar, Sebastià Taltavull, se encontró con una familia musulmana que vivía en Francia. El padre estaba herido y el hijo, de apenas 3 años, inconsciente y repleto de tubos, se debatía entre la vida y la muerte. «Pudimos estar con esa familia llena de dolor y hacer oración. Al final, nos hablaban de Dios, nos decían insallah, que ojalá Dios nos diera la paz. Les di la bendición y lo agradecieron muchísimo. La diferencia de religión no nos dividió, nos unió», narra el arzobispo barcelonés, que reconoce que es una de las experiencias que más le han impactado estas semanas.
Y continúa con una reflexión: «Tenemos tendencia a poner frente a nosotros a los otros. Como no es como yo, es mi enemigo o rival. Debemos ver al otro como un hermano, porque por encima de las diferencias culturales, raciales, religiosas o de edad está la fraternidad. En la diversidad, si hay unión, hay riqueza. Lo contrario nos destruye como sociedad».
Clima de sospecha en Ripoll, cuna de los terroristas
En la localidad gerundense de Ripoll, lugar en el que se formó la célula terrorista auspiciada por el imán de la mezquita, pasan las semanas y la normalidad tarda en imponerse. La comunidad musulmana vive una especie de duelo, también estigma, porque de ella salieron los terroristas. Se han realizado manifestaciones, conciertos, Eucaristías… También las familias de los terroristas han gritado contra el terrorismo. Sin embargo, la desconfianza es la tónica general en una población de casi 11.000 habitantes con una comunidad musulmana de 700, explica a este semanario el párroco de Ripoll, Melitó Tubau. Tras el atentado, las cosas parecen haber cambiado un poco. Un paseo por la localidad le permite comprobar que la comunidad musulmana se cuida en las últimas semanas de no aparecer en público: «Los niños que con sus madres llenaban los parques infantiles ya no se ven, las mezquitas están cerradas… Supongo que esto se normalizará cuando los pequeños empiecen las clases», añade, aunque muestra preocupación sobre la situación de estos últimos en los centros escolares.
Y continúa: «Ahora están en situación de sospecha, pero los que vamos a la iglesia seguiremos confiando en ellos». En la rectoría, Melitó tiene contratada a una familia musulmana que se encarga de la limpieza. Habla con ellos con asiduidad y siempre le explican «que los musulmanes aman la vida, que están a nuestro lado, que lo que hacen los terroristas nada tiene que ver con la religión».
También en la Cáritas de la localidad catalana entabla contacto con la población musulmana, a la que ayudan en sus necesidades más básicas. En este sentido, el párroco ve un doble problema para la integración y la convivencia: por una parte, la marginación que sufren a nivel social y en los centros educativos, y luego su tendencia a relacionarse solamente con los suyos.