La hermandad - Alfa y Omega

No suele ser habitual que, de la noche a la mañana, más de una cincuentena de personas abandonen todos sus quehaceres familiares y laborales ante una llamada concreta. Pero la hermandad que tengo la inmensa suerte de compartir no solo es de palabra, sino de obra. Un martes se propuso una oración conjunta por la sanación de uno de los miembros de este cuerpo que formamos en mi parroquia. Un adolescente. Una pequeña persona con toda su vida por delante a la que la enfermedad atosiga sin un respiro. Un jueves llegaron los detalles: el monasterio, la beata diocesana con una historia brutal de liderazgo y poder de sanación, el lugar de milagros a 20 minutos de coche de casa. Un sábado a media mañana, una capilla llena de gente. Sorprendidos hasta los locales. «Venimos a rezar por nuestro hermano». Y fue así como toda una comunidad de personas, unidas por la fe, hincaron sus rodillas y pidieron con fervor la intercesión de la santa Juana por ese milagro tan anhelado que, de momento, no llega. Pero la hemorroísa fue la única que aquel día tocó el manto sabiendo que sería curada. Nosotros, en aquellas dos horas de oración, extendimos nuestra mano convencidos. Hágase.