La Hagadá de Sarajevo regresa a casa tras cinco siglos de exilio
El Centro Sefarad-Israel de Madrid expone hasta el 17 de diciembre una muestra de las ilustraciones de la Hagadá de Sarajevo, una de las obras maestras de la liturgia sefardí
Este libro lo ha visto todo. Ha conocido el exilio, la guerra, las persecuciones y la amenaza de la hoguera. Ha cruzado el mar y ha estado oculto en sótanos. Ha encontrado su sitio en casas particulares, en dos museos y en una mezquita. Lo quisieron destruir los nazis y los fascistas croatas. Sobrevivió al asedio de Sarajevo. Ha sido testigo del horror de la historia y de la maldad del hombre, pero también de la nobleza de quienes arriesgaron la vida para salvar sus páginas.
Gracias a la colaboración entre la Embajada de Bosnia y Herzegovina en España y el Centro Sefarad-Israel, en el madrileño Palacio de Cañete, puede admirarse una muestra de gran parte de las ilustraciones que contiene la Hagadá de Sarajevo decoradas con oro, así como una edición facsímil sumamente fiel al original creada por la editorial Rabic. La exposición es bellísima. Diseñada con las proporciones perfectas, la muestra comisariada por Goran Mikulic y por Jakob Finci, presidente de la Comunidad Judía de Bosnia y Herzegovina, permite descubrir el pasado, los detalles y los relatos de este libro fabuloso. Podrá verse hasta el 17 de diciembre.
En el judaísmo todo pasa por una narración, un relato, una memoria. Hagadá significa, en hebreo, historia. Propio de la fiesta de Pesaj, la Pascua judía, este libro recuerda la esclavitud en Egipto y la liberación gracias a la intervención de Yahvé. La recuerda, es decir, «la trae al corazón de nuevo». Lo que cuentan estas páginas no solo sucedió hace miles de años, cuando el Señor escuchó los lamentos de los israelitas sometidos a opresión en Egipto. Esto sucede cada noche de Pascua, cuando el niño pregunta al abuelo «por qué esta noche es diferente de todas las otras noches».
Esta obra deslumbrante, de miniaturas coloridas y delicadísimas, que vio la luz en el norte de España en algún momento del siglo XIV, acompañó al pueblo judío en Sefarad, en esta tierra, de la que fue expulsado hace cinco siglos por los Reyes Católicos y cuyo recuerdo alentaron los sefardíes desde la lejanía entristecida. Se siguieron casando según las leyes de Castilla. Mantuvieron la lengua –el endiamantado judeoespañol– y las recetas de cocina con «los siete modos de guisar la berenjena». Guardaron las bendiciones que desean «caminos de leche y miel». Siguieron cantando las canciones y los romances de aquella España que era también suya. La Hagadá de Sarajevo, pues, regresa a casa.
En Sarajevo, los sefardíes encontraron acogida y allí sentó sus reales la Hagadá, que terminó tomando el nombre de esta ciudad que tanto significa en la historia de Europa. Sarajevitas fueron los judíos que la conservaron. También merecía ser sarajevita –aunque había nacido en Trávnik– el musulmán Derviš Korkut. Orientalista, erudito, humanista, descendiente de una familia de ulemas y conservador del Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina, Korkut salvó la Hagadá de la destrucción a manos de los nazis y los fascistas croatas durante la Segunda Guerra Mundal. Sin embargo, Korkut no salvó solo un libro: también escondió a la joven judía Mira Papo, que vivió para dar testimonio de lo que ese hombre había hecho. En 1999, Yad Vashem lo reconoció como Justo entre las Naciones. Salvando aquella vida, en la mejor tradición de la sabiduría del Talmud, Korkut salvó el mundo entero. Este libro simboliza el espanto, pero también la grandeza de la condición humana que une al amanuense que escribió, al ilustrador que iluminó y al salvador de libros y de personas que dio ejemplo a la humanidad entera.