La guerra no es inevitable
Vemos sus piernas dobladas y queremos pensar que ahora, enseguida, tras la foto, echará a andar y a jugar, que es lo propio del niño y no la muerte, sobre todo esta muerte insoportable e injusta. Cada persona que muere es un escándalo que no podemos comprender. Porque no hemos nacido para eso
Las buenas imágenes son aquellas en las que la técnica es lo de menos. Lo mismo pasa con las películas o los cuadros: hay que ser muy bueno para que la compleja arquitectura que precisan pase completamente inadvertida y quede supeditada al verdadero objetivo de toda obra de arte, que es ser reflejo del bien, la verdad y la belleza. Dicho de otro modo: la forma debe estar al servicio del fondo, el cómo del qué y, sobre todo, del para qué. La imagen que ha ganado este año el World Press Photo muestra a Inas Abu Maamar, una mujer palestina que abraza el cuerpo de su sobrina Saly, de 5 años. La pequeña murió en un ataque israelí. Es una de los cerca de 35.000 palestinos que han perdido la vida desde que Israel iniciara la ofensiva militar contra Hamás como respuesta al ataque del grupo terrorista del 7 de octubre que le costó la vida a 1.200 israelíes. El rostro oculto de la mujer viva contiene más realidad de la que tendría si pudiéramos verlo. Lo intuido tiene siempre más fuerza que lo obvio. Ante un rostro dolido solo cabe la contemplación. Pero este sufrimiento que se nos oculta nos reclama que lo completemos, nos hace partícipes, nos pregunta: ¿Dónde estaría el cuerpo inerte de la pequeña antes de que su tía lo cogiera? Vemos sus piernas dobladas y queremos pensar que ahora, enseguida, tras la foto, echará a andar y a jugar, que es lo propio del niño y no la muerte, sobre todo esta muerte insoportable e injusta. Cada muerte es única. La humanidad no ha aprendido nada a pesar de que todos nos morimos, de que nos hacemos la guerra desde siempre. Cada persona que muere es un escándalo que no podemos comprender. Porque no hemos nacido para eso. Esa niña fue dada para vivir siempre y Dios quiera que así sea. Cada muerto de esta guerra es un muerto concreto, cada asesinado es una razón para pedirle a Netanyahu que pare esta atrocidad injusta y absurda. Que no sirve para nada, ya que, como dijo Chesterton, «el salvajismo tiene la gran virtud de la ineficiencia». ¿Por qué hemos asumido que la guerra es inevitable? La Iglesia ha pronunciado siempre una palabra valiente. La tuvo Juan Pablo II tras el 11S —aquella masacre terrible que inició la locura de la invasión de Afganistán— y la está teniendo ahora Francisco. Nos llaman buenistas porque desconocen qué es el bien. O porque ganan dinero con la guerra. ¿Quiénes? Aquellos cuyos hijos nunca mueren bajo las bombas. Buenista es el que solo enarbola pancartas de un lado y justifica la violencia cuando es hacia el otro. La Iglesia ama al uno y al otro y predica una paz sin ideología, que reside en la búsqueda del bien común y en la sagrada dignidad de cada persona. De cada vivo y de cada muerto. De esta pequeña de rostro oculto, de su tía que la abraza en nuestro nombre, de todos los que han muerto sin que hubiera nadie cerca para hacerles una foto.