La Gracia de Dios no es una ideología
A principios de septiembre, el Papa Francisco realizó un viaje pastoral a Colombia, donde mantuvo un encuentro con la comunidad jesuita. En este artículo, Antonio Spadaro SJ hace una crónica de la visita, recogiendo ejemplos de la interlocución entre el Santo Padre y las personas congregadas en el patio del santuario de san Pedro Claver
La presencia del Papa Francisco en Colombia, es un ejemplo más de su compromiso con la gente y su realidad. Es reseñable la espontaneidad de las conversaciones y el cariz esperanzador que tuvo la visita para quienes lo vivieron, el pueblo. El Santo Pueblo de Dios en el que se manifiesta la gracia, no puede basarse –afirma Spadaro– en una concepción lógica. No es una ideología, se trata de una «categoría mítica» que insta a actuar en lugar de argumentar.
Las preguntas realizadas por la comunidad y los jesuitas de Colombia, permitieron al Papa exponer de nuevo sus reflexiones filosóficas y teológicas. También le dieron la oportunidad de contestar a aquellos que, a su entender, mostraron un punto de vista equivocado respecto de la Exhortación apostólica postsinodal. Precisamente, puedes leer en nuestro Blog el artículo que publicamos recientemente sobre Amoris Laetitia.
El viaje apostólico del Papa Francisco a Colombia –vigésimo viaje de su pontificado– se realizó del 6 al 11 de septiembre de 2017. El 10 de septiembre visitó Cartagena de Indias, ciudad capital del Departamento de Bolívar que da al mar del Caribe al norte de Colombia. El Santo Padre fue, en primer lugar, a la plaza San Francisco de Asís, y luego de un recorrido por el barrio, saludando a la gente por el camino, se dirigió al santuario de san Pedro Claver. Luego de recitar el Ángelus en el claustro, ingresó al Santuario donde permaneció orando en silencio delante del altar que contiene las reliquias del santo.
Allí depositó un ramo de flores que le habían entregado dos niños. En la Iglesia se encontraban alrededor de 300 representantes de la comunidad afroamericana asistida por los jesuitas. El Papa entregó un regalo al Rector del Santuario. Al terminar, se dirigió al patio interno donde tuvo un encuentro privado con un grupo de 65 religiosos de diversas comunidades de la Compañía de Jesús.
Francisco fue recibido con un canto y aplausos. Se sentó y agradeció el encuentro. Riendo dijo –refiriéndose a la Compañía de Jesús– «me gusta encontrarme con “la secta”», provocando la hilaridad general. «Les agradezco lo que hacen en Colombia», dijo, y prosiguió: «Ayer tuve una alegría grande en Medellín: me encontré con Álvaro Restrepo, que fue Provincial en Argentina. Él, en Buenos Aires, venía al arzobispado con frecuencia a charlar… Es un gran hombre, de mucha bondad, mucha bondad. Bueno, yo estoy a disposición de ustedes. No quiero echar un discurso, así que si ustedes tienen alguna pregunta o algo que deseen saber, me lo dicen ahora, así va a ser mejor: ustedes me pinchan y me inspiran». Alguien del grupo pide la bendición, pero el Papa responde: «Al final, cuando dé la bendición final, los bendigo a todos».
El padre Carlos Eduardo Correa, SJ, Provincial de los Jesuitas en Colombia dijo: «Querido Papa Francisco, estamos muy contentos porque su mensaje en estos días en Colombia nos ha alentado en el compromiso por la reconciliación y la paz.
Queremos contarle que en todas nuestras obras queremos seguir impulsando estos procesos para que en el país vivamos la fraternidad del Evangelio y por eso agradecerle de corazón que nos anime, nos confirme en la fe y en la esperanza.
Muchísimas gracias y que Dios lo siga bendiciendo en su ministerio». Francisco le agradeció por sus palabras.
A continuación del Provincial el padre Jorge Humberto Peláez, SJ, rector de la Pontificia Universidad Javeriana, dirigió al Papa estas palabras: «Santidad, esto ha sido un regalo maravilloso porque Colombia ha estado hundida en la desesperanza. Con esta visita vamos a dar no un paso adelante, sino muchísimos más y cuente con la Universidad Javeriana y con toda la obra educativa y pastoral de los jesuitas para trabajar por la reconciliación. Gracias por esta visita esperanzadora su Santidad».
El padre Jorge Iván Moreno hace la primera pregunta: «Querido Francisco, soy el párroco de la Parroquia Santa Rita. Allí la gente lo aprecia y lo quiere mucho, y le dirigimos una carta hace unos días. Quisiera saber: a su paso por San Francisco, por esas comunidades del Pie de la Popa, ¿qué fue lo que más le llamó a Ud. la atención? Tengo entendido que es la primera vez que viene a Cartagena y me gustaría saber: Usted como Pontífice ¿qué vio a su paso por esa “otra” Cartagena, como la llamamos nosotros?».
Detengámonos en la pregunta, porque creo que me da pie para decir algo que me inquieta mucho. Lo que advertí, lo que me llegó y me tocó más, fue la espontaneidad de la gente. El pueblo de Dios no puso barreras a sus expresiones de calidez. Si uno se pusiera a hacer interpretaciones, se podrían encontrar mil maneras de interpretar este hecho. Pero era simplemente el pueblo de Dios saliendo a recibir. Para mí hay un signo claro de que no era una cosa preparada, con slogans preconfeccionados: el hecho de que la cultura propia de esas diversas partes del pueblo de Dios, de esas zonas por las que he pasado, se expresaba con toda libertad, alabando a Dios. Es curioso, lamentablemente, a veces nosotros tenemos la tentación de hacer la evangelización por el pueblo, para el pueblo, pero sin el pueblo de Dios. Todo para el pueblo, pero nada con el pueblo. Esta actitud deriva, en última instancia de una concepción liberal e iluminista de la evangelización. Y claro, la primera bofetada a esta visión la da Lumen Gentium: la Iglesia es el santo pueblo de Dios. Por esto, si queremos sentir la Iglesia tenemos que sentir al pueblo de Dios. Pueblo… ¡Hoy hay que tener cuidado cuando se habla de pueblo! Porque alguno dirá: «van a terminar siendo populistas» y se comenzará a hacer elucubraciones. Pero hay que comprender que «pueblo» no es una categoría lógica. Si se quiere hablar de pueblo con esquemas lógicos se termina cayendo en una ideología de tipo iluminista y liberal, o populista… Es decir, se termina por encerrar al pueblo en un esquema ideológico. Pueblo, en cambio, es una categoría mítica. Y para comprender al pueblo hace falta estar ahí metido, hay que acompañarlo desde adentro.
Ser Iglesia, santo pueblo fiel de Dios que está en camino, necesita pastores que se dejen llevar por esa realidad del pueblo que no es ideológica: es vital, es viva. La gracia de Dios que se manifiesta en la vida del pueblo no es una ideología. Seguro que acá hay varios teólogos que podrían explicarnos muchas cosas sobre la gracia, que son importantes y que es necesario que las conozcamos. Pero lo que yo quiero decir es que la gracia, en sí, no es una ideología: es un abrazo, es algo más grande. Cuando paso por lugares como este de Cartagena en los que la gente se expresa libremente me doy cuenta de que se expresa como pueblo de Dios. Ciertamente, es verdad que algunos afirman que el pueblo es supersticioso. Cuando sucede esto yo aconsejo ir a leer a Pablo VI, que en el número 48 de Evangelii Nuntiandi ponía en evidencia los riesgos, pero también las muchas virtudes del pueblo. Él decía que la religiosidad popular está abierta a la penetración de supersticiones.
Pero decía también que si está bien orientada es rica en valores y manifiesta la sed de Dios que solo los simples y los pobres pueden conocer. El pueblo de Dios tiene olfato. Por ahí no logra a veces expresarse bien, y a veces incluso se equivoca… Pero, ¿hay alguno de nosotros que pueda decir «te doy gracias Señor porque yo no me equivoqué nunca?». No. El pueblo de Dios tiene olfato. Y a veces nuestro rol de pastores consiste en estar metidos detrás del pueblo. El pastor tiene que asumir las tres actitudes: adelante, marcando camino, en el medio, para conocerlo, y detrás, para que ninguno se quede retrasado y para dejar que sea el rebaño el que busque el camino… Las ovejas olfatean el pasto bueno. El pastor tiene que moverse continuamente entre estas tres actitudes. Esto es lo que se me ocurrió decir frente a la pregunta.
«Buenas tardes su Santidad, yo soy Rodolfo Abello, encargado de la pastoral juvenil de la Provincia, y haré una pregunta en ese tono. ¿Hacia qué horizonte quiere que motivemos a nuestros jóvenes de espiritualidad ignaciana?».
Me sale, para decirlo un poco intelectualmente: meterlos en espiritualidad de Ejercicios. ¿Qué significa eso? Ponerlos en movimiento, en acción. Hoy la pastoral juvenil de pequeños grupos y de pura reflexión no funciona más. La pastoral de jóvenes quietos no anda. Al joven lo tienes que poner en movimiento: sea o no sea practicante, hay que meterlo en movimiento.
Si es creyente, te resultará más fácil conducirlo. Si no es creyente, hay que dejar que la vida misma sea la que lo vaya interpelando, pero estando en movimiento y acompañado; sin imponerle cosas, pero acompañándolo… en voluntariados, en trabajos con ancianos, en trabajos de alfabetización… en todos los modos que son afines a los jóvenes. Si nosotros ponemos al joven en movimiento, lo ponemos en una dinámica en la que el Señor le empieza a hablar y comienza a moverle el corazón. No seremos nosotros los que le vamos a mover el corazón con nuestras argumentaciones, a lo más lo ayudaremos, con la mente, cuando el corazón se mueve.
Ayer, en Medellín, conté un episodio muy significativo para mí porque que me salió del corazón. En Cracovia, durante un almuerzo con 15 jóvenes de diversas partes del mundo, junto al Arzobispo –en cada Jornada de la Juventud hay un almuerzo de estos– empezaron a hacer preguntas y se abrió un diálogo. Un muchacho, universitario, me preguntó: «Algunos de mis compañeros son ateos, ¿qué les tengo que decir para convencerlos?». La pregunta me hizo notar el sentido de militancia eclesial que tenía este joven. La respuesta que me vino fue clara: «Lo último que tienes que hacer es decir algo, lo último. Empieza a actuar, invítalo a que te acompañe y cuando él vea lo que haces y el modo como lo haces te va a preguntar, y ahí empieza a decir algo».
Lo que yo les digo es que metan a los jóvenes en movimiento, inventen cosas para que ellos se sientan protagonistas y así, después, se pregunten: «Qué pasa, qué me cambió el corazón, por qué salí contento?». Como en los Ejercicios: cuando uno se pregunta acerca de las mociones interiores. Obviamente, no les pregunten a los jóvenes qué mociones tuvieron porque no van a entender nada de su lenguaje. Pero dejen que les cuenten las cosas que han sentido, y a partir de ahí, involúcrenlos poco a poco. Ahora, para eso –como me decía el benemérito padre Furlong cuando me hicieron Provincial– hay que tener la paciencia de sentarse y escuchar al que te cuestiona y hay que saberse desenvolver cuando el que viene te quiere llevar a discusiones infinitas. Los jóvenes cansan, los jóvenes cuestionan, y hay que tener esa mortificación continua de estar siempre dispuestos a escucharlos. Pero para mí el punto clave es el movimiento.
El estudiante Jefferson Chaverra le hace al Papa esta pregunta: «Su Santidad, en primer lugar, quiero darle gracias por visitarnos y por estar en Colombia. En segundo lugar no quiero propiamente hacer una pregunta, sino una petición a nombre de todo el pueblo afrocolombiano, de todo el pueblo negro de Colombia. Quiero darle las gracias por tantos sacerdotes y obispos comprometidos con nuestras luchas y, así mismo, pedirle a usted y en su nombre a toda la Iglesia, que nosotros los negros necesitamos en Colombia todavía un mayor acompañamiento y un mayor compromiso por parte de la Iglesia, porque nuestro dolor y nuestro sufrimiento como pueblo negro sigue siendo muy grande, y los obreros siguen siendo pocos, su Santidad. La mies sigue siendo abundante y los obreros pocos. Muchas gracias».
Lo que dices es verdad. En el discurso que dí a los obispos hablé sobre esta realidad que has tocado. Hay un carisma base del jesuita colombiano: es una persona y se llama Pedro Claver. Creo que Dios nos ha hablado a través de este hombre. Me impresiona que era apenas un muchachito, delgado, un joven jesuita en formación, que hablaba con el viejo portero. Y el viejo alimentaba sus aspiraciones. Qué lindo sería que nuestros viejos en la Compañía se pusieran a la vanguardia y los jóvenes fueran los que van detrás de ellos: así se cumplirían las palabras de Joel: «Los viejos soñarán y los jóvenes profetizarán». Así que es necesario profetizar, pero hablando con los viejos.
El padre Jorge Alberto Camacho, párroco de la Parroquia San Pedro Claver, dice al Papa: «Su Santidad, muchas gracias por estar con nosotros. Usted le acaba de hacer al santuario un regalo y nosotros desde el santuario queremos hacerle tres pequeños regalos. Uno es el proceso de canonización de san Pedro Claver, donde está todo aquello que lo hizo santo, sus gestos que –como los suyos– nos animan a trabajar. El padre Tulio Aristizábal, que es el decano de nuestra comunidad en Cartagena, con 96 años, estudioso de san Pedro Claver, le va a entregar el libro». El padre Tulio Aristizábal se pone en pie y, conmovido, le dice: «Mi padre Superior me ha indicado que como presente le entreguemos la traducción del libro del proceso de canonización de san Pedro Claver. Contiene una parte que es verdaderamente interesante: la declaración bajo juramento de más de treinta esclavos que dicen quién fue Pedro Claver. A mi manera de ver, se trata de la mejor biografía del santo. La pongo en sus manos». El Papa le agradece. El padre Jorge Alberto Camacho prosigue: «Su Santidad, el otro regalo que hemos preparado para usted es un programa que impulsamos aquí desde hace tres meses. Lo llamamos la Ruta Verde del papa Francisco, y lleva la Encíclica Laudato si’ a los barrios populares. Como signo de este camino, queremos regalarle la cartilla que hemos usado con los chicos en los barrios y la camiseta de la Ruta Verde. Al final, le pediremos a su Santidad que, junto a los objetos, bendiga también los arbolitos de la Ruta Verde, que son árboles nativos y frutales que hemos sembrado en la ciudad».
El padre Vicente Durán Casas, se pone en pie para hacer otra pregunta: «Santo Padre, de nuevo muchas gracias por su visita. Yo soy profesor de filosofía y me gustaría saber, en nombre también de mis colegas profesores de teología, ¿qué espera su Santidad de la reflexión filosófica y teológica en un país como el nuestro y en la Iglesia en general?».
Yo diría, para comenzar, que no sea una reflexión de laboratorio. De hecho, hemos visto el daño que nos terminó haciendo la grande y brillante escolástica de santo Tomás, cuando fue decayendo, decayendo, decayendo… hasta convertirse en una escolástica de manual, sin vida, mera idea, que se tradujo en una propuesta pastoral casuística. Al menos, en nuestra época fuimos formados en esta línea… Diría que era bastante ridículo que, para explicar la continuidad metafísica, el gran filósofo Losada hablara de los puncta inflata… Para demostrar este tipo de cosas se caía en el ridículo. Era un gran filósofo, pero decadente, de vuelo rastrero. Pero era un grande de esa época…
Por tanto: la filosofía no en laboratorio, sino en la vida, en el diálogo con lo real… En el diálogo con lo real encontrarás, como filósofo, a los tres trascendentales que hacen la unidad, pero con nombre concreto. Recordemos las palabras de nuestro gran escritor Dostoyevski. Como él tenemos que reflexionar sobre qué belleza nos salvara. Sobre la bondad y la verdad.
Benedicto XVI hablaba de la verdad como encuentro, o sea, ya no una clasificación sino un camino. Siempre en diálogo con la realidad, porque no se puede hacer filosofía con la tabla de logaritmos, que, por otra parte, ya no se usa más. Y vale también para la teología, lo cual no quiere decir «bastardear» la teología, al contrario. La teología de Jesús era la cosa más real de todas, partía de la realidad y se elevaba hasta el Padre. Partía de una semillita, de una parábola, un hecho… y ahí explicaba. Jesús quería hacer una teología profunda y la realidad grande es el Señor. A mi me gusta repetir que para ser buen teólogo, además de estudiar, dedicarse, ser despabilado y captar la realidad, hay que reflexionar las cosas de rodillas. Un hombre que no ora, una mujer que no ora, no puede ser teólogo o teóloga. Será el volumen del Denzinger hecho persona, sabrá todas las doctrinas habidas y por haber, pero no hará teología. Será un compendio, un manual en el que está todo. Pero hoy la cuestión es cómo expresas tú quién es Dios, cómo se manifiesta el Espíritu, las llagas de Cristo, el misterio de Cristo a partir de la carta a los Filipenses 2, 7 en adelante… Cómo explicas esos misterios y los vas explicando y cómo vas enseñando ese encuentro que es la gracia. Como cuando lees a Pablo en la Carta a los Romanos, donde está todo el misterio de la gracia y necesita que se explique.
Aprovecho esta pregunta para decir una cosa que creo que la debo decir en justicia y también por caridad. Porque escucho muchos comentarios –respetables porque los dicen hijos de Dios, pero equivocados– sobre la Exhortación apostólica postsinodal. Para entender Amoris Laetitia hay que leerla de principio a fin. Empezar con el primer capítulo, continuar por el segundo… y así siguiendo… y reflexionar. Leer qué cosa se ha dicho en el Sínodo.
Una segunda cosa: algunos sostienen que la moral que que está a la base de Amoris Laetitia no es una moral católica o, al menos, que no es una moral segura. Ante esto quiero reafirmar con claridad que la moral de Amoris laetitia es tomista, la del gran Tomás. Pueden hablar de esto con un gran teólogo, entre los mejores de hoy y entre los más maduros, el cardenal Schönborn. Esto lo quiero decir para que ayuden a la gente que cree que la moral es pura casuística. Ayúdenlos a darse cuenta que el gran Tomás tiene una riqueza muy grande, capaz también hoy de inspirarnos. Pero de rodillas, siempre de rodillas…
El Santo Padre, antes de retirarse dio la bendición a los jesuitas pidiéndoles que no se olvidaran de rezar por él. Después de algunas fotos y saludos se dirigió hacia el Monasterio de Santo, donde almorzó con el séquito papal.