La gloria y la encina
La Biblioteca Castro acaba de publicar una cuidadísima edición de la poesía completa de fray Luis de León, el primer humanista que logró situar el castellano a la altura de las lenguas clásicas, forjando un estilo que serviría de modelo a las siguientes generaciones
Menéndez Pelayo apreció en la obra de fray Luis de León «una mansa dulzura» y «un sabor anticipado de la gloria», pero lo cierto es que también se advierte la huella del dolor y la insatisfacción. En la segunda oda a su amigo Felipe Ruiz, habla de una encina «despedazada» y «desmochada» por «un hacha poderosa». Horacio, al que tanto admiraba, habló de una encina, pero la situó en una tierra esponjosa y fértil. En cambio, fray Luis la coloca en un «alto risco». Herida y mutilada, todo indica que el hacha que se ha ensañado con ella no simboliza el azar, sino la incomprensión y la injusticia. Después de pasar por las celdas del Santo Oficio, el agustino se adentró en el pesimismo. En la tercera oda a Felipe Ruiz, se pregunta: «¿Cuándo será que pueda / libre de esta prisión volar al cielo…?». No se trata del teresiano «muero porque no muero», sino de un lamento. Así lo estima Dámaso Alonso.
De orígenes judeoconversos, fray Luis nació en 1527 en Belmonte (Cuenca). Conoció el clima aperturista de la España de Carlos V, donde floreció el Humanismo y el Renacimiento, pero la Reforma luterana provocó que Felipe II concediera prioridad a la defensa del catolicismo, revertiendo las reformas impulsadas por su padre. Esa involución causó un hondo pesar en fray Luis, pues puso bajo sospecha la Antigüedad clásica. Poeta y filólogo, pulió cuidadosamente su concepción de la belleza, tomando como modelos a Píndaro, Horacio y Virgilio. Aunque era fiel a la Iglesia, se interpretó su traducción del Cantar de los Cantares como un desafío a la Vulgata de san Jerónimo. Habría vertido el libro desde el hebreo original, sin la autorización preceptiva, alegando que solo lo había hecho para que su prima, la monja Isabel de Osorio, pudiera leer la obra, pues no sabía latín.
El Santo Oficio lo mantuvo en prisión cinco años, pero finalmente le absolvió de todos los cargos. Cuando volvió a la Universidad de Salamanca, inició su primera clase con un alarde de imperturbabilidad estoica: «Decíamos ayer». ¿Leyenda o realidad? Ese laconismo coincide con su evolución desde un optimismo horaciano hacia un desengaño que preludia el Barroco, con su desprecio de la vanidad humana (vanitas vanitatum) y su exacerbada conciencia de la muerte (memento mori). Fray Luis sufriría un segundo proceso inquisitorial por su interpretación de la libertad humana. Esta vez recibió una amonestación. Poco antes de morir fue elegido provincial de Castilla de la Orden de San Agustín, pero al poco enfermó gravemente. El 23 de agosto de 1591 falleció en la localidad abulense de Madrigal de las Altas Torres. Fue el primer humanista que logró situar el castellano a la altura de las lenguas clásicas, forjando un estilo que serviría de modelo a las siguientes generaciones.
Como advirtió Dámaso Alonso, fray Luis anheló una visión mística que jamás llegó a producirse. Su erudición se reveló un camino menos fructífero que la espontaneidad de santa Teresa de Jesús, una mujer no tan docta pero mucho más intuitiva. El religioso no llegó a conocer a la reformadora del Carmelo, pero sus libros y sus fundaciones despertaron su admiración. En 1587, seis años después de su muerte, escribió la carta-prólogo a Los libros de la madre Teresa de Jesús, que incluía El Libro de la Vida, Camino de perfección, Las moradas o el castillo interior y otros escritos dispersos. Fray Luis destaca la delicadeza e ingenio de la carmelita descalza, afirmando que su «elegancia desafeitada» no conoce igual entre sus contemporáneos. Es el tono adecuado para reflejar sus experiencias místicas, un privilegio que él no ha llegado a conocer. Se nota la contrariedad de no haber transitado por esa «escondida senda».
La Biblioteca Castro acaba de publicar una cuidadísima edición de la poesía completa de fray Luis de León. Con una esclarecedora introducción de José Palomares, constituye una magnífica oportunidad para adentrarse en una obra que utiliza la lira garcilasiana para fundir erudición bíblica, cultura grecolatina y un cristianismo de inspiración erasmista. Se conoce a fray Luis sobre todo por su «Oda a la vida retirada», que se interpreta como una variación del beatus ille de Horacio, pero quizás la composición que mejor refleja su poética es la «Oda a Francisco Salinas», famoso organista.
La encina sigue ahí, herida, pero la música escuchada en el órgano de la catedral de Salamanca se perfila como el bálsamo definitivo. Su belleza es un reflejo de la música celeste del gran maestro, Dios. A pesar de sus miserias, el ser humano es la imagen de su Creador y, por tanto, un microcosmos que contiene la totalidad de lo real. La «escondida senda» no es un camino del mundo exterior, sino un itinerario interior. Fray Luis lo descubrió demasiado tarde, pero nos dejó sus poemas para ayudarnos a completar el recorrido que él dejó a medias.
Fray Luis de León
Biblioteca Castro
2021
428
45 €