Rod Dreher, autor de La opción benedictina: «La gente necesita comunidades fuertes y bellas»
«Vivimos plenamente la liturgia. Ayunamos y celebramos la fe. Nos casamos y casamos a nuestros hijos. Encontramos a otros como nosotros y construimos comunidades. No lo hacemos para salvar el mundo, sino porque nos sabemos necesitados de una comunidad. Contribuimos a que la ciudad viva en paz. Damos la bienvenida a los recién nacidos. Leemos la Biblia y hablamos a nuestros hijos de los santos, y también de Ulises, de Don Quijote y de Frodo y Gandalf. Trabajamos, rezamos, nos confesamos, acogemos a los forasteros y cumplimos los mandamientos». Es La opción benedictina (Ediciones Encuentro), del periodista norteamericano Rod Dreher, «el libro religioso más discutido e importante de la última década» según The New York Times.
Dreher toma el ejemplo de san Benito, que en plena decadencia del Imperio romano se retiró y acabó construyendo comunidades prósperas en lo religioso, en lo cultural y hasta en lo económico. Hoy vivimos un cambio de época y estamos asistiendo a «los dolores de parto de la Iglesia del futuro», según Dreher, por lo que propone cosas como estas: «Apártate de la cultura dominante, quítate el móvil de encima, lee libros, juega, haz música, cena con tus vecinos. No basta con rehuir lo que es malo, hay que abrazar lo bueno. Funda un grupo en tu parroquia, planta un huerto y participa en el mercado local, enseña a tus hijos a tocar un instrumento y anímales a montar una banda, hazte voluntario…».
¿Qué tiene de original su propuesta?
Me lo han preguntado alguna vez, se supone que son cosas ya conocidas. Y es verdad, lo que pasa es que parece que se nos ha olvidado. Mira a los monjes: toda su vida gira en torno a la fe. Toda, no solo una parte, y esto es importante. El núcleo de mi propuesta es vivir una vida cristiana ordinaria y normal, rezar, ayunar, leer las Escrituras…
De aquí a 20 años, ¿hay alguna otra opción para Iglesia y para las familias distinta de la que usted propone?
Yo no veo otra. Y si alguien tiene una idea mejor, que me la diga, porque soy padre de tres hijos que están creciendo en una sociedad poscristiana, y necesitamos respuestas.
Quizá su comparación con los monjes puede hacer a alguien pensar que su sugerencia tiene que ver con construir guetos para cristianos, o burbujas para que nuestros hijos vivan sobreprotegidos…
Primero: nosotros los laicos no somos monjes. Estamos llamados vivir en el mundo. Pero si queremos hacerlo como creyentes, entonces tenemos que vivir de una manera más monástica.
¿Qué quiere decir?
Este mundo es cada vez más hostil al cristianismo, tanto de manera activa como pasiva. Si no conformamos nuestro corazón y nuestra mente de acuerdo al Evangelio y a las enseñanzas de la Iglesia, entonces no tendremos nada sobre lo que asentarnos. Los benedictinos de Nursia, por ejemplo, reciben miles de peregrinos al año, pero reservan sus ratos de oración y de vida en común según la regla. Los laicos también debemos reservar nuestro espacio para la formación espiritual y la contemplación, para la familia, para la comunidad, para ser de verdad cristianos. Si nos asimilamos por completo al mundo, perderemos lo que nos hace genuinamente cristianos. Pero esto no quiere decir que tengamos que resistir, o que tengamos que evadirnos del mundo, porque si nos separamos de él por completo, entonces estaríamos fallando a nuestra misión.
Entonces, ¿no es un cristianismo a la defensiva?
En absoluto. ¿Has visto la película Dunkerque? Los ingleses están atrapados en una playa. Si atacan de frente, les van a masacrar. Si se quedan esperando que el peligro pase, les van a masacrar. La solución es ir a rescatarlos, volver a casa, coger fuerzas…, y luego volver para combatir. Ese es el meollo de la opción que propongo: reconstruirnos y fortalecernos para construir el mundo mejor.
¿Qué signos visibles ha de tener una familia, una comunidad o una parroquia que lleve vida cristiana sana y fecunda?
Para mí, la familia debe estar en el centro, pero también hay muchas personas que por una razón u otra no encuentran alguien para casarse. Ellos deben formar parte de la comunidad y debemos abrirles los brazos.
Sobre las parroquias, encuentro que la mayoría de ellas no tiene una identidad fuerte, una oferta de sentido poderosa. Por eso, además de ir a la iglesia, la gente necesita formar parte de un movimiento concreto, de una comunidad más o menos formal, porque la vida parroquial me parece que está agonizando…
Hace poco, en España, una persona me dijo que la Iglesia está tratando de acercarse a la gente del siglo XXI con un modelo eclesial del Concilio de Trento. No va a funcionar, tenemos que hacer algo diferente. Tenemos que plantearnos cuestiones que son incómodas, como por ejemplo por qué los jóvenes se están yendo en masa de la Iglesia.
Usted se define claramente como un «cristiano conservador». ¿Qué pasa con los cristianos que viven su fe con otros acentos, a los que todo esto les suena como algo cerrado y excluyente?
Cuando trabajaba en Italia, se me acercó un hombre que se definía a sí mismo como progresista. Enseñaba religión en un instituto, y me reconocía que «lo que estamos haciendo no funciona, tenemos que hacer algo diferente. Quizá tu opción pueda ser una buena opción».
¿Y los alejados? ¿Cómo llevar esta forma de vida y la fe a los que están fuera del Arca? ¿Cómo conciliar la que llama opción benedictina con la llamada a la evangelización?
Debemos evangelizar, eso es incuestionable, pero no podemos dar al mundo lo que no tenemos. Escribiendo este libro entré en contacto con cristianos de muchas confesiones y me di cuenta de que pocos saben qué es la fe y lo que implica. No saben cómo comunicar la fe en este mundo moderno, y basan su fe casi exclusivamente en la emotividad. Eso no puede resistir los vientos de la modernidad.
Hay mucha gente sola ahí fuera que necesita a Dios, y que necesita comunidades de cristianos que sean fuertes y bellas. Solo podemos llevarles a Cristo en la medida en que vivimos vidas que se lo muestran de alguna manera, vidas que escapan al consumismo y al individualismo. Si no, solo podremos ofrecerles palabras.
Así evangelizaban los monjes en la Edad Media: la gente se reunía en torno a ellos porque vivían un vida distinta.
Eso es. En mi país conocí la comunidad Alleluia, formada por católicos y protestantes. Y en Italia la comunidad de los Tipi Loschi lleva una vida tan llena de amor, tan normal… Son fieles al magisterio de la Iglesia, sin ninguna amargura. Cuando les conoces, piensas: «Yo quiero tener lo que ellos quieren, toda esa alegría». Trabajan juntos, rezan juntos, hacen misión, ayudan a la gente… Hay muchas pequeñas comunidades de creyentes que son un signo para estos tiempos. Son semillas que dan mucho fruto porque tienen raíces muy fuertes.
Es algo que tiene más que ver con la belleza que con las palabras…
Benedicto XVI decía que los mejores argumentos de la Iglesia son los artistas y los santos: la belleza y el bien. La gente puede rechazar tus razones, pero nadie puede negar el bien o la belleza. Solo después podemos llevarles a la persona de Cristo.
Hablemos de política…
¿Tenemos que hacerlo? [risas]
Me temo que sí [risas]. En España, quizá como en su país, solemos esperar mucho de la política. Durante años, los cristianos hemos tenido muchas expectativas que los partidos políticos no suelen cumplir. Usted en cambio propone una nueva actitud política que no se reduce necesariamente a las elecciones.
La política por sí sola no va resolver nuestros problemas. Los cristianos estamos perdiendo cada vez más influencia en este campo. Quizá nos tendríamos que centrar en construir nuestras comunidades locales, la polis en sentido estricto: mejorar nuestro vecindario, ayudar a nuestros vecinos que sufren, hacer comunidad… ¡Eso es política! En lugar de enfadarte con los políticos que salen en la televisión, sal de casa, habla con tu vecino, aunque no piense como tú. Eso es política.
Además, en los últimos años, el ambiente se ha polarizado mucho. Ahí los cristianos debemos ser un signo de contradicción en medio de tanto odio.
¿Por dónde sugeriría empezar a alguien a quien le atraiga esta propuesta de vida?
Arrepiéntete. Cambia tu forma de vivir. Reconoce dónde estás y que quieres hacer algo diferente. Haz una peregrinación con personas a las que le pase lo mismo. Juntos. En el pasado, los cristianos vivían la vida como peregrinos. Hoy, como turistas. Sacerdotes y laicos debemos retomar nuestra peregrinación.
«Los contextos de Estados Unidos y Europa son distintos, por lo que los diagnósticos de la situación necesariamente son distintos», matiza para Alfa y Omega Agustín Domingo Moratalla, profesor de Filosofía Moral y Política de la UIMP-Valencia al hablar de La opción benedictina, para el que ha escrito el prólogo a su versión en español. «Lo que sucede es que a nivel cultural se está produciendo una convergencia motivada por la globalización», lo que hace que la propuesta de Dreher sea «un planteamiento muy atractivo y auténtico de la esencia de la vida cristiana», una opción «buena y legítima» en el «mercado espiritual actual», indicada sobre todo para «familias y matrimonios que quieran reflexionar y trabajar juntos».
Para Moratalla, «estamos carentes de opciones de relevancia cultural. Esta es una: discutámosla y enriquezcamos el debate eclesial, hablemos, porque no andamos sobrados de propuestas».
Sobre las cuestiones de fondo que planean sobre el libro, defiende junto al autor «la necesidad de la libertad de educación, porque la batalla cultural y política pasa por ahí», al mismo tiempo que aboga por «fortalecer la presencia de las Iglesias en el espacio público, porque estamos hartos de una laicidad mal entendida en la que las administraciones se desentienden de las religiones».
Por ello, coincide con Dreher en la urgencia de «recuperar los vínculos y darle cuerpo a la familia humana. La tarea cultural mas importante que tenemos por delante ahora es reforzar los vínculos comunitarios en esta sociedad tan atomizada. Esto no nos sitúa en la trinchera sino en la primera línea de fuego. Pero no podemos estar solos, necesitamos detrás una vida comunitaria».
En este sentido, ambos convergen que «las parroquias se nos quedan pobres; faltan comunidades de memoria, por eso los movimientos atraen tanto a la gente», dice Moratalla.
Ahora, el reto es «hacer una Iglesia en salida que entre en la periferia. Es el imperativo del Papa Francisco. Recluirse es lo fácil, nos sobran pueblos en España si quisiéramos crear comunidades cristianas». Se trata entonces de crear comunidades fuertes que vivan en dimensión de salida: «tenemos que estar en el debate cultural, como contemplativos en la acción, llevar ilusión a la gente que lo está pasando mal en nuestro entorno, sin clericalismos y aspirando a lo mejor, a llevar una vida excelente en sentido clásico, de nobleza espiritual».