No hace mucho pasé por delante de una televisión y escuché una voz que proclamaba: «El celibato es la causa de la corrupción de la Iglesia». Quedé desconcertado. Miré a la pantalla y me encontré con cinco tertulianas, ante un cartel con la inscripción Amigas y conocidas, que comentaban sonrientes la respuesta del Papa al periódico alemán Die Zeit: «Debemos analizar si los viri probati son una posibilidad y también debemos establecer cuáles tareas podrían asumir, por ejemplo en comunidades aisladas». Una afirmación tan matizada y que ha sido planteada por los últimos Papas con motivo de la situación dramática de tantas comunidades que no pueden participar de la Eucaristía por la disminución drástica de sacerdotes, dio paso a una manifestación frívola y decididamente falsa: «El celibato es la causa de la corrupción existente en la Iglesia», olvidando que, desde los primeros tiempos, el cristianismo ha valorado la castidad de aquellos de sus miembros que hayan decidido entregar su vida al servicio del Señor y de la comunidad. Por otra parte, atreverse a relacionar los actos de pederastia con la práctica del celibato de los sacerdotes supone desconocer que en no pocos núcleos familiares, por desgracia, los padres caen en ese pecado. Sorprendente, también, la atrevida afirmación de otra tertuliana de que en el protestantismo el matrimonio de sus clérigos había acabado con esa práctica.
No acabaron aquí las manifestaciones del animado encuentro. Una de ellas, desconozco sus nombres, no dudó en ofrecer esta lección magistral. «La imposición del celibato se debió a los muchos hijos que los clérigos casados tenían en el pasado, por lo que el patrimonio eclesial disminuía al dividirlo entre ellos». Una tercera tertuliana, más serena y equilibrada, se refirió a un concilio del siglo VI en el que, a su parecer, se impuso la norma. Efectivamente en este siglo y en otros antes y después se animó a los sacerdotes a vivir el celibato, no siempre con éxito, pero hay que recordar que el convencimiento y la decisión de que los sacerdotes como los religiosos y religiosas fueran célibes y guardaran la castidad surge en los mismos orígenes de la Iglesia. De hecho, en el concilio de Iliberis o Elvira, en los primeros años del siglo IV, se da por supuesto el celibato de los sacerdotes.
Resulta evidente la popularidad de las tertulias, pero debemos ser conscientes de que, demasiado a menudo, resultan de una frivolidad llamativa.