La fe, Jesús, llena nuestra vida - Alfa y Omega

La fe, Jesús, llena nuestra vida

El Año de la fe comienza ya resplandeciendo en María Isabel, la niña curada milagrosamente por intercesión de santa Carmen Sallés. «Me sorprendo por haber sido elegida para la manifestación del poder de Jesús», dice, en una entrevista con este semanario. Su familia espera que el milagro será «una ayuda para los que no tienen fe»

Alfonso Simón
Ceremonia de la canonización.

«Cuando tenía tres años, era una niña sana, alegre y llena de vida; y, de pronto, se me presentó un cansancio, una fatiga que me impidió moverme con agilidad, me quedé con la cara torcida y babeando mucho. Si me preguntan cómo me sentía en ese momento, no lo podría decir, porque no recuerdo casi nada; lo que sí sé muy bien es lo relatado por mis padres. Cada vez que lo escucho, puedo sentir la angustia que todos experimentaron, y me sorprendo imaginando a tantas personas de la familia y del colegio que se unieron en oración por mí, haciendo la novena a la Madre Carmen Sallés pidiendo mi curación»: así lo contaba, el pasado sábado, María Isabel, ahora una jovencita de dieciséis años, en la Vigilia festiva de oración y de acogida a los peregrinos, llegados a Roma de todo el mundo, de su colegio María Inmaculada, de Sao Paulo, en Brasil, y de los numerosos colegios y comunidades concepcionistas a lo largo y ancho de América, Europa, África y Asia, para asistir, el domingo, a la canonización de la fundadora de las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza.

María Isabel, junto al cuadro de la Madre Sallés, en su colegio de Sao Paulo.

La madre de María Isabel, Renata, fue alumna también de las Concepcionistas, y a su colegio de Sao Paulo llevó a su niña desde sus primeros pasos. En mayo de 2000, estando en la clase de las más pequeñas, sufrió un accidente cerebro-vascular isquémico, que le causó parálisis facial y le hizo perder fuerza en brazo y pierna izquierdos. No había medicamentos para revertir la situación, y sólo restaba un largo proceso de rehabilitación física y logoterapia.

«Siempre he tenido gran fe —afirma Renata—. Yo confiaba el caso de mi hija a los médicos, pero sobre todo a Dios». Hacía tan sólo dos años que el Papa Juan Pablo II había beatificado a Carmen Sallés, y, empezando por las pequeñas compañeras de María Isabel, sus padres y familiares, y el colegio entero, iniciaron la novena a la ya Beata Carmen Sallés, pidiendo su intercesión para la curación de María Isabel. «A los cinco días, sin haberse iniciado ningún tipo de tratamiento —cuenta su madre—, empezamos a notar los primeros signos de la regresión de los síntomas; y, a los pocos días, la niña estaba completamente recuperada». Es éste el milagro, tras las exigentes comprobaciones médicas, aprobado para llegar al final del proceso de la canonización de Carmen Sallés.

¿Qué has sentido en la ceremonia de la canonización?
Una emoción muy grande. Me gustaría corresponder a todo el cariño que tantas personas me han mostrado, en estos años y especialmente en estos días. ¡He recibido tanto! Quisiera corresponder, devolver a todos igualmente mi cariño.

¿Qué ha sido lo más grande que te ha sucedido en la vida: la curación, o conocer a Jesús?
Me sorprendo, sobre todo, por haber sido elegida para la manifestación del poder de Jesús en mi curación, y yo no he tenido que conocer a Jesús. He nacido y vivido siempre con fe. Jesús forma parte de la vida cotidiana de mi familia. La fe, Jesús, llena nuestra vida. En todo momento está con nosotros, y nosotros con Él.

¿Quién es la Virgen para ti?
Es lo más cercano que se pueda tener. La siento como Madre, como protectora. Me da seguridad, y confío siempre en ella.

¿Y santa Carmen Sallés?
Siento hacia ella una inmensa gratitud. Es mi amiga, alguien de la familia. María es la Madre y protectora; y Carmen Sallés es la amiga e intercesora.

«No puedo describir la alegría y la gratitud que sentí cuando vi a mi hija recuperada», confesaba también, el pasado sábado, Luciano, el padre de María Isabel. Y, tras la Misa de la canonización, me decía: «Estos milagros los regala el Señor a los que tienen fe». —«Como relatan los evangelios —le añadí yo—: una vez hecho el milagro, Jesús decía siempre ¡Tu fe te ha curado!». —«¡Sobre todo, la de su madre!», exclamó con toda espontaneidad Luciano, mostrando a continuación una fe no menos grande: «Y estos milagros son una ayuda para los que no tienen fe».

La fe de toda la familia se me iba haciendo cada vez más palpable, y la ratificaba María Isabel con cuantos se acercaban a hablar con ella.