Los cristianos, cuando rezamos el Credo, estamos afirmando que nos fiamos de Dios y que estamos convencidos de que sus palabras son verdad y vida. Al decir Creo, estamos expresando una convicción que debería afectar a lo más profundo de nuestra existencia y de nuestros comportamientos. Gracias a la luz de la fe, que nos viene de Jesucristo, podemos ver que nuestra vida tiene sentido.
Ahora bien, tendríamos que preguntarnos: ¿Por qué podemos confiar en Dios? ¿Cuál es la última razón de nuestra fe? La fe cristiana es, ante todo y sobre todo, un regalo de Dios al hombre. El Señor, presente en lo más profundo de nuestro corazón, es quien nos llama, nos mueve a buscarle, nos ayuda a descubrir la necesidad que tenemos de su salvación y nos atrae hacia Él.
Por lo tanto, la fe no consiste principalmente en la adhesión a unos contenidos doctrinales o a unas enseñanzas morales, sino a una Persona, que tiene la capacidad de seducirnos y transformarnos interiormente.
Aunque estos conocimientos de las verdades de la fe ciertamente son necesarios, sin embargo no son lo primero. Puede haber personas que sepan muchas cosas de Dios y, sin embargo, no están dispuestas a seguirle.
La fe cristiana es la respuesta confiada a una Persona, que nos invita a entregarle la vida, porque nos ama con amor infinito. El Papa Benedicto XVI, refiriéndose a esta capacidad de Dios para orientar nuestra vida a partir del encuentro personal con Él, afirma que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».
Esta orientación decisiva en sus vidas la vivieron los discípulos de Jesús y miles de cristianos a la largo de la Historia. Hoy, cada uno de nosotros podemos dejarnos transformar por el mismo Dios en lo más profundo de nuestro corazón, puesto que Él sigue saliendo constantemente a nuestro encuentro a través de su Palabra, de los sacramentos, del testimonio creyente de los hermanos y de las maravillas de la naturaleza, para hablarnos y para regalarnos su amor y para ofrecernos su salvación.