Queridos jóvenes:
Qué bien se está aquí, exclamó Pedro, después de haber visto al Señor Jesús transfigurado, revestido de gloria. ¿Podemos repetir también nosotros esas palabras? Pienso que sí, porque para todos nosotros es bueno estar aquí hoy, en torno a Jesús. Él es quien nos acoge y se hace presente en medio de nosotros, aquí en Río. Y en el Evangelio hemos también escuchado las palabras del Padre: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadlo». Por tanto, si por una parte es Jesús el que nos acoge; por otra, también nosotros queremos acogerlo, ponernos a la escucha de su palabra, porque precisamente acogiendo a Jesucristo, Palabra encarnada, es como el Espíritu nos transforma, ilumina el camino del futuro, y hace crecer en nosotros las alas de la esperanza para caminar con alegría (cf. encíclica Lumen fidei, 7).
Pero, ¿qué podemos hacer? Bota fe – Pon fe. La Cruz de la JMJ ha gritado estas palabras a lo largo de su peregrinación por Brasil. ¿Qué significa Pon fe ? Cuando se prepara un buen plato y ves que falta la sal, pones sal; si falta el aceite, pones aceite… Poner, es decir, añadir, echar. Lo mismo pasa en nuestra vida, queridos jóvenes: si queremos que tenga realmente sentido y sea plena, como vosotros deseáis y merecéis, os digo a cada uno y a cada una de vosotros: Pon fe y tu vida tendrá un sabor nuevo, la vida tendrá una brújula que te indicará la dirección; pon esperanza y cada día de tu vida estará iluminado y tu horizonte no será ya oscuro, sino luminoso; pon amor y tu existencia será como una casa construida sobre la roca, tu camino será gozoso, porque encontrarás tantos amigos que caminan contigo. ¡Pon fe, pon esperanza, pon amor!
Pero, ¿quién puede darnos esto? En el Evangelio escuchamos la respuesta: Cristo. «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadlo». Jesús nos trae a Dios y nos lleva a Dios, con Él toda nuestra vida se transforma, se renueva y nosotros podemos ver la realidad con ojos nuevos, desde el punto de vista de Jesús, con sus mismos ojos (cf. encíclica Lumen fidei, 18). Por eso hoy os digo a cada uno de vosotros: Pon a Cristo en tu vida y encontrarás un amigo del que fiarte siempre; pon a Cristo y vas a ver crecer las alas de la esperanza para recorrer con alegría el camino del futuro; pon a Cristo y tu vida estará llena de su amor, será una vida fecunda. Porque todos nosotros queremos tener una vida fecunda. Una vida que dé vida a otros.
Hoy nos hará bien a todos que nos preguntásemos sinceramente: ¿en quién ponemos nuestra fe? ¿En nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Todos tenemos muchas veces la tentación de ponernos en el centro, de creernos que somos el eje del universo, de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o pensar que tener, el dinero, el poder es lo que da la felicidad. Pero todos sabemos que no es así. El tener, el dinero, el poder pueden ofrecer un momento de embriaguez, la ilusión de ser felices, pero, al final, nos dominan y nos llevan a querer tener cada vez más, a no estar nunca satisfechos. Y terminamos empachados pero no alimentados, y es muy triste ver una juventud empachada, pero débil. La juventud tiene que ser fuerte, alimentarse de su fe, y no empacharse de otras cosas. ¡Pon a Cristo en tu vida, pon tu confianza en Él y no quedarás defraudado! Mirad, queridos amigos, la fe hace una revolución que podríamos llamar copernicana, nos quita del centro y pone en el centro a Dios; la fe nos inunda de su amor que nos da seguridad, fuerza y esperanza. Aparentemente, parece que no cambia nada, pero, en lo más profundo de nosotros mismos, cambia todo. Cuando está Dios en nuestro corazón habita la paz, la dulzura, la ternura, el entusiasmo, la serenidad y la alegría, que son frutos del Espíritu Santo (cf. Ga 5, 22), y nuestra existencia se transforma, nuestro modo de pensar y de obrar se renueva, se convierte en el modo de pensar y de obrar de Jesús, de Dios. Amigos queridos, la fe es revolucionaria, y yo te pregunto, hoy: ¿Estás dispuesto, estás dispuesta a entrar en esta onda de la revolución de la fe? Sólo entrando tu vida joven va a tener sentido y así será fecunda.
Querido joven, querida joven: Pon a Cristo en tu vida. En estos días, Él te espera: escúchalo con atención y su presencia entusiasmará tu corazón. Pon a Cristo: Él te acoge en el sacramento del Perdón, con su misericordia cura todas las heridas del pecado. No tengas miedo de pedirle perdón, porque Él, en su inmenso amor, nunca se cansa de perdonarnos, como un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia! Pon a Cristo: Él te espera también en la Eucaristía, sacramento de su Presencia, de su sacrificio de amor; y Él te espera también en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán con su amistad, te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje del amor, de la bondad, del servicio. También tú, querido joven, querida joven, puedes ser un testigo gozoso de su amor, un testigo entusiasta de su Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo. Dejáte amar por Jesús, es un amigo que no defrauda.
Qué bien se está aquí, poniendo a Cristo, la fe, la esperanza, el amor que Él nos da, en nuestra vida. Queridos amigos, en esta celebración hemos acogido la imagen de Nuestra Señora de Aparecida. Con María, le pedimos que nos enseñe a seguir a Jesús. Que nos enseñe a ser discípulos y misioneros. Como ella, queremos decir «Sí» a Dios. Pidamos a su corazón de Madre que interceda por nosotros, para que nuestros corazones estén dispuestos a amar a Jesús y a hacerlo amar. Queridos jóvenes, ¡Jesús nos espera. Jesús cuenta con nosotros! Amén.