La familia, lugar sagrado para crecer en Dios - Alfa y Omega

La familia, lugar sagrado para crecer en Dios

Fiesta de la Sagrada Familia / Lucas 2, 41-52

Ana Almarza Cuadrado
'Sagrada Familia', Francisco de Goya y Lucientes.
Sagrada Familia, Francisco de Goya y Lucientes. Foto: Museo Nacional del Prado.

Evangelio: Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se enteraran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Comentario

La liturgia, como no podía ser de otra manera, festeja este primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. Es la celebración del nacimiento de Jesús, Dios hecho humanidad, como parte de una familia en la que María es la madre, atenta al crecimiento cotidiano de su hijo, que lo hace en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres, y atenta a la voz del Espíritu, guardando todo en su corazón. Ello revela que es una mujer de una gran profundidad de vida, enfocada en el querer de Dios. José es el padre afectuoso que Dios buscó para que Jesús se desarrollara plenamente en lo humano; ambos pendientes, atentos. Por eso, cuando se dan cuenta de que no está en la caravana le buscan, como lo harían con cualquier niño de 12 años, y le reprenden. «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

La fiesta de este domingo nos da el pretexto para intuir cómo fueron esos primeros años de Jesús, de María y José creando una nueva familia. El tiempo que vivió Jesús en Nazaret nos permite imaginar cómo fueron los primeros años. Los padres, nos dice el Evangelio, solían ir, según costumbre, cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Si profundizamos estas palabras descubrimos que la familia vivía fiel a las tradiciones. Podemos pensar que hasta que Jesús llega a la edad de la vida pública los años de Nazaret se desarrollan como un tiempo de silencio, reservado, que deja la experiencia en la intimidad de la familia, en los parientes y conocidos del pueblo; un lugar desconocido hasta que aparece, por primera vez, en el relato de la Anunciación de Lucas y en el Evangelio de este domingo. Nazaret puede ser una revelación de intimidades profundas, de conversaciones y de imaginar una cotidianidad como espacio en el que la vida se desarrolla. Y la infancia de Jesús,como ese tiempo para aprender, formarse, descubrir la novedad de dicha vida. Es en la intimidad de la familia, como pasa en nuestras vidas, donde Jesús va madurando, formándose en lo humano; donde su personalidad psicológica y espiritual se construye bajo las tradiciones de su pueblo y donde fragua su proyecto, la misión que le ha sido encomendada: «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Podemos preguntarnos, en nuestra vida, ¿cuáles son las cosas en las que el Padre nos ha invitado a estar? ¿Cuál es nuestra misión? ¿Estamos en las cosas del Padre?

Sigue el Evangelio: «Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba». Encuentran al Niño en el templo, lugar santo de la presencia de Dios, centro religioso y político, y para Jesús «la casa del Padre»; lugar donde en la intimidad empieza a descubrir la voluntad de Dios. Utiliza este momento del año, la Pascua, para aprender de los mayores, preguntar a los maestros, observar lo que pasaba a su alrededor. Descubre la vida como escuela de aprendizaje que le va a llevar a utilizar parábolas para acercar a la gente a Dios. Jesús va descubriendo la misión —«para esto he venido al mundo»-—. El templo es el lugar en el que Jesús hace su iniciación en la vida pública. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Y termina su vida subiendo a Jerusalén.

Jesús escuchando y hablando del Padre se olvida del tiempo, no se da cuenta de que se ha quedado solo. Y, al ver la preocupación de su madre, le anuncia, quizá por primera vez, el rumbo que va a tomar su vida. Y María guarda esa experiencia en su corazón, como una señal, una preparación. Dios se vale de nuestro entorno para hablarnos al corazón, en silencio, sin prisas; para escuchar su llamada, la misión de cada uno, de cada una, en el mundo. ¿Cómo me dejo acompañar? Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada a escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.