La espada y la entrada del paraíso
San Lucas habla de una espada que, según las palabras del anciano Simeón, atravesará el alma de María, convirtiéndola en la Virgen dolorosa que la tradición popular tiene en tanta estima y devoción. En El paraíso abierto. El Mesías y la Hija de Sión en Lc 2, 29-35 (BAC), Alfonso Simón sostiene que la frase que en realidad pronunció aquel hombre ante María fue radicalmente distinta: «Tú apartarás la espada»
La imagen de un ángel con espada de fuego, puesto por Dios a la entrada del paraíso, para que ningún mortal pueda comer del árbol de la vida y apropiarse del don de la inmortalidad, pertenece al imaginario simbólico del fascinante mundo de la Biblia. Eva, la primera mujer, cayó en la tentación y quebrantó el mandato de Dios que prohibía comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Comió ella y dio de comer a su marido. Quisieron ser como dioses y, con la desobediencia, perdieron el don de la inmortalidad. Dios los expulsó del paraíso que permaneció cerrado hasta la venida de Cristo.
El libro de Alfonso Simón Muñoz, que acaba de publicar la BAC con el sugerente título El paraíso abierto. El Mesías y la Hija de Sión en Lc 2, 29-35, tiene que ver con la historia del Génesis. Lo llamativo es que el texto de Lucas al que hace referencia el libro no habla directa ni indirectamente del paraíso cerrado con el ángel de espada flamígera impidiendo la entrada. Habla de una espada que, según las palabras del anciano Simeón, atravesará el alma de María, convirtiéndola en la Virgen dolorosa que la tradición popular tiene en tanta estima y devoción. Estamos acostumbrados a escuchar sermones y homilías que presentan a María con el alma traspasada de dolor a causa de la pasión y muerte de su Hijo.
¿Qué tiene que ver entonces el paraíso cerrado con la Virgen dolorosa? Digamos, en primer lugar, que muchos pasajes del Nuevo Testamento que, para la piedad popular resultan claros, son en realidad textos muy difíciles que han provocado gran discusión entre los intérpretes. Analizados bajo la lupa de la exégesis bíblica —que es una ciencia rigurosa— ponen en tela de juicio muchas interpretaciones que se han hecho «tradicionales» a lo largo de la historia. Uno de esos pasajes es el que analiza Alfonso Simón en su libro. Basta leer el capítulo II para darse cuenta de que las enormes dificultades de Lc 2, 29-35 constituyen un apretado nudo en el argumento que no se puede cortar con un tijeretazo, sino que es preciso desatarlo con la paciente tarea del intérprete que pone en juego los variados recursos de la filología.
Gracias a estos recursos, Alfonso Simón Muñoz muestra que las palabras de Simeón, dirigidas a María no están pronunciadas en un clima oscuro y sombrío, como a veces se dice, sino alegre y luminoso como la luz y la gloria que trae Jesús en su condición de Mesías de Israel y la Luz de los pueblos. En su entrada en el templo, donde es acogido por dos ancianos —Simeón y Ana— que esperan al Mesías como Consuelo de Israel y Liberación de Jerusalén, Jesús es el signo de contradicción que, a lo largo de su ministerio entre los hombres, los situará ante la única opción posible frente a su persona: acogerlo o rechazarlo. Toda la escena es una invitación a contemplar a quien, cumpliendo la ley del Señor, viene en brazos de su madre para ofrecer la salvación a los hombres. Como Luz de los pueblos, puede disipar toda oscuridad e iluminar lo más profundo de los corazones; como gloria de Israel, invita al pueblo elegido a descubrir en él a quien viene a cumplir las promesas y la alianza.
En este contexto de presentación de Jesús como gloria de Israel y Luz de las gentes, las palabras de Simeón a María tienen un significado que apunta también hacia la salvación que Cristo ofrece. Aunque aquí no podemos entrar en los argumentos lingüísticos esgrimidos por el autor, digamos que el texto griego es deudor de uno más primitivo, escrito en arameo, que presenta a María apartando la espada que cerraba el paraíso. Un testigo muy cualificado de esta interpretación es el gran teólogo y poeta, san Efrén de Nísibe, que, comentando el pasaje de Lucas, se dirige a María con estas palabras: «Tú apartarás la espada». Y añade san Efrén: «Esta espada, que cerraba el paso al paraíso a causa de Eva, ha sido apartada por María». Junto a este testimonio de san Efrén, Alfonso Simón añade otro texto arameo del siglo II que esclarece las dificultades que envuelven la profecía de Simeón y muestra su armónica unidad con todo el contexto.
María, por tanto, aparece junto a Cristo, como la Madre del Mesías que trae la salvación. Simeón, ciertamente, habla de una espada que pasará por Israel y causará la caída de aquellos, que, perteneciendo al pueblo elegido, se niegan a recibir a Jesús como Mesías. María, sin embargo, como verdadero Israel, ocupa junto a su hijo un lugar preponderante —es la mujer y su descendencia de la que habla el Génesis—, puesto que con su obediencia creyente ha apartado de la entrada del paraíso la espada que impedía el acceso. El paraíso ha quedado abierto.
Es posible que a más de un lector le sorprenda que la exégesis pueda dar un giro tan fuerte a la profecía de Simeón. Pero no hay que olvidar que, para aclarar las dificultades, el intérprete está obligado, según dice Jesús, a hacer como un padre de familia: «sacar de su tesoro lo nuevo y lo antiguo» (Mt 13, 52).