«La enfermedad y la muerte de mi padre me acercaron a Dios»
Tras toda una vida dedicada a la banca, Alejandro Carrara Navas será ordenado presbítero por el cardenal Osoro este sábado junto a otros tres diáconos del Seminario Conciliar de Madrid en la catedral de Santa María la Real de la Almudena
«A veces uno tiene la tentación de tirar la toalla, pero lo que yo vivo es un regalo inmerecido del que no me siento digno. Yo no me veo capaz de todo lo que se me viene encima ahora. Sin embargo, me fío de la Iglesia que me ha dicho que sí, y me fío del Señor, que es quien que me va a llevar de la mano». Detrás de esta confesión, declamada con las manos cargadas de sueños y el corazón en la palabra, se encuentra Alejandro Carrara Navas. A tan solo dos días del día más importante de su vida, nos abre las puertas de su casa, de su alma y de su vocación.
Este diácono de 47 años, tras toda una vida dedicada al mundo de la banca, recibió una llamada que, revestida de dolor, de amargura y de incomprensión, trastocaría –de principio a fin– el mapa de todos sus futuros. «En 2003, a mi padre le detectan un cáncer, y fue lo que empezó a cambiar mi vida».
Carrara comenzó a acompañar a sus padres y se aferró a la Iglesia. Dos años más tarde, en un descanso de la quimioterapia de su padre, con san Juan Pablo II recientemente fallecido, se fue con sus progenitores y su hermano a Roma. Un viaje que cambiaría cada uno de sus pasos… «Allí fue mi primer encuentro con el Señor. Mi padre mi animó a confesarme en San Pedro. Lo hice, y aquello fue mi punto de inflexión. Me encontré con Cristo por primera vez y me di cuenta de que Cristo me quería, me abrazaba y me amaba como era».
Sin embargo, ocho meses más tarde, aquel Amor primero que volvía a hacerse tan real como en sus primeros años de catequesis y misas en familia, volvería a verse truncado por la muerte de aquel que era su vida entera. «El 2 de abril de 2006, un año después de morir Juan Pablo II, fallece mi padre. En ese momento, me rebelé contra Dios y contra todo». Durante dos años, dando tumbos y alejado de la Iglesia, Alejandro –que por aquel entonces era director de un banco importante–, acudió a un Cursillo de Cristiandad que le devolvió la esperanza… «Fui con pocas ganas y me encontré con la cruz de Cristo, con la Iglesia y con la figura del sacerdote. Empecé a dirigirme con un sacerdote y mi vida cambió por completo».
Poco a poco, vio todo aquello que tenía –«que era todo»–, pero que no cuajaba. «Me faltaba algo, así que en la oración me planteé la posibilidad de una vocación más entregada a los demás: me planteé ser sacerdote». De esa manera, fue discerniéndolo durante mucho tiempo. «Después me asusté mucho porque, laboralmente, a mis 40 años, me parecía muy, muy, muy complicado, así que comencé a huir de la vocación… Pero, por dentro, sentía un vacío que no se llenaba».
En secreto, acompañado por un sacerdote, Carrara comenzó el curso introductorio en el Seminario de Madrid. «Aquel año me ayudó mucho a tomar la decisión. En unos ejercicios espirituales de Semana Santa, estando muy revuelto porque estaba muy aferrado al mundo material, me dije que no podía ir así, que tenía que dar una oportunidad a eso y que fuera lo que Dios quisiera». Y así fue, pues tras aquellos ejercicios, lo dejó todo: «El 16 de septiembre de 2012 entré en el Seminario, y desde entonces, hasta hoy».
Alejandro guarda a Dios en la mirada, pues sus ojos encierran el misterio generoso de Jesús. Y ahí, donde mora lo más sagrado, habita el recuerdo perenne de su padre. «A veces puede ser duro decirlo, pero la enfermedad de mi padre a mí me salvó de vivir en un mundo egoísta, mirando para mí, y no sé qué me habría deparado la vida si yo hubiese seguido ese camino… Pero la enfermedad y la muerte de mi padre me acercaron a Dios», destaca.