La elección de Juana
Combatir la pobreza es justicia e implica atender a las causas. Pero esta justicia, dice san Pablo VI, es «inseparable de la caridad», que lleva a no dejar a Juana sola. Ojalá encuentre mejor suerte. Mientras tanto, que deje de verse condenada a elegir entre comer o calentarse
Hace unos días, Juana leía en redes sociales una de esas frases hechas que parecen ofrecer la llave del éxito o la felicidad: el destino no es cuestión de suerte; es cuestión de elección. «Es curioso —pensaba— que mi suerte sea, precisamente, vivir en una constante elección. O comer carne o poner la calefacción. O ir a la pescadería o cambiarle a la niña esas gafas medio destartaladas. O comprarme un abrigo nuevo o llenar la cesta de la compra». Porque lo de ir al dentista o cortarse el pelo, Juana hace tiempo que lo descartó. «Ahora ya ni siquiera puedo permitirme ese pequeño lujo de tomarme un día a la semana para desayunar una tostada con aceite de oliva», se lamenta, mientras masculla un exabrupto contra esos sabios de la motivación, de la «fuerza de la mente» o el «poder de elegir».
Juana y su familia están entre los 1,3 millones de personas que viven condicionadas por esas elecciones vitales, mientras comen caliente con la ayuda de la Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL). Cada 15 días, esta mujer viuda, madre de dos niños y trabajadora temporal, acude con su carrito a la parroquia del barrio para llenarlo de productos no perecederos con los que cubren sus necesidades más básicas: arroz, galletas, pasta, legumbres. Hay días que hay fruta, pero hace tiempo que la leche escasea y que el aceite desapareció.
La escalada de precios de este último año ha hecho que los estantes de los almacenes de los Bancos de Alimentos repartidos por toda España no solo queden vacíos de algunos productos por la bajada de las donaciones, sino también por un aumento de la demanda, lo que ha obligado a reducir la media nacional de kilos entregados por persona al año de 128 kilos a 122. Y, por supuesto, a eliminar de los lotes algunos productos hasta ahora habituales, como el aceite de oliva, cuyo precio está entre los ocho y los 15 euros por litro, un 84 % más que el año pasado.
Por eso, este año, en la Gran Recogida de Alimentos, FESBAL ha intensificado los esfuerzos de sensibilización para la donación económica en caja, con la finalidad de canalizar de manera más efectiva la ayuda y poder reponer todos aquellos alimentos que faltan. Porque, incluso a los que siempre colaboran, les cuesta llenar esos carros con los productos que hoy tienen el precio disparado. 90.000 voluntarios repartidos en 11.500 supermercados o cadenas de alimentación de todo el país han trabajado durante tres días, no solo en la recogida de productos en especie, sino concienciando sobre la necesidad de la donación económica. A algunos ayudar con dinero les cuesta más o les genera dudas. Curioso cuando justo en el mismo fin de semana, dedicado al Black Friday, cada español ha gastado unos 284 euros de media, un 35 % más que el pasado año, en productos que, quizá, jamás vaya a usar.
Hay quien desconfía de este modelo de donación porque, dice, promueve un sistema caritativo o asistencial mientras no se arreglan los verdaderos problemas, como son la inflación o un statu quo que genera un desigual reparto de la riqueza; o, incluso peor, hay quien cree que vuelve la pobreza acomodaticia, impidiendo que personas como Juana busquen otra suerte. Como si el infortunio o la necesidad fueran también cosa de no saber acertar con las elecciones.
Combatir la pobreza es mucho más que caridad: es justicia; una justicia que implica atender también a las causas que la generan y la perpetúan. Pero esta justicia, dice san Pablo VI en Populorum progressio, es «inseparable de la caridad», que es afecto, que es amor, que es estima —empatía lo llaman ahora— y que lleva a no dejar a Juana sola en la búsqueda de una mejor suerte. Ojalá la encuentre. Mientras tanto, que deje de verse condenada a elegir entre comer o calentarse.