La doctrina social entra en la modernidad - Alfa y Omega

La doctrina social entra en la modernidad

Mater et Magistra, la primera encíclica social de Juan XXIII, publicada hace 60 años, revoluciona el método de la doctrina social sin socavar sus fundamentos

José María Ballester Esquivias
San Juan XXIII el día de la publicación de la encíclica ‘Mater et Magistra’. Foto: Vatican Media

Era el 15 de mayo de 1961, coincidiendo con el septuagésimo aniversario de la publicación de la Rerum novarum y el trigésimo de la Quadragesimo anno, cuando el Vaticano dio a conocer la encíclica Mater et Magistra (Madre y Maestra), pilar del magisterio social de San Juan XXIII. Por estas fechas ya llevaba dos años y medio ocupando la silla de Pedro, tiempo que había dedicado a impulsar grandes cambios en la Iglesia, entre los que sobresalía la convocatoria del Concilio Vaticano II. Asimismo, prodigó gestos tan inusuales como entrañables en un Pontífice, como la visita a una cárcel romana para compartir unos momentos con los presos; sin olvidar que ya había publicado cuatro encíclicas, caracterizadas por su sutil forma de combinar la tradición con contenidos innovadores. Suficientes antecedentes como para que su primer documento social suscitase interés dentro y fuera de ámbitos eclesiales.

Y así fue. En lo tocante a la tradición, tanto formal como material, el Santo Padre glosa en la primera parte el magisterio social de sus predecesores, haciendo especial hincapié en las aportaciones de la Rerum novarum. También se aferra a lo largo del texto, ciñéndose a la más pura continuidad magisterial, al derecho natural como punto de referencia e insiste, ya al final, en el alejamiento de Dios como causa de los problemas sociales, lo que, como subraya el padre Arturo Bellocq, «lleva a no reconocer una verdad moral objetiva en las relaciones humanas». Aunque el grueso de la encíclica propulsa notables innovaciones. De entrada, san Juan XXIII contextualiza, pues mucho ha cambiado el mundo en tres décadas, desde la publicación de la Quadragesimo anno: otra guerra mundial –aún más devastadora que la anterior– que ha fomentado nuevos fenómenos políticos –descolonización, surgimiento de nuevas potencias, era atómica– y unas profundas transformaciones económicas y sociales con sus ventajas –el aumento general de la riqueza– y sus inconvenientes, como los desequilibrios producidos por el desarrollo tanto a nivel planetario como nacional. De ahí la necesidad de adaptar el magisterio.

La primera gran innovación de Mater et Magistra tiene que ver con la prioridad dada al método inductivo sobre el deductivo. Hasta entonces, según recuerda el padre Bellocq, «a partir de una visión abstracta y sacralizada de la sociedad [la doctrina social de la Iglesia] pretendía deducir normas de conducta y modelos de organismos sociopolíticos al servicio de ese modelo». Desde la Mater et Magistra –pues todos los Papas posteriores han adoptado ese criterio– «se parte de las situaciones sociales concretas, como son descritas por las ciencias sociales, para descubrir en ellas los valores evangélicos e ir elaborando así una teoría de la praxis social que deberá a su vez ser confrontada con esas nuevas situaciones». Es el caso, sin ir más lejos, de otra de los aspectos esenciales de la encíclica: la participación de los laicos. San Juan XXIII, en su empeño de dialogar con la modernidad, incita a los laicos cristianos a participar en acciones conjuntas y permite, dentro del ámbito católico, cierta pluralidad de pareceres. Los únicos límites son las enseñanzas de la Iglesia y el deber de los laicos de dejarse guiar por la jerarquía, punto expresamente recordado en la encíclica.

Estas bases intelectuales y metodológicas, una vez presentadas y precisadas, permiten al Papa Roncalli formular una serie de propuestas concretas. Una de ellas, que amplía lo establecido por Pío XI en Quadragesimo anno, es la definición de cuatro criterios para el salario justo: la efectiva aportación de cada trabajador a la producción económica, la situación financiera de la empresa en la que se trabaja, las exigencias del bien común de la respectiva comunidad política, principalmente en orden a obtener el máximo empleo de la mano de obra en toda la nación, y, por último, las exigencias del bien común universal, o sea, de las comunidades internacionales, diferentes entre sí en cuanto a su extensión y a los recursos naturales de los que disponen.

En suma: san Juan XXIII anticipa la problemática de la globalización actual. Una perspectiva prudente que se puede vincular con su concepto de propiedad privada: la pide para todos, pues cada hombre ha de poder formarse un patrimonio, si bien el poder público está legitimado para corregir desequilibrios, sin extralimitarse. El Papa lo advierte claramente. Resulta de rabiosa actualidad.