La discriminación en Pakistán «gana terreno»
Una entidad islámica pakistaní ha presumido, en su cadena de televisión, de conseguir conversiones al islam ofreciendo comida a miembros de minorías. En la situación del país «es lógico utilizar toda medida de presión para lograrlo», asegura el periodista Fernando de Haro, que estrena documental sobre la persecución religiosa en el país
«Os doy una buena noticia», anunció hace poco el mulá Hafiz Ahmed Raza Qadri en el Madani Channel, propiedad de la organización islámica pakistaní Dawat-e-Islami: «Un no musulmán fue a Faizan-e-Madina [sede central de la entidad], donde se está repartiendo comida. Gracias a nuestro hermano se hizo musulmán. Ahora se llama Muhammad Ramzan».
Las primeras noticias de discriminación a los cristianos en el reparto de ayudas durante el confinamiento en Pakistán acusaban a los voluntarios de otra ONG, Saylani Welfare International Trust, de rechazar a los cristianos. «Sus dirigentes negaron que esa fuera su política. Dijeron que podía ser negligencia de los repartidores», explica a Alfa y Omega desde Islamabad Rubina Bhatti, cristiana y directora de la ONG Youth Development Association. El caso de Dawat-e-Islami es distinto. Uno de sus responsables se jacta de cómo la entidad, que también educa a 170.000 niños en sus madrasas, aprovecha la distribución de 250.000 raciones diarias de comida para lograr adeptos al islam.
Esta forma de discriminación, «si bien no está generalizada, gana terreno», confirma Khalil Tahrir Sindhu, abogado cristiano y presidente del Comité de Derechos Humanos y Minorías del Parlamento autonómico de Punjab. Y también, apunta, se puede estar produciendo con las ayudas oficiales. Destinadas a cualquier persona, «las distribuye la Fuerza Tigre», un cuerpo creado por el partido del primer ministro, Imran Kahn, el Movimiento por la Justicia de Pakistán (PTI por sus siglas en urdu). Algunos del millón de voluntarios que lo forman «dan preferencia a sus allegados, mientras se priva de alimentos a muchos cristianos pobres».
El periodista de COPE Fernando de Haro, que la semana pasada presentó su documental Gawah (Testimonio) sobre la persecución religiosa en Pakistán, explica que estos casos «están en línea con lo que viene sucediendo en el país». En primer lugar, «allí hay un Estado profundo, controlado por los militares en alianza con los islamistas, que es lógico que utilice toda medida de presión para forzar las conversiones». Al mismo tiempo, sociológicamente «se considera a los cristianos impuros porque muchos proceden de las castas inferiores»; una mentalidad en la que encaja que tampoco puedan acceder a un reparto de alimentos.
«Necesitamos a la UE»
En este contexto, cualquier paso para reducir la discriminación es importante. Hace unos días se aprobó en Punjab una cuota para reservar el 2 % de las plazas universitarias a las minorías religiosas. La ley nace de una propuesta del mismo Tahrir, que durante la legislatura anterior fue ministro provincial de Derechos Humanos y Minorías. Es una forma de compensar el trato preferente a los musulmanes, que en las pruebas de acceso «tienen 20 puntos extra por memorizar el Corán», explica. Pero no oculta su indignación ante el hecho de que el actual gobierno de Punjab, del PTI (Tharir es miembro de la Liga Musulmana), haya reducido su propuesta inicial del 5 % al 2 % «de forma injustificada».
Khalil asegura que seguirán luchando «para mejorar la situación de las minorías religiosas. Pero necesitamos apoyos firmes». Y uno de ellos debería ser la Unión Europea. En marzo, la UE prolongó dos años la presencia de Pakistán en el Sistema de Preferencias Generalizadas Plus (GSP-Plus), que le permite beneficiarse de aranceles preferenciales. Entre las condiciones para acceder a este grupo y permanecer en él, subraya el político, está incluido «el bienestar de las minorías religiosas y la abolición de todas las leyes discriminatorias»; un ámbito que la UE debería vigilar más.
Safa tiene 12 años, es cristiana pakistaní. Otra chica del barrio, musulmana, la invitó a su casa. Su hermano la dejó inconsciente con una bebida alcohólica y, al despertarse ella, «abusó sexualmente de mí. Luego me llevó a un tribunal y me obligaron a que me casara con él». En un viaje logró saltar del autobús y localizar a su padre, que la rescató. Tuvo más suerte que las 700 muchachas de minorías que cada año son raptadas, violadas y obligadas a convertirse al islam y casarse. Esta práctica es, junto con la ley antiblasfemia, uno de los rostros más duros de la persecución religiosa contra los cristianos en Pakistán. Y así lo relata el periodista Fernando de Haro en su documental Gawah (Testimonio, en urdu). Es la novena cinta de su serie sobre persecución religiosa, apoyada por el CEU y la Fundación Ignacio Larramendi, y la que ha tenido un rodaje más accidentado. Antes de verse obligados a abandonar precipitadamente el país al ser detectados por las autoridades, el equipo logró retratar situaciones como las mencionadas, pero también la discriminación institucional, laboral y social o el papel de las madrasas radicales, un puntal clave en el proceso de islamización del país. Y, en contraste, la actitud de los cristianos. A la pregunta a cada entrevistado sobre su fe, la respuesta es que no la cambian por nada. Como dice Teresa, cuyo marido fue acusado de blasfemia, «Jesucristo se sacrificó por mí. ¿Por qué yo no?».