La diócesis de Zaragoza ofrece casas a los refugiados
Tras firmar un convenio con el Ayuntamiento de su ciudad, el Arzobispado de Zaragoza se compromete a poner sus viviendas al servicio de la acogida. Próximamente serán seis los pisos disponibles y, según la delegada de Migraciones, esta lista seguirá creciendo según se sumen propietarios particulares
«El Papa Francisco nos llamó en 2015 a abrir los conventos y parroquias y es lo que hemos hecho», cuenta David Ceamanos, párroco de Madre de Dios de Begoña, en Zaragoza. Desde hace dos meses, este sacerdote comparte su casa parroquial con una familia de salvadoreños que aún espera a que el Ministerio del Interior resuelva su petición de protección internacional. Ante la saturación de la Oficina de Asilo y Refugio, que puede tardar más de un año en tramitar estas solicitudes, es la apuesta que ha hecho el arzobispado de Zaragoza por los refugiados.
«Estamos poniendo a disposición del Ayuntamiento pisos de parroquias y órdenes religiosas», explica Raquel Martínez, delegada de Migraciones de la diócesis. Ella es una de las personas que están intentado llevar a término el convenio que las dos instituciones firmaron en octubre de 2019. En él, el Arzobispado se compromete a «ofrecer una acogida temporal mientras las personas solicitantes de asilo acceden al programa del ministerio». A cambio de abrir las puertas de sus casas durante seis meses y supervisar el itinerario de inserción de estas personas, el Arzobispado recibe un alquiler simbólico por parte del Ayuntamiento que cubre los gastos que puedan hacer los nuevos habitantes del piso.
De momento, este programa ya cuenta con cuatro viviendas: la casa parroquial de Madre de Dios de Begoña, dos pisos pertenecientes a las escolapias y las hermanas de la Caridad de Santa Ana, y un último propiedad de una fundación vinculada al colegio diocesano Santo Domingo de Silos. Además, la delegada de Migraciones confía en sumar a la lista otras dos casas que sus propietarios donaron a sus parroquias de referencia. Y mantiene conversaciones con otros particulares para que pongan sus bienes a disposición de la acogida.
«Esta es una iniciativa diocesana a la que se ha incorporado la Delegación de Migraciones y que está compuesta por personas de distintos movimientos y comunidades religiosas», explica Raquel Martínez, quien insiste en que este programa «es la respuesta de la Iglesia local».
Arropados por las parroquias
Aparte de ofrecerles un techo, el Arzobispado de Zaragoza también asume el compromiso de dar una acogida cálida a los refugiados, una labor que se realiza fundamentalmente en las parroquias. «Cada uno de nosotros tenemos un calendario para estar con las personas a las que acompañamos», explica Beatriz Huerta, una voluntaria de la Mesa de la Hospitalidad. «La idea es ser poco invasivos y que no sean visitas sorpresa para que puedan establecer sus propias rutinas y normalizar su vida», añade.
Una iniciativa que Fanny y Reinaldo, un matrimonio venezolano que lleva cuatro meses en España, valoran muy positivamente. «Nada más llegar estuvimos en una reunión de integración que se hizo para toda la comunidad», explica la primera. «Cuando nos pusieron cara, dejamos de ser inmigrantes para pasar a ser Fanny y Reinaldo», añade la refugiada.
«Intentamos arroparlos en las parroquias pero no es una cosa rápida, estas personas han sufrido mucho», explica Mari Carmen Lacasa, otra voluntaria de la Mesa de la Hospitalidad recientemente jubilada. A su juicio, «cuando visitamos sus casas vemos que son capaces de colaborar con otros en su misma situación y crear pequeñas redes».
Más allá de la calidez, este acompañamiento también aborda la dimensión espiritual de los usuarios. Es algo de lo que se benefician José Alberto y Esmeraldi, otro matrimonio de origen salvadoreño que acude cada semana al curso de Biblia que organiza Madre de Dios de Begoña, la iglesia en cuya casa parroquial viven. «Cada semana conocemos gente nueva que nos pregunta si necesitamos algo. Esta parroquia es preciosa y aquí tenemos más privacidad que en un albergue», opina José Alberto.
Fruto de este contacto constante, según Beatriz Huerta, se generan «momentos de encuentro y cercanía». No obstante, los voluntarios de la Mesa de la Hospitalidad ponen especial cuidado en desarrollar esta relación de manera sana «para que no surjan dependencias personales». «Las rupturas pueden ser dolorosas y en el siguiente estadio de su proceso migratorio hay una alta probabilidad de que cambien de ciudad», reconoce Huerta con realismo.