La desconocida relación entre santa Catalina de Alejandría y santa Teresa de Jesús
Entre las muchas facetas que permite descubrir el Año Jubilar Teresiano están las devociones personales de la propia santa Teresa de Jesús. O lo que es lo mismo, a quién rezaba santa Teresa cuando se encomendaba a algún celestial protector. Y si es bien conocido por todos su intensa querencia por representar en su corazón, durante los tiempos de oración, la Humanidad de Cristo, o su cariño a santos como san José o san Agustín, no es tan popular la devoción y reverencia que profesó a una de las santas más populares de su tiempo, y según algunas fuentes, la mujer más representada en el cristianismo después de la Virgen María: santa Catalina mártir.
Ambas mujeres compartían un apasionado carácter que las llevó a granjearse numerosos enemigos por su fidelidad a Cristo, y también a no arredrarse ante ellos por más poderosos que pudieran parecer -y en efecto lo eran, pues santa Catalina desafió al emperador de Roma y la Mística Doctora fue investigada y hostigada por la temible Inquisición-.
Aunque hoy su culto ha caído casi en el olvido, Catalina de Alejandría, mártir por no reconocer la divinidad del emperador y por rebatir con argumentos de alta teología las trampas dialécticas de los más afamados sabios del Imperio, era una figura de primer orden en la Iglesia en tiempos de santa Teresa, como hoy pudieran serlo la beata Teresa de Calcuta, Teresita de Lisieux o la propia Mística Doctora. Por eso, la Santa abulense quiso componer para ella (que toda su literatura no es sino una forma de dar gloria y alabanza a Dios, aunque fuese cantando las bondades de sus santos) uno de sus poemas hagiográficos, con los que rezaba también la comunidad de Carmelitas Descalzas que la acompañaba en esos días. Un poema (A santa Catalina, mártir, lo llamo ella) que hoy, como aquellas primeras santas de la reforma del Carmelo, pueden leer (y rezar) los lectores de Alfa y Omega, y que dice así:
¡Oh gran amadora
del Eterno Dios;
estrella luciente,
amparadnos vos!
Desde tierna edad
tomastes Esposo;
fue tanto el amor,
que no os dio reposo.
Quien es temeroso,
no se llegue a vos,
si estima la vida
y el morir por vos.
Mirad los cobardes
aquesta doncella,
que no estima el oro
ni verse tan bella:
metida en la guerra
de persecución,
para padecer
con gran corazón.
Más pena le da
vivir sin su Esposo,
y así en los tormentos
hallaba reposo:
todo le es gozoso,
querría ya morir,
pues que con la vida
no puede vivir.
Las que pretendemos
gozar de su gozo,
nunca nos cansemos,
por hallar reposo.
¡Oh engaño engañoso,
y qué sin amor,
es querer sanar,
viviendo el dolor!
No sólo el tiempo, sino sobre todo el enorme amor que su Esposo las tenía, ha acabado sentando juntas a ambas mujeres en los altares de los santos, esos que llevan siempre a mirar a Dios.