La COVID-19 «no existe» - Alfa y Omega

Nada hacía presagiar que el año 2020 iba a ser el año de una pandemia. Yo también dudé al inicio de su existencia. En enero se escuchaban las noticias que venían de China acerca de un virus nuevo, empezábamos a conocerlo de oídas, pero no lo podíamos ver, no nos afectaba, parecía algo lejano, «una gripe, sin más». Vivía de espaldas al coronavirus. Si no esta aquí, ¿qué mal nos puede hacer? En Italia comenzaban los casos, el virus cogía forma, era palpable. De repente me vi en una guardia de marzo vestido con un EPI, que nadie me había enseñado a ponerme, viendo a personas con COVID-19 que se morían y no sabía por qué. Aquel virus de cuyo poder y fuerza había dudado, se había adueñado de todas las parcelas de mi vida. Así fue como el miedo, la tristeza y la frustración no me dejaban ver a Dios y la misión que como médico tenía con las personas enfermas a mi cargo.

Fueron días de oscuridad, de sinsentido, separado de los míos, viendo cómo las familias no podían estar con sus seres queridos ni podían despedirse de ellos. Terminé llorando, sin consuelo. En muchas ocasiones, tenía que aguantar las lágrimas cuando hablaba con mis pacientes o sus familias.

No entendía el sufrimiento de los inocentes. Hasta que viví la Pascua, la victoria de la Vida sobre la muerte. Así fue como pude entender que estoy llamado a reflejar el amor del Padre a mis pacientes. Un cambio radical: el pánico al contagio, a lo desconocido, que me impedía acercarme a ellos, se convirtió en consuelo y acompañamiento hasta el último momento de quien lo necesitó; la frustración se tornó en esperanza; la tristeza en la alegría de saber que había dado lo mejor de mi, tanto en el hospital como con sus familias y con la mía. Solo experimentando que somos hijos de Dios he comprobado que cada persona es única e irrepetible. Ninguna vida tiene menos valor por tener una demencia, una discapacidad o tener 82 años. Todas merecían mi máxima atención.

Ser cristiano no puede ser una pose. Esta es mi misión: iluminar en medio de tanta oscuridad, siendo consciente que llevo «este tesoro en vasos de barro».