Nuestra Madre la Iglesia sitúa cada año en el corazón del año litúrgico el tiempo de Cuaresma, un tiempo especialmente fuerte en el que nos invita a la conversión, a la restauración de nuestra vida cristiana.
Debe comenzar por el corazón, sede de los sentimientos y de los afectos, que después rebosan y se manifiestan en nuestra boca y en nuestras obras.
No se trata de un cambio superficial, sino de penetrar con hondura y verdad en el fondo de nuestro corazón, para descubrir nuestras miserias, esclavitudes y claudicaciones, la triste realidad del pecado en nosotros que, probablemente, no es fruto de la maldad, sino de la cobardía y de la falta de generosidad.
Nuestra vuelta al Señor exige también la conversión de la mente, que en muchas ocasiones es la verdadera raíz de nuestros desvaríos y hasta de la pérdida de la fe.
El llamado pensamiento débil, los estilos de vida que difunden algunos medios de comunicación social, algunas leyes que afectan a materias como la educación, el matrimonio, la familia, las fuentes de la vida y su final, van creando estados de opinión en los que se canonizan comportamientos y formas de vida objetivamente desordenados, al tiempo que se favorece la confusión entre moralidad y legalidad, como si todo lo que es legal fuera moral.
Hemos de estar muy encima de nosotros mismos para no sucumbir y aceptar como morales, en nombre de la compasión y de los avances científicos, formas de pensamiento y pautas legales pretendidamente humanistas, pero que se oponen frontalmente a la Ley de Dios.
¿Cuáles son los caminos de conversión? El primer camino es el silencio, la escucha de la Palabra de Dios y la oración intensa, humilde y confiada.
En la triste coyuntura que estamos viviendo, de tanta pobreza, dolor y sufrimiento para tantos hermanos nuestros, las víctimas de la crisis económica, hemos de insistir más que nunca en la limosna discreta y silenciosa, sólo conocida por el Padre que ve en lo secreto.
Que nada nos distraiga de lo esencial. Sólo el encuentro personal, hondo y cálido, con Jesucristo salvador y redentor del hombre y del mundo, dará sentido y autenticidad a todo lo demás.