Escribo este artículo durante el Estado de alarma por la pandemia del coronavirus. Duras circunstancias que suscitan el instinto de autoprotección, pero que también favorecen la práctica de la compasión. Dacher Keltner, profesor de Psicología en la Universidad de California, en Berkley, utilizó la expresión «instinto de compasión» para mostrar las profundas raíces de esta emoción, que consiste en ser sensible y empático con el sufrimiento ajeno, unido a la motivación para aliviar o prevenir ese sufrimiento.
La compasión no es algo advenedizo ni accidental a la naturaleza humana, pues ya estaba presente, de modo germinal, en los albores de la humanidad y se atisba en el mundo animal. Porque entre los animales no humanos abundan las conductas de protección hacia los congéneres débiles o que sufren. Así, los miembros jóvenes de un grupo de nutrias de un lago de Perú proporcionaban alimento y cuidados a una nutria mayor, con la visión y la motilidad muy reducida. A los 2 años, e incluso antes, el niño muestra interés empático y conductas de ayuda a los que sufren, incluso sin una recompensa externa.
Antecedentes o raíces profundas, pues, de la compasión humana, que se hacen más patentes con el desarrollo cognitivo. Para el creyente, sin embargo, la raíz más profunda de la compasión es Dios compasivo y misericordioso, a cuya imagen y semejanza fuimos creados.
Con todo, salta a la vista que la compasión no se manifiesta de forma constante ni automática en la humanidad. Por el contrario, abundan los frecuentes comportamientos insolidarios, el odio y el resentimiento, que llegan a poner en duda la existencia de este lado luminoso del ser humano. Con mayor precisión, podemos hablar de la existencia de una tendencia a la compasión —activa en muchas personas—, pero que requiere de un cultivo constante y esmerado.
Práctica de la empatía
De los programas de intervención que se han elaborado para fomentar la compasión, algunos se centran en la práctica de la empatía y en el ejercicio de ponerse en el lugar del otro. Es el cultivo de la compasión, que debe tener un lugar preeminente en todos los aspectos de la educación familiar y académica. La meditación, como se ha comprobado en algunos estudios, puede resultar eficaz para robustecer y ampliar la compasión. Sobre todo en algunas profesiones es importante prevenir la llamada «fatiga de la compasión» o desgaste y desvanecimiento de la actitud compasiva a lo largo del tiempo.
¿Es necesario optar entre la compasión hacia los demás y la compasión hacia uno mismo? La profesora Kristin Neff, de la Universidad de Texas, en Austin, concibe la compasión hacia uno mismo como la activación e interacción de estas tres actitudes: amabilidad con uno mismo, sentido de pertenencia a una humanidad común y mente plena. La amabilidad con uno mismo consiste en evitar, cuando las cosas no salen bien, el autocastigo, y añadir así al propio sufrimiento el criticarse y maltratarse. El sentido de pertenencia a una humanidad común es una invitación a sentirse parte solidaria de la humanidad sufriente, e implicado con ella, en lugar de aislado. Así, pues, compasión hacia los demás y compasión hacia uno mismo no se oponen, sino que se complementan y son las dos caras de la misma moneda.
¿La acción compasiva es, en última instancia, una acción egoísta? Algunos responden afirmativamente. Pero el profesor C. Daniel Batson ofrece una aclaración en el fin último de la motivación para la acción en beneficio de otro, que puede ser altruista o egoísta. Precisa que, aunque la motivación sea esencialmente altruista, puede reportar beneficios importantes a la persona, como el reconocimiento social, la satisfacción personal, etcétera. La persona compasiva también resulta recompensada y realizada, por eso la psicología incluye la compasión en el catálogo de virtudes y fortalezas humanas.
Compasión de persona a persona, pero también, como insiste la filósofa americana Martha Nussbaum en sus reflexiones éticas, compasión extendida a nivel institucional y macrosocial: «economía compasiva», «Estado compasivo»… Y compasión con la creación. Porque la compasión es el mejor y más seguro antídoto contra el odio y el egoísmo —opuestos e incompatibles con ella—, letales amenazas para la humanidad. Es más, la compasión es el óleo lubricante y vivificante que siempre necesitamos las personas y la sociedad, sobre todo en estos difíciles y críticos momentos.