La certeza de la compañía de Dios, la mejor promesa
Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo / Lucas 23, 35-43
Evangelio: Lucas 23, 35-43
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Comentario
Celebramos este domingo la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, instituida por el Papa Pío XI en 1925. Pero, ¿qué significa para nosotros…? En el fragmento del Evangelio, de san Lucas, vemos a un crucificado entre ladrones que apenas musita alguna palabra. ¿Cómo puede ser «rey»? ¿Tiene algo que decirme este texto del Evangelio para mi vida?
Comenzaremos buscando el tema central. Hay una palabra que se repite cuatro veces: salvación («a otros ha salvado; que se salve a sí mismo»; «sálvate»). Se le exige a Jesús que demuestre que puede salvarse por sí mismo. Recordemos que, en el pasaje lucano de las tentaciones, el diablo exige a Jesús que lo adore, pero este responde: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto». Vinculada a la salvación, aparece otra idea también cuatro veces: rey o Mesías. La comprobación que se exige a Jesús para demostrar que realmente es rey es la autosalvación.
Estos temas del rey y de la salvación suponen la respuesta al sentido de nuestra vida. ¿Para qué existimos? ¿Qué sentido tiene el mundo? ¿Triunfa finalmente el bien?; ¿o el mal, la mentira y la injusticia quedan impunemente vencedores? ¿Quién es Dios? Este pasaje va a dar respuesta a estos interrogantes.
Vamos ahora a observar a los diferentes personajes que aparecen y sus reacciones. En primer lugar, vemos al pueblo que, en silencio, mira la escena. No increpa a Jesús, no le critica. San Lucas lo muestra apoyando silenciosamente a Cristo. A continuación, entran en escena los magistrados, los soldados y uno de los ladrones crucificados, que se burlan, increpan a Jesús y le cuestionan que sea rey, le exigen que se salve. No dan ningún crédito a su Palabra, quizás porque ven el mundo y la vida únicamente desde su dimensión material y desde lo que pueden comprobar a través de sus sentidos (lo que ven, lo que pueden oír, tocar). Necesitan pruebas físicas para creer que alguien puede salvarlos. Y, paradójicamente, vemos a Jesucristo, en una escena un poco excepcional en los Evangelios, que en lugar de participar, presencia, en silencio, los cuestionamientos que le hacen. No se excusa, no contesta. ¿Quizás le deja su defensa al Padre mismo? Él no se salva, es el Padre quien le salvará a su modo, cuando quiera. Cristo confía plenamente en el amor de Dios y en su protección y cuidado. No necesita exigirle nada.
Finalmente, hay una última escena en la cual intervienen el otro ladrón crucificado y Cristo. En este diálogo aparecen, por primera vez en el pasaje, en boca del malhechor, las palabras «verdad» y «justicia» («nosotros, en verdad, estamos justamente [condenados], porque recibimos el justo pago de lo que hicimos»). Este hombre es capaz de ver la realidad con una mirada interior, desde su conciencia; y de desvelar la verdad, de reconocerla, mal que le pese. No juega con la verdad ni con la justicia: han condenado a muerte a un hombre inocente, que ayudaba a los desheredados del mundo, que hablaba con parresía, sin tapujos. Este ladrón se sincera ante todos. Posiblemente esté vinculado interiormente a Jesús. Siente temor de Dios; lo que le preocupa es que su vida tenga sentido para Dios, que pueda vivir desde los valores que Cristo predicó: verdad, justicia, etcétera. Eso es lo que le preocupa; su principal temor es haber podido desperdiciar su vida en conductas que no construían, dando la espalda a Dios, su Creador. Este hombre, humilde y sincero, posiblemente reconoció a Jesús como rey, como su Salvador amoroso y bueno, como Hijo de Dios. Por ello le pide humildemente su recuerdo: «Acuérdate de mí».
Finalmente, Jesús, en lugar de emplear la palabra «salvación», la va a sustituir por una expresión muy común en la historia de la salvación, una expresión central: «Estarás conmigo». ¿Qué mejor promesa que la certeza de la compañía de Dios? El paraíso, la vida eterna, ¿qué son? ¿cuándo? ¿cómo? Cristo contesta: «Hoy» y «conmigo». No necesitamos más. Que podamos vivir así nuestra vida.