La cercanía de la salvación
II domingo de adviento
Tras escuchar la llamada a la vigilancia que nos proponía la liturgia del domingo pasado, este domingo leemos el comienzo del Evangelio según san Marcos. Durante el ciclo de Adviento-Navidad escucharemos ahora parte del prólogo y su continuación el día del Bautismo del Señor, cerrando el tiempo navideño.
La alusión a Isaías
Durante este período, de mayor intensidad litúrgica y espiritual, se cuida especialmente la relación entre las tres lecturas del domingo, subrayándose más, si cabe, el vínculo entre la primera y el Evangelio. El motivo de esta opción se fundamenta, en parte, en el texto que este domingo proclamamos, donde, tras anunciar con solemnidad el inicio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios, Marcos introduce el nombre de Isaías y recurre a un texto de este profeta. Esta cita desvela que desde el primer momento la Iglesia consideró fundamental para comprender el modo en el que Dios ha realizado nuestra salvación el vínculo de continuidad entre los anuncios del Antiguo Testamento y su cumplimiento definitivo en Jesucristo. Aunque, ciertamente, dentro de esa prolongación hay una evidente superación en la obra realizada por el Mesías, el Evangelio busca casi siempre resaltar la unidad del designio salvífico de Dios. Por otro lado, la doble referencia inicial, ya sea a Cristo, que significa ungido, enviado para salvar a su pueblo; ya sea a Hijo de Dios, hecho obediente hasta la cruz, nos anuncian desde el principio cuál es la identidad y la misión del Señor, que será progresivamente desvelada a lo largo de las páginas del Evangelio.
Presentación y misión de Juan
Juan Bautista, el precursor, aparece como el mensajero que camina delante del Señor, llamado a preparar el itinerario de la salvación. Por lo tanto, no es posible separar la misión del Señor de la del precursor, cuya tarea es anunciar lo que ya es inminente. En este sentido, es iluminador fijarnos en un par de circunstancias significativas de la actividad del Bautista: el desierto y el Jordán. Se trata de dos escenarios que condensan gran parte de la historia y de las aspiraciones del pueblo de Israel. Mencionar el desierto y el Jordán supone ubicarse en los 40 años que los hebreos pasaron allí cuando se dirigían a la tierra prometida, así como situarse en los tiempos de prueba y purificación que vivieron antes de llegar a ese lugar.
Por eso puede ayudarnos también la primera lectura de la Misa de hoy, en la que a los israelitas, después de años de destierro en Babilonia y de haber hecho penitencia por sus pecados, se les anuncia la liberación y la consiguiente vuelta a su país. En este clima de alegría provocada por la inminencia de la libertad, el profeta Isaías pretende que el pueblo se prepare interiormente para la llegada del Señor, que va a revelar su gloria. Precisamente revelación y gloria constituyen los dos términos más representativos de lo que celebraremos en la ya cercana Navidad.
Pero para que la manifestación de Dios entre los hombres sea posible es necesario que el camino por el que entra Dios en nuestra existencia quede expedito. Se nos pide allanar la estepa, levantar los valles, abajar montes y colinas, enderezar lo torcido e igualar lo escabroso. Otra indicación sugerente es el carácter marcadamente austero, tanto de la indumentaria como del estilo de vida de Juan. Más allá de la apariencia externa, el Evangelio nos hace una propuesta de sobriedad y austeridad cristiana a la hora de acoger al Mesías que llega. Por último, la imagen de sencillez material y de distanciamiento de cualquier lujo que nos muestra el Bautista va unida a una valentía extraordinaria al exponer su mensaje. Conocemos, por el relato de su martirio, que Juan no tuvo miedo en alzar la voz para denunciar el pecado. Para nosotros, su figura ha de ser un estímulo para luchar contra el conformismo en nuestra vida y para huir de cualquier timidez a la hora de anunciar la salvación que nos llega por medio de Jesucristo.
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”». Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».