«La ceniza se posa sobre nuestras cabezas para que el fuego del amor se encienda en los corazones» - Alfa y Omega

«La ceniza se posa sobre nuestras cabezas para que el fuego del amor se encienda en los corazones»

Francisco subrayó durante su homilía el Miércoles de Ceniza que «la Cuaresma no es el tiempo para cargar con moralismos innecesarios a las personas, sino para reconocer que nuestras pobres cenizas son amadas por Dios»

José Calderero de Aldecoa
Foto: CNS.

El Papa Francisco comenzó la Cuaresma desde la basílica de Santa Sabina en Roma y antes de que le fuera impuesta la ceniza explicó a los fieles que «el polvo en la cabeza nos devuelve a la tierra» y recuerda que «somos débiles, frágiles, mortales»; pero sin embargo «somos el polvo amado por Dios», es decir «polvo precioso, destinado a vivir para siempre. Somos la tierra sobre la que Dios ha vertido su cielo».

De esta forma, «la ceniza nos recuerda el trayecto de nuestra existencia: del polvo a la vida. Somos polvo pero si nos dejamos moldear por las manos de Dios, nos convertimos en una maravilla», dijo el Pontífice, al mismo tiempo que subrayó que «la Cuaresma no es el tiempo para cargar con moralismos innecesarios a las personas, sino para reconocer que nuestras pobres cenizas son amadas por Dios». Así, el tiempo cuaresmal «es un tiempo de gracia, para acoger la mirada amorosa de Dios sobre nosotros y, sintiéndonos mirados así, cambiar de vida».

Mirar al polvo

En segundo lugar, Bergoglio pidió reflexionar sobre la pregunta «¿para qué vivo?» y darnos cuenta de que «si vivo para las cosas del mundo que pasan, vuelvo al polvo, niego lo que Dios ha hecho en mí. Si vivo solo para traer algo de dinero a casa y divertirme, para buscar algo de prestigio, para hacer un poco de carrera, vivo del polvo».

Del mismo modo, el polvo se aprecia a nuestro alrededor en «vidas reducidas a ceniza, vidas de niños inocentes no acogidos, vidas de pobres rechazados, vidas de ancianos descartados». Y también: «¡cuánto polvo hay en nuestras relaciones! Miremos en nuestra casa, en nuestras familias: cuántos litigios, cuánta incapacidad para calmar los conflictos. ¡Qué difícil es disculparse, perdonar, comenzar de nuevo, mientras que reclamamos con tanta facilidad nuestros espacios y nuestros derechos!».

Sin embargo, «no estamos en el mundo para esto», sino «para realizar el sueño de Dios, para amar. La ceniza se posa sobre nuestras cabezas para que el fuego del amor se encienda en los corazones». En resumen, «los bienes terrenos que poseemos no nos servirán, son polvo que se desvanece, pero el amor que damos –en la familia, en el trabajo, en la Iglesia, en el mundo– nos salvará, permanecerá para siempre».

Sofocar la hipocresía

Por último, el Papa advirtió contra la hipocresía y recordó la conveniencia de «no solo hacer obras de caridad, orar y ayunar, sino cumplir todo esto sin simulación, sin doblez, sin hipocresía».

Cuántas veces hacemos algo, concluyó, «solo para ser estimados, para aparentar, para alimentar nuestro ego. Cuántas veces nos decimos cristianos y en nuestro corazón cedemos sin problemas a las pasiones que nos esclavizan. Cuántas veces predicamos una cosa y hacemos otra. Cuántas veces aparentamos ser buenos por fuera y guardamos rencores por dentro. Cuánta doblez tenemos en nuestro corazón… Es polvo que ensucia, ceniza que sofoca el fuego del amor».

Para acabar con todo ello, recomendó «ponernos delante del Crucifijo, quedarnos allí, mirar y repetir: “Jesús, tú me amas, transfórmame… Jesús, tú me amas, transfórmame…”. Y después de haber acogido su amor, después de haber llorado ante este amor, se da el segundo paso, para no volver a caer de la vida al polvo. Se va a recibir el perdón de Dios, en la confesión, porque allí el fuego del amor de Dios consume las cenizas de nuestro pecado».