La casa de José
4º domingo de Adviento / Evangelio: Mateo 1, 18-24
Celebramos el cuarto domingo de Adviento. Encendemos la cuarta vela de nuestra corona simbólica. Ya está muy cerca la Navidad. Es la última etapa de nuestra peregrinación que nos prepara para la venida del Señor.
El Evangelio de Mateo nos presenta el relato del nacimiento virginal de Jesús. Él no proviene de la carne, aunque asume la carne. Su origen último no es la carne y la sangre, sino Dios, aunque Él haya tomado carne personalmente en el vientre de María. Por eso dirá: «El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mt 12, 50).
El pasaje evangélico de este domingo ofrece muchos matices. El protagonista es José. Ciertamente, María sigue siendo el sujeto del milagro: ha quedado encinta, es obra del Espíritu Santo. Pero José es llevado a un primer plano en este relato de Mateo. Se va a subrayar la necesidad de aquella mediación, que es la mediación de Israel: es la mediación de toda una genealogía israelita que, a través de José, legitima el nacimiento de Jesús humanamente, según la ley judía.
Por eso, el protagonista en este relato de Mateo es José, frente a Lucas 1, donde aparece como protagonista María en diálogo con el ángel. De este modo, se nos da de una manera completa el retrato de los que dan entrada a Jesús: María, como madre, y José, como toda una tradición patriarcal que se abre a la venida de Dios, le da su nombre, lo protege y lo conduce.
María está desposada con José (está casada con él: es un matrimonio, pero no han vivido juntos). Como en todos los pueblos antiguos, el matrimonio se gesta en la familia, desde niños. Pero mantienen una moral seria y un respeto a la persona. Ese matrimonio pactado ya casi en la infancia no se realizará hasta que no haya una juventud madura. Pero María queda encinta antes de vivir con su esposo. El evangelista adelanta que es por obra del Espíritu Santo.
José es considerado en el Evangelio como justo. Esta palabra adquiere un tono diferente. No es ese hombre rígido, fundamentalista, que ante una posible traición de la mujer la denuncia en público con el riesgo de quedar desprestigiada de por vida si no moría antes asesinada. Era una costumbre de la época. Ahora la palabra justo tiene un sentido bíblico: significa misericordioso, humano, respetuoso. Aquí justo es el hombre bueno ante Dios, la persona caritativa. José es piadoso, comprensivo; no quiere hacer daño a la persona que ama, aunque esté herido, roto. María lo merece. Él no ve, no sabe, está en la oscuridad, sufre, pero es justo, y la va a despedir discretamente, en secreto, sin escándalo. No quiere que esto sea el hundimiento de María.
Esta página del Evangelio muestra cómo le habla el ángel a José en sueños (cf. Gn 28, 11-22). Él reconoce el mensaje de Dios y lo va a obedecer. Le pondrá al Hijo el nombre de Enmanuel, Dios con nosotros. Es la profecía de Isaías ahora realizada en María (cf. Is 7, 14). José lo ve, lo admite y lo asume en obediencia a Dios. Y desde ese momento su matrimonio ha dado un salto inmenso, porque ya no está regido por la carne o la sangre, sino que es un matrimonio escatológico, que ya roza el futuro de la resurrección.
Es impresionante el final de este relato evangélico: José recibe a María, la lleva a su casa. Recordemos que en la cruz Jesús le dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y después le dice al discípulo amado: «Ahí tienes a tu madre», y termina con estas palabras: «Desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19, 25-27). María es recibida en la casa de José, el justo, y en la casa del discípulo amigo entrañable de Jesús. Ambos saben que no reciben una carga, sino una gracia. Saben que tener a María en casa es tener a Jesús, uno como hijo y el otro como hermano. ¡Qué gratitud tan grande la de José, y después la del discípulo amado, al recibir a María en su casa!
¡Qué hermoso mensaje para una preparación inmediata a la Navidad! Recibir a María en la casa, en el propio corazón, y convertirse en varón justo, es decir, varón que respeta la dignidad, la grandeza, el significado y los derechos de toda mujer, y que renuncia a cualquier tipo de machismo, de violencia y de superioridad.
Termina el tiempo del Adviento. ¿No sería una manera hermosa de coronar el Adviento y de encender la última vela, recibiendo a María en nuestro corazón, y mirando a todas las mujeres, cercanas y lejanas, como personas, respetando en todo momento su dignidad y sus derechos? Sería una forma bonita de acercarse a las puertas de la Navidad.
La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.