La caravana de migrantes que no es una excepción
Ha saltado a los titulares de todo el mundo, pero la caravana de migrantes que salió el 13 de octubre de la hondureña San Pedro Sula no es algo extraordinario. «Cada día salen 300 hondureños del país», asegura el obispo español Ángel Garachana, huyendo de las amenazas de las maras, la pobreza extrema y un Gobierno represor
Su marido y su hijo mayor van en la caravana de migrantes que partió el 13 de octubre desde suelo hondureño hacia el sueño estadounidense. Ella se quedó en un suburbio de Tegucigalpa con los dos pequeños, «visiblemente desnutridos», como los describe una misionera mexicana que trabaja en la zona. Uno de ellos, además, está enfermo. La mujer lleva dos semanas con una profunda depresión: no tienen para comer y no sabe qué será de su familia. «Es normal que la gente llegue al extremo de dejar atrás a sus hijos malnutridos para salir del país, saben que no hay esperanza», afirma fray Alexis Zúñiga, religioso trinitario que trabaja en los barrios más deprimidos de la capital.
«Vamos a ver si llegamos para poder trabajar y dar algo mejor a nuestros hijos», dijeron sus vecinos a la madre de Delio Aceituno, seminarista en San Pedro Sula, antes de coger una bolsa con lo básico y dejar su casa para siempre. Madre, padre, niña de tres años e hijo en Primaria abandonaron todo lo conocido para tener un hipotético futuro en el que «no falten medicinas o las tierras no estén en manos de unos pocos», asegura el seminarista, apesadumbrado.
Mientras, Karina llora. Es de madrugada en el país centroamericano, pero las preocupaciones no dejan que la mujer duerma. «Yo no me sumé a esta última caravana porque no tengo ni un cinco para poder sobrevivir en el trayecto. Pero quiero ir a EE. UU. cuanto antes», reconoce. Con 38 años y varios hijos, «sigo dependiendo de mi madre para vivir, y me da muchísima vergüenza reconocerlo». Tres años en el paro, una cesta de la compra y unas facturas cuyo precio se incrementa cada día —comprar frijoles, huevos o queso puede llegar a costar el doble del salario mínimo, al que apenas llega un 40 % de la población— han llevado a la desesperación a la hondureña, que reconoce sentirse «derrotada». Sabe que es un camino peligroso, que este lunes falleció un compatriota tras un enfrentamiento con la Policía mexicana al tratar de tirar abajo la valla fronteriza con Guatemala. Sabe que el presidente Trump ha amenazado con enviar al Ejército a frenar la llegada y que la vida en EE. UU. no será lo que siempre soñó. Sabe que solo el 17 % de los que emprenden el viaje logran su objetivo. El resto se queda apresado en el camino, es deportado o, lo que es peor, secuestrado, asesinado o mutilado tras ser arrollado por La Bestia, el tren que cruza México de sur a norte. «Pero aún así me quiero marchar. Aquí o eres del partido del Gobierno o no puedes aspirar a un trabajo, y yo no lo soy».
Además del 60 % de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza, que come una sola vez al día, «el Gobierno ha privatizado casi todo, ha recortado en sanidad y educación», denuncia fray Alexis, quien asegura que la corrupción en su país es lo que ha llevado a esta situación extrema. «Hace al menos seis años que quebró el seguro social, fue algo escandaloso que ha quedado impune», sentencia —de hecho, la población tiene hasta que pedir préstamos para ir a la farmacia—. Al igual que «el escándalo del desfalco de un gerente de una empresa de energía eléctrica, que ha hecho que se incremente el coste, pero nadie paga por ello». Otro dato estremecedor es que «hace más de 20 años que no se inaugura un colegio de Secundaria».
El despojo de tierras y la violencia
La caravana más mediática comenzó el 12 de octubre. «Un grupo de 150 personas perseguidas por el actual Gobierno había tomado la iniciativa de viajar en grupo como estrategia de protección, y llegar a México o EE. UU. para solicitar asilo», asegura la hermana Lidia Mara Silva de Souza, coordinadora nacional de la Pastoral de Movilidad Humana en la Conferencia Episcopal hondureña. La situación dio un giro radical cuando uno de ellos publicó en las redes sociales el lugar y la hora en la que saldrían: «Así empezaron a sumarse cientos de personas que sufren una violación sistemática de sus derechos humanos». A la pobreza y la falta de recursos, la religiosa suma «el despojo de tierras y la contaminación ambiental de los últimos diez años, provocados por la explotación minera, hidroeléctricas y monocultivos que han dejado a miles de personas sin casa, sin trabajo y sin condiciones de vida saludables».
También «la violencia generalizada es un factor que obliga a muchas personas a migrar en búsqueda de protección. Salen huyendo del reclutamiento forzado, extorsiones, persecución y amenazas por parte del crimen organizado, pero también de policías y militares que persiguen a los opositores al Gobierno», desvela la hermana Silva. Muchos de los migrantes tienen hijos jóvenes en edad de ser reclutados por las pandillas callejeras o cuyos familiares han tenido problemas con alguna de ellas. Es el caso de Jessica, madre de cuatro hijos cuyos primogénitos se involucraron en una mara hace años y llegaron a montar en su casa un centro de operaciones. Cuando uno «cayó preso por un problema de deudas empezaron a amenazar a su madre con matar a sus hijas pequeñas», explica fray Alexis. La familia ha intentado huir sin suerte en varias ocasiones y ahora ni siquiera pueden coger el transporte. «Jessica ha intentado suicidarse varias veces».
No es algo nuevo
La caravana ha saltado a los grandes titulares, pero la emigración hondureña no es algo nuevo. «Miles de personas emprenden este viaje cada año, solo que lo hacen de forma discreta y no utilizan las fronteras oficiales para dejar el país. La caravana es la oportunidad de viajar con seguridad», asegura la coordinadora de Pastoral de Movilidad Humana. Para el padre Matías Gómez, responsable de la OCSHA en el país centroamericano, además «esta caravana es parte de la lucha de la oposición para sacar al presidente del Gobierno. Que vayan organizados llama más la atención que los miles que emigran cada mes por su cuenta». Pero «en este país hay hace mucho un éxodo silencioso al que nadie había prestado atención. Cada día salen 300 hondureños hacia Guatemala, México y EE. UU.», asegura Ángel Garachana, obispo español en San Pedro Sula.
El jesuita Ismael Moreno, conocido como el padre Melo, culpa a EE. UU. de «mantener este régimen productor de exclusión, avalando la corrupción y la impunidad, el fraude electoral, la represión militar y el asesinato de opositores» [la ONU ha denunciado decenas de ejecuciones extrajudiciales]. Durante una videoconferencia en la sede de la ONG Entreculturas, el sacerdote entonó un mea culpa: «Nosotros nos hemos movido en el nivel de acogida y acompañamiento, pero no hemos tocado de frente las políticas de los gobiernos locales y de EE. UU.».
C. S. A. / F. O. / J. L. V. D.-M.