La cacerola guiando al pueblo
El miedo, ese gran monstruo del que durante décadas se ha servido el régimen, ha empezado a diluirse. Ahora ha sido un huracán, y mañana será otra cosa, da igual: nada tiene más fuerza que el peso de la historia y sus enseñanzas
Nos duele Cuba porque un poco del corazón de España se quedó anclado bajo el malecón de La Habana. Mi abuelo, sin saber que lo sería, cruzó el mar huyendo de una revolución que prometía una justicia que nunca llegó. El comunismo es mentira sostenida con violencia. El mundo se ha ido dando cuenta, pero en la isla, maldita sea, el reloj parece haberse detenido. A duras penas, el pájaro de Twitter nos va dando alguna pista, ahora que este ciclón, Ian, como tantos otros antes, ha vuelto a poner de manifiesto la brutalidad del régimen. Los cubanos han estado días enteros sin luz, porque el sistema eléctrico es viejo y no se cuida y no se invierte, porque el comunismo también es una gestión nefasta de los servicios públicos de los que hace bandera. La conexión a internet, durante tantos años vetada para los cubanos y ahora, a duras penas accesible, ha estado caída durante horas.
La dictadura sabe que el pájaro azul es infinitamente más poderoso que cualquier manifestación, que cualquier editorial del Granma. Por eso, según denuncian las organizaciones de derechos humanos, el régimen ha cortado la conexión a la red, para que no viéramos que la protesta se está generalizando. Que los cubanos ya no aguantan más y que, cacerola en mano, están gritando al mundo que haga algo, que deje de mirarlos con la compasión del rico y asuma que ellos no son menos que nadie y que tienen derecho a la misma libertad de la que disfrutamos los demás.
Algo se quebró en la desigual relación entre la dictadura y el pueblo durante las manifestaciones del 11 de junio de 2021. La represión fue brutal. El régimen volvió a llenar las cárceles de presos políticos (ya hay 1.016, según Prisoners Defenders), pero algo sutil surgió de aquellas horas para la historia: el miedo, ese gran monstruo del que durante décadas se han servido los prebostes del régimen, empezó a diluirse. Ahora ha sido un huracán, y mañana será cualquier otra cosa, da igual: nada tiene más fuerza que el peso de la historia y sus enseñanzas.
La escena es singular: una señora con unas sandalias rojas de Nike, suponemos que falsas, al fondo una chica con un teléfono móvil, un flash que sorprende a la noche, esos brazos cruzados que parecen decir «aquí estamos y aquí seguiremos». En la España a este lado del mar vemos cómo todavía hay quien justifica las ideas sobre las que se construyó la dictadura cubana. Las mismas que, con ropajes nuevos, inventan ahora un nuevo mundo de discordias, de luchas colectivistas, victimizando a los unos frente a los otros. Esas ideas son sinónimo de odio, mentira y hambre, como bien saben los cubanos. La libertad no es una aspiración, o no solo, ni un eslogan o una marca o un cuadro de Delacroix: es esa señora y su cacerola guiando al pueblo.