La barcaza de la vergüenza
La dignidad y el respeto están por encima del lugar de procedencia. Este mamotreto arquitectónico debe hacer chirriar nuestra conciencia ante la mayor tragedia humanitaria desde el final de la Segunda Guerra Mundial
No, no es la imagen de una distopía ni forma parte de una serie de ficción sobre una indeseable sociedad futura. Lo que tiene ante sus ojos se encuentra atracado ahora mismo frente a la isla de Portland, al suroeste de Inglaterra, y está destinado a ser el alojamiento flotante de los solicitantes de asilo en Reino Unido. Mientras que la utopía describe a una sociedad ideal, una distopía es justo lo contrario, algo que habría que evitar a toda costa. Lo que vemos en la fotografía es una esquina del primer mundo teñida de vergüenza a cuenta del drama de los refugiados.
Esta polémica barcaza sin motor de tres pisos y con 222 camarotes está preparada para encerrar en su interior a 500 solicitantes de asilo durante unos 18 meses. Un auténtico gueto flotante que se llama Bibby Stockholm, pero que se asemeja demasiado a Alcatraz. Es el buque insignia del último plan del Gobierno británico para disuadir a aquellos que se atrevan a cruzar el canal de la Mancha para entrar en su territorio, una forma sibilina de ofrecer alojamiento mientras evitan que pisen suelo británico. Ante semejante frivolidad y desprecio a las personas la ONU advierte de que se trata de «un precedente preocupante respecto a las obligaciones relacionadas con el asilo que Europa, que otros países, pueden verse tentados a seguir, afectando al sistema internacional de protección de los refugiados y los derechos humanos en su conjunto».
Se da la circunstancia, además, de que el fundador de la compañía propietaria de esta gigante colmena humana se dedicó a la trata de esclavos. Las paredes del Bibby Stockholm saben bien lo que significa ser arrinconado y aislado. Su estructura se utilizó también en Hamburgo y Rotterdam para solicitantes de asilo y dio techo a personas sin hogar. El Gobierno británico asegura que dispone de asistencia médica, cáterin y seguridad las 24 horas del día. Casi parece un resort idílico con vistas al mar en lugar de esta mole gris, aliviada únicamente por unas franjas de color rojo, el mismo color de la sangre de todos los que se quedaron por el camino y no sobrevivieron a miles de kilómetros a la intemperie y sobre cayucos destartalados. Apenas una luz en medio de esta nueva abominación ante la que no podemos permanecer indiferentes. La Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales ha sido muy clara al recordar que los refugiados son seres humanos y no un problema político que hay que resolver. La Iglesia de Inglaterra también ha asegurado que se trata de una práctica «que debería avergonzarnos como nación».
Gran Bretaña justifica esta medida porque no les salen las cuentas: a finales de 2022 más de 166.000 personas estaban pendientes de la solicitud de asilo y mantenerlos en hoteles les resulta mucho más caro que esta cárcel flotante. Allí permanecerán hombres adultos solteros mientras se procesan sus peticiones de asilo. En teoría, los residentes son libres de entrar y salir cuando quieran, pero en la práctica sus pasos serán registrados con lupa. Cualquier infracción podría paralizar la ya de por sí complicada solicitud de asilo. La lucha de Gran Bretaña contra la migración ilegal también pasa por acelerar la expulsión de las personas detenidas, ya sea a su país de origen o a un tercer lugar tan idílico y garante de los derechos humanos como Ruanda, país al que ya ha adelantado 140 millones de libras por su colaboración, olvidándose de que fue escenario de un genocidio que mató a más de 800.000 personas en 1994.
Hay muchas formas de encerrar a una minoría en un gueto sin necesidad de tatuar un número o rodearlas de alambres de espino. La deshumanización también se manifiesta en abandonar a inmigrantes en el desierto o aparcándolos en el mar. Al término del ángelus del pasado domingo, el Papa Francisco hizo un llamamiento a los gobiernos para que socorran a los miles de migrantes atrapados en las zonas desérticas del norte de África: «Que el Mediterráneo no sea nunca más teatro de muerte e inhumanidad. Que el Señor ilumine las mentes y los corazones de todos, suscitando sentimientos de fraternidad, solidaridad y acogida». Es cierto, urge un mundo con más misericordia y fraternidad. La dignidad y el respeto están por encima del lugar de procedencia. Este mamotreto arquitectónico debe hacer chirriar nuestra conciencia ante la mayor tragedia humanitaria desde el final de la Segunda Guerra Mundial.