La aventura divina, ahora, desde el cielo
Su aventura divina, el Movimiento de los Focolares, está hoy extendido por 182 países. Chiara Lubich se ha presentado ante el Padre tras dejar una profunda huella en esta vida. Como escribe el sacerdote Manuel Bru, «un pueblo inmenso ha descubierto en su modo de testimoniar el Evangelio un camino de santidad para nuestro tiempo»
Había acudido al Policlínico Gemelli en febrero para una revisión, pero en seguida surgieron complicaciones respiratorias que le obligaron a quedarse ingresada. Dos días antes de su muerte, sabiéndola ya cercana, pidió ser trasladada a su domicilio, el Centro Internacional del Movimiento de los Focolares, en Rocca di Papa, donde falleció en la madrugada del 14 de marzo.
Del cariño que Chiara Lubich (cuyo nombre de bautismo era Silvia) logró despertar en tantas personas hablan la cantidad de mensajes y visitas que recibió durante su convalecencia, y que sigue recibiendo la gran familia de los Focolares tras la muerte de su fundadora. Cuando aún se encontraba ingresada en el Gemelli, recibió, entre otros muchos, un cariñoso mensaje de Benedicto XVI, en el que la apoyaba en la prueba que estaba viviendo, y le deseaba que recibiera del Señor «alivio físico y consuelo espiritual».
Muy especial fue también la visita al Policlínico del Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, quien afirmó: «Quise venir hasta aquí para traer mi saludo personal y el del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla a la queridísima Chiara Lubich, que tanto ha dado y da con su vida a la Iglesia entera».
En sus dos últimos días de vida, una auténtica procesión de familiares, colaboradores e hijos espirituales quiso acercarse hasta Rocca di Papa para dirigirle el último saludo a Chiara Lubich en su propia habitación, quedándose, después, en la capilla en intensa oración, así como en los alrededores de la casa.
No podría entenderme a mí mismo sin el balbucear, en la oración de la comunión, de una hermosa oración de Chiara Lubich en la que le da gracias a Dios «no porque he aprendido a decírtelo, no porque el corazón me sugiera esta palabra, tampoco porque la fe me haga creer que eres amor, ni siquiera solamente porque has muerto por mí. Te quiero porque has entrado en mi vida más que el aire en mis pulmones, más que la sangre en mis venas. Has entrado donde nadie podía entrar, cuando nadie podía ayudarme, cada vez que ninguno podía consolarme». La oración continúa diciendo cosas que hacen que el mundo se pare, y quien la lee o cierra el libro donde está escrita, o sucumbe al encontrarse con la realidad más profunda de su vida. Al final, dice algo que tantas veces he trampeado, como para robársela, cambiando el agradecida por agradecido. Dice así: «Concédeme estarte agradecida -al menos un poco- por el tiempo que me queda, a este amor que has volcado en mí, y me ha obligado a decirte: Te quiero».
El día en que a Chiara, a punto de dejarnos, la llevaron del hospital a su casa, algunos amigos del Movimiento de los Focolares en Madrid, tras la misa, leímos de nuevo esta oración, y comprendimos que nunca hasta ese momento habíamos alcanzado a entender esa expresión por el tiempo que me queda. Es una expresión que vale siempre, incluso cuando a alguien le quedan, como a ella le quedaban, pocas horas para morir. También ella dijo una vez que sólo quería una cosa en la vida: vivir intensamente lo que rezamos en el Ave María: «Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Tener a María, o mejor, ser otra María, siempre, ahora y en la hora de la muerte.
Chiara ha dejado una obra ingente de iniciativas culturales y sociales, de frutos sorprendentes en el diálogo ecuménico, interreligioso, y con personas de convicciones diversas. Ha dejado tras de sí algo aún más importante: un pueblo inmenso diseminado por todo el mundo de consagrados y consagradas, sacerdotes y religiosos, familias, jóvenes, niños, que han descubierto en su modo de testimoniar el Evangelio un camino de santidad para nuestro tiempo.
Pero hay todavía algo más importante que nos ha dejado, como han hecho todos los grandes hombres y mujeres de Iglesia de todos los tiempos: nos han dejado un amor inconmensurable. Porque si amó tanto a Dios, y si amó tanto a los que pasaron a su lado en la santo viaje de su vida, mucho más aún nos ha dejado la certeza, límpida, transparente, luminosa, y asombrosa de que Dios la amaba a ella inmensamente. De hecho, su aventura empezó aquel día en que, a la petición de un sacerdote para que ofreciese una hora por él, ella le respondió que por qué sólo una hora; ofrecería todo el día. Y aquel sacerdote le dijo algo que ella guardó en su corazón como el gran tesoro de su vida, hasta el último respiro: «Dios la ama inmensamente».
Mensaje del Papa
Tras su muerte, Benedicto XVI ha querido unirse al dolor de todos sus seguidores con un mensaje en el que afirmaba haber recibido la noticia «con emoción», y afirmó también «sentirse muy cerca espiritualmente» de todos los miembros de la Obra de María -como es el nombre oficial del Movimiento de los Focolares-, así como de «todos los que han apreciado su compromiso constante por la comunión en la Iglesia, el diálogo ecuménico y la hermandad entre todos los pueblos». Y añade el Santo Padre: «Doy gracias a Dios por el testimonio de su existencia dedicada a la escucha de las necesidades del ser humano contemporáneo en plena fidelidad a la Iglesia y al Papa».
El pasado martes, 18 de marzo, en la basílica romana de San Pablo Extramuros, se celebró un funeral por el alma de Chiara Lubich, que fue presidido por el Secretario de Estado del Papa, el cardenal Tarcisio Bertone. Entretanto, centenares de personas quisieron acercarse hasta su capilla ardiente, instalada en su propia casa, en Rocca di Papa, donde ha sido enterrada.
Una vida consagrada a Dios Amor
Chiara Lubich nació en Trento, en 1920, localidad que, por cierto, declaró el luto oficial al conocerse su muerte. El Movimiento de los Focolares, aprobado por la Iglesia como Obra de María, nació en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. La casa de Chiara Lubich fue destrozada por un bombardeo, sus estudios de filosofía se vieron interrumpidos en medio de la contienda, y ella decidió no huir, sino quedarse en su ciudad y escoger como lema Dios Amor, con la creencia de que el único ideal que no se derrumba nunca es Dios. El 7 de diciembre de 1943, en una capilla de su ciudad, decidió consagrarse a Dios para toda la vida, y esta fecha se considera el inicio oficial del Movimiento de los Focolares.
En el año 1948 Chiara se encontró por vez primera en el Parlamento italiano con Igino Giordani, un prestigioso político, diputado, escritor y periodista, padre de 4 hijos, quien ayudó a Chiara a dar forma a lo que hoy es el movimiento, y por ello se le considera el cofundador del mismo. Su Causa de beatificación está abierta.
Poco después fueron apareciendo los sacerdotes focolarinos, los voluntarios, el Movimiento Gen, o el proyecto de Economía de Comunión, iniciativas que han ido conformando esa aventura divina, el gran movimiento inspirado por Chiara Lubich y que hoy cuenta con más de dos millones de adhesiones, repartidas en 182 países del mundo.
Ya había estado antes en España, invitada por Juan Pablo II, con ocasión de la memorable Jornada Mundial de la Juventud de 1989, en la que la fundadora de los Focolares propuso a los jóvenes, en una de las catequesis de preparación a la llegada del Santo Padre, seguir a Cristo Camino. Pero más prolongado y completo fue su segundo viaje, trece años después, en 2002. Un viaje de múltiples y fructuosos encuentros con personalidades de la Iglesia y de la sociedad españolas, además de con los más de tres mil miembros del Movimiento por ella fundado que hay en España.
El primer acto oficial de aquel viaje de Chiara Lubich a España de hace cuatro años tuvo lugar en Montserrat, donde se encontró con los religiosos benedictinos del monasterio y otros de diversas Órdenes venidos de Cataluña y de toda España. Tras informales de la rica experiencia de comunión vivida con los demás movimientos desde la Vigilia de Pentecostés de 1998, les explicó cómo se está fortaleciendo «la comunión entre carismas nuevos y antiguos», que es justo la experiencia de miles de religiosos que comparten, junto a su carisma originario, el carisma de la unidad nacido de los Focolares. Dirigiéndose directamente a los benedictinos, les recordó cómo fue inspirándose en las ciudadelas laboriosas surgidas alrededor de sus monasterios, como ella se sintió empujada a construir las más de 20 ciudades-María, en las que se da un testimonio de la ciudad nueva evangélica. En la iglesia de San Agustín, en Barcelona, de la mano del cardenal Carles, se dirigió a una multitud de jóvenes para hablarles de la vocación.
Con un nutrido grupo de obispos españoles, acompañados por el Nuncio de Su Santidad en España, compartió la experiencia del Movimiento, las claves de la nueva evangelización tal y como se está realizando desde el Movimiento de los Focolares, y su personal testimonio en el campo ecuménico e interreligioso.
En el Seminario Conciliar de Madrid, con más de doscientos seminaristas de las diócesis de Madrid, Getafe, Alcalá, Bilbao, Castellón y Granada, les comunicó a los seminaristas, con un vigor extraordinario, la historia de su vida, que es la vida de un radical ideal evangélico de amor y de unidad. Andrés García de la Cuerda, Rector del Seminario, la presentó como «mujer fuerte, testigo del amor cristiano, portadora de uno de los carismas que el Espíritu Santo ha suscitado y donado a la Iglesia de este tiempo», y subrayó «su ideal indestructible, al que podemos consagrar nuestra vida». Un carisma «que lleva a la Iglesia la pasión para la unidad». Mirándoles a los ojos, Chiara Lubich les dice con firmeza: «Ya se puede prever cómo podrá ser la Iglesia si esta comunión continúa: será más una, más bella, más atractiva, más familiar, más carismática, más dinámica, más mariana. Os deseo a todos que la experimentéis».
Chiara Lubich inauguró el Centro Maríapolis de Las Matas, en Madrid, junto al cardenal Rouco Varela, quien lo bendijo. En su intervención recorrió la historia del Movimiento para encontrar los orígenes de sus casas: el focolar, la lauretana, las ciudadelas y los centros Mariápolis, cuya finalidad «es formar para caminar por el camino del amor, superar las pruebas, y volver al mundo como otros Jesús».
Ante más de tres mil quinientas personas pertenecientes al Movimiento de los Focolares de todas las regiones españolas y de todas las vocaciones, Chiara Lubich se despedía de España con el encuentro en la plaza de toros de Leganés, recordándoles que el amor incondicional es el secreto para construir una convivencia pacífica, para acoger a los que sufren las nuevas formas de pobreza (abandono, soledad, familias desunidas, dudas, depresiones, hastío por el materialismo, emigración, etc.), y el secreto para realizar el fin específico de esta espiritualidad, la unidad, que no es una conquista, sino una gracia que se obtiene sólo cuando se ama hasta el punto de estar dispuestos a dar la vida por los demás.