La anexión amenaza la presencia cristiana en Tierra Santa
La expansión de varios asentamientos alrededor de Belén y la prevista anexión a Israel de las dos únicas zonas verdes del entorno (con conventos y campos de cultivo de las familias) consumarán el estrangulamiento de la ciudad. «Israel quiere todas las tierras buenas», mientras prepara «prisiones al aire libre» para la gente vinculada a ella, denuncia un sacerdote
En 1991, la familia de Daoud Nassar descubrió por casualidad que su granja de Nahalin, a nueve kilómetros al suroeste de Belén, estaba en peligro. Un vecino les comentó un día que había visto a muchos militares y colonos israelíes en sus campos. Descubrieron que, sin su conocimiento, Israel había declarado suelo estatal las 40 hectáreas que Daher, el abuelo, había comprado en 1916. Al principio, como en tiempos de Jesús, la familia había vivido en sus cuevas.
Comenzó entonces una batalla legal que, casi 30 años y 150.000 euros después, aún no ha concluido. Nassar explica a Alfa y Omega que luchan por defender sus tierras, pero también las de otros palestinos de la zona. La granja está en un lugar estratégico, en la cima de una colina y rodeada por los asentamientos israelíes de Gush Etzion, por lo que su presencia frena su crecimiento. Llegaron hasta el Tribunal Supremo de Israel y lograron que en 2004 se le permitiera registrar (de nuevo) el terreno.
Siguen intentándolo. Y ahora, una nueva amenaza se cierne sobre su hogar. La anexión de un tercio de Cisjordania planeada por el Gobierno de Israel incluye el valle del Jordán y los bloques de asentamientos israelíes… con las tierras entre ellos. Prudente, Daoud insiste en que aún no saben qué implicaría la anexión. Pero teme quedarse aislados de Belén y de su comunidad evangélica (son la única familia cristiana del vecindario). O que se impida el acceso a las personas que habitualmente acuden a la granja, que también es un centro de promoción de la paz y la convivencia bautizado como la Tienda de las Naciones.
Más expropiaciones para «preparar la zona»
La anexión amenaza también las tierras de la familia de Xavier Abu Eid en Al Makhrour, al oeste de Belén. O lo que queda de ellas. En 1996, Israel les quitó la mitad para construir la carretera 60, que conecta colonias israelíes. En 2015, perdieron un olivar milenario para la construcción del muro. Hace apenas tres semanas les quitaron un dunum más (1.000 metros cuadrados) para ampliar la carretera. «Están preparando la zona para la anexión».
Abu Eid sí se atreve a especular sobre qué puede pasar. No cree que Israel vaya a dar permiso a todos los miembros de una familia para acceder a los campos de los que muchos sacan una ayuda para su sustento mediante el autoconsumo y la venta de excedentes. Podría poner trabas para cambios como construir pozos, llevar maquinaria o pavimentar caminos; o cobrar impuestos según parámetros israelíes, muy elevados para los palestinos. «Buscan que la gente no vea sentido a cultivar y, eventualmente, aplicar una ley de 1952 que dice que se puede tomar la tierra cuyo propietario está ausente o en un Estado enemigo».
Cercados desde 1967
Para este cristiano, uno de los feligreses más comprometidos de la parroquia de la Anunciación de Beit Jala (barrio al oeste de Belén) y además asesor del Departamento de Negociaciones de la Autoridad Palestina, los planes de anexión «no han hecho más que acelerar todas las contradicciones» de la ocupación israelí. En el caso de su ciudad, consumarán un cerco que empezó en 1967. Poco después de la Guerra de los Seis Días, Jerusalén se expandió con varios asentamientos al norte de Belén. Desde entonces, se ha construido a su alrededor un anillo de 18 colonias.
En ellas viven 100.000 personas. Y siguen creciendo. Se acaba de autorizar la ampliación de la de Neve Daniel y la construcción de la de Givat Eitam. Situadas las dos al sur de la ciudad, impiden su crecimiento en la única dirección en la que aún era posible. Entre los asentamientos, las carreteras solo para israelíes (los palestinos pueden cruzarlas por debajo, pero son frecuentes los controles) y el muro, Palestina solo controla el 13 % de lo que originalmente era el distrito de Belén.
Conventos amenazados
Los problemas de movilidad y los obstáculos al desarrollo hacen de Belén la segunda área de Palestina con mayor desempleo, después de Gaza. A esto se suma el altísimo precio de la vivienda por la falta de suelo. «La gente no puede vivir una vida normal ni hacer planes de futuro», lamenta el padre Hanna Salem, párroco de Beit Jala.
También la Iglesia saldrá perdiendo con la anexión. En el valle de Cremisán, vecino a la zona de Al Makhrour e incluido en los planes como ella, hay dos conventos. El de los salesianos, que por culpa de las limitaciones impuestas por el muro ya se transformó de un noviciado «lleno de vida» en una casa de retiro, ve ahora en peligro su pequeño negocio de vino. El colegio de las salesianas podría perder su razón de ser si no se permite el acceso a los alumnos. Está amenazada, incluso, una de las costumbres más queridas por los feligreses: la romería del mes de mayo.
Se habla más de emigrar
Al Makhrour y Cremisán son las dos únicas zonas verdes que les quedan a los belenitas. El párroco cree que por eso se han incluido en el plan, pues «Israel quiere anexionarse todas las tierras buenas» mientras la gente vinculada a ellas «permanece en grandes prisiones al aire libre». En los últimos tiempos, crecen las voces que hablan de emigrar. «La anexión podría ser la gota que colma el vaso en lo que se refiere a una presencia cristiana viable en Palestina», denunciaban ocho clérigos cristianos de Belén en una carta publicada la semana pasada. «Nadie podrá alegar que no sabía las consecuencias».
Cuándo y cómo se concretará la anexión sigue siendo una incógnita. Los primeros pasos se tendrían que haber dado, según el acuerdo de Gobierno de coalición del Likud y el partido Azul y Blanco, el 1 de julio. Abu Eid está seguro de que si el primer ministro Benjamín Netanyahu hubiera podido, «ya lo habría hecho. Si no ha sido así es en gran medida por la importante respuesta de la comunidad internacional, que ha sido muy positiva». Pero la presión no debe relajarse, añade. Y, dado «el papel esencial que tiene en esta tierra», España debería formar parte destacada de ella e implicarse en «la protección de las poblaciones cristianas, que son palestinas».
Fiel a su fe cristiana, la familia de Daoud Nassar siempre ha querido evitar las tres reacciones que ven en otros palestinos: la violencia, el victimismo, y la huida. La que llaman su «cuarta vía» se basa en el rechazo al odio, el recurso a los tribunales con la esperanza de que «aunque el camino sea largo y complicado, al final la justicia prevalecerá», y poner en práctica el mensaje cristiano. Esto los llevó a dar un paso más, y a poner en marcha en su granja familiar, objeto de litigios desde 1991, la Tienda de las Naciones. Buscan que «lo que para nosotros es un desafío se convierta en una bendición para otros». En un mundo en el que el muro, los asentamientos o los campos de refugiados se hacen presentes se mire donde se mire, «queremos ayudar a la gente a reconectar con su tierra, a centrarse en lo positivo» y así combatir la desesperanza. Por eso ofrecen actividades artísticas para niños (en la imagen) y formación para mujeres. Entre las 8.000 y 10.000 personas que pasan por la tienda al año, también hay visitantes internacionales a los que dan a conocer su caso y su proyecto de promoción de la paz, y voluntarios que los ayudan.