Semana Santa malagueña. La alegría del Resucitado
«Sufrimiento y gozo, dolor y esperanza… son binomios que coexisten en las imágenes y en el ambiente al paso de las procesiones», escribe en estas páginas el obispo de Málaga, que pone en primer plano el espíritu de fe y de amor que alienta la Semana Santa: «Vivir la alegría de la presencia del Resucitado»
En los evangelios aparece repetidas veces el término alegría en boca de Jesús cuando se dirige a sus discípulos (cf. Jn 15, 11; 16, 20-22). En el tiempo post-pascual ellos se llenan de alegría tras el encuentro con el Resucitado (cf. Jn 20, 20).
Las procesiones de la Semana Santa malagueña con sus imágenes barrocas y las músicas acompasadas por el redoble del tambor, con el caminar lento de los tronos, pueden hacer pensar que se trata de una celebración triste. Pero más bien hay una alegría profunda, contenida, en el íntimo del corazón por la cercana resurrección del Señor.
Las expresivas imágenes de las diversas advocaciones de Cristo suelen referirse más a sus sufrimientos (Prendimiento, Huerto, Sentencia, Cautivo, Pasión, Agonía, Penas, Sangre, Crucifixión, Expiración, Buena Muerte); algunas también expresan otros aspectos cristológicos (Amor, Misericordia, Redención). Los títulos de la Virgen alternan los de dolor (Angustias, Dolores, Lágrimas, Soledad) con otros más delicados (Caridad, Dulce Nombre, Esperanza, Gracia, Estrella, Gran Poder).
Sufrimiento y gozo, dolor y esperanza, sangre y vida, tiniebla y luz, son binomios que coexisten en las imágenes y en el ambiente al paso de las procesiones. No falta nunca el olor a incienso, que perfuma las calles y recuerda la soñada Resurrección; ni tampoco faltan los cirios encendidos en los tronos (pasos) y en las manos de los cofrades, vestidos con el hábito y el capirote que los distingue; son cirios que preanuncian la luz pascual. Hay gran majestuosidad en el caminar lento y acompasado de los tronos, al ritmo de las melodías musicales. Los colores y las luces nos anuncian la primavera pascual, la resurrección del Señor.
Desde el Domingo de Ramos hasta el Viernes Santo, desfilan por la ciudad unas cuarenta cofradías, ajustándose al recorrido convenido. Muchos pueblos tienen también sus propias cofradías, que recorriendo sus calles presentan y escenifican el misterio pascual, solemnizando así la Semana Santa.
Los tronos malagueños de las cofradías de Semana Santa son muy grandes, respecto a los de otras ciudades andaluzas y españolas. Las imágenes son llevadas por muchos hombres de trono, cuyo número medio puede oscilar entre un centenar y más de doscientos, que visten su túnica respectiva a cara descubierta; algunos se vendan los ojos para evitar las distracciones y centrarse en el diálogo íntimo con el Señor o con la Santísima Virgen, que llevan sobre sus hombros. Aguantar un peso considerable durante varias horas resulta pesado y es un gran sacrificio, que se asume por una motivación religiosa.
Hay que morir para resucitar
Para vivir con alegría la resurrección del Señor es preciso haberle acompañado durante la Cuaresma con un corazón contrito y convertido. El camino cuaresmal, que es camino bautismal y camino pascual a la vez, nos lleva a morir en Cristo para resucitar con Cristo.
El Papa Francisco advierte que «hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo» (Evangelii gaudium, 6).
La seriedad de la Semana Santa no impide vivir con profunda alegría la resurrección del Señor, que ha triunfado sobre el pecado y sobre la muerte. Cristo nos ha amado hasta el extremo (cf. Jn 13, 1); sentirse amados por Dios nos hace capaces de amar y nos llena de alegría.
La liturgia de los días de Semana Santa, sobre todo las oraciones y los prefacios, presentan el misterio pascual de Jesús: «Muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida» (Prefacio I de Pascua); y nos invitan a participar en la pasión de Cristo para gozar de su resurrección gloriosa: «En la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección hemos resucitado todos» (Prefacio II de Pascua). Jesucristo resucitó y ahora vive glorioso junto al Padre. Como dice san Pablo: «Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación» (1 Co 15, 14).
Expresión de fe
Las procesiones son manifestaciones de fe y de amor al Señor y a la Santísima Virgen María; son un testimonio público de fe y un exponer en la calle lo que se celebra en los templos e iglesias; son un anuncio público del Evangelio, que ayuda a contemplar el misterio que representan las imágenes y la historia real acontecida entonces.
Ante el paso del Señor por la vida de alguien, no se puede permanecer indiferente, como no se queda uno indiferente ante el dolor humano. Las procesiones no son un espectáculo cultural, sino una expresión de fe en Dios, que nos interpela y pide una respuesta a su Amor.
Los cristianos estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe y anunciarla a los demás. Estamos viviendo en estos tiempos unos acontecimientos eclesiales que nos animan a vivir con alegría el compromiso bautismal cristiano. El Papa Francisco nos regaló su primera Exhortación apostólica titulada Evangelii gaudium, invitándonos a la «dulce y confortadora alegría de evangelizar» (EG, 9).
Cristo resucitado es fuente de alegría y de esperanza. «Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la Resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que, en medio de la oscuridad, siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto (…). Ésa es la fuerza de la Resurrección, y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo» (EG, 276).
Todo esto nos anima a vivir la alegría de la presencia del Resucitado.