La actualidad del pensamiento de Menéndez Pelayo. El problema de España - Alfa y Omega

La actualidad del pensamiento de Menéndez Pelayo. El problema de España

El problema de España es «la pérdida de la fe católica»: así diagnosticaba Menéndez Pelayo nuestro malestar endémico. El director del Instituto de Humanidades Ángel Ayala, de la Fundación Universitaria San Pablo CEU, cierra las colaboraciones que Alfa y Omega ha dedicado a Menéndez Pelayo en el desapercibido I Centenario de su muerte

Colaborador
Don Marcelino Menéndez y Pelayo (1908), de Joaquín Sorolla. Hispanic Society.

De la oceánica producción de Menéndez Pelayo llama siempre la atención su interpretación del llamado problema de España, es decir, la dramática inhabilidad de los españoles, durante siglos, para sentirnos mínimamente a gusto con nuestra organización social y política, como señalaba certeramente el maestro Laín Entralgo.

Es cierto que este problema es un tema nuclear en la historia española, como una especie de Guadiana que aparece y desaparece en función de las diferentes circunstancias sociopolíticas presentes en ellas. Siempre reaparece en momentos de crisis, lo que justifica que Berhad Schmitt situara su origen ni más ni menos que en nuestro siglo XVII, en el debate intelectual de arbitristas y tacitistas. Desde entonces, está presente en nuestra vida con mayor o menor virulencia. Todavía en 1914, en el prólogo a su primer libro, el gran Ortega se angustiaba con la dramática pregunta: Dios mío, ¿qué es España?, interrogante que en esa fecha no se formulaba ningún intelectual francés, inglés o alemán.

Menéndez Pelayo también hizo suya esta pregunta, e intentó darle respuesta. Primero, situó el tema adecuadamente: cuándo surge el problema, en qué consiste, y su posible solución. Y, como intelectual de raza, puso cerco a sus propias convicciones y analizó con la mayor objetividad posible la esencia del mismo, que no es, ni más ni menos, que un análisis sobre el ser de España.

Por iniciativa de su maestro y paisano Gumersindo Laverde, replica a Gumersindo de Azcárate que, según costumbre de la época, va publicando en la revista España los capítulos que más tarde aparecerán como libro bajo el título de El selfgoverment y la monarquía doctrinaria. El primer artículo, que será el cuarto capítulo del famoso libro, lo firma en Madrid en 1876, al regreso de su destierro de Cáceres. En este artículo, Azcárate hace suya la tesis de Masson de Movilliers, publicada en la Enciclopedia Metódica en 1782, en la que negaba la existencia de una ciencia española por la intransigencia de la Iglesia. Laverde se indigna, y pide a don Marcelino que responda adecuadamente. La respuesta muy documentada del cántabro tiene lugar en la Revista Europea, el 30 de abril de 1876, con artículos que más tarde darían lugar a la publicación del libro La ciencia española, con prólogo de Laverde.

Azcárate se desentiende de la polémica, papel que asume Revilla, seguido por Salmerón y Perojo. Don Marcelino no se arredra y continúa su argumentación a favor de la existencia de una ciencia española desde la Edad Media, que resultó fundamental para la existencia de una ciencia europea. En verdad, la reacción de don Marcelino no fue la primera contra el artículo de Masson de Movilliers. Nada más publicar el francés su diatriba, el botánico Cavanilles, que se encontraba en Paris, replica, en 1784, defendiendo la cultura española. Dos años más tarde y desde Berlín, ante el rey de Prusia, el abate Denina reivindica la originalidad cultural de España. El Gobierno español, presidido por Floridablanca, encarga a Forner la réplica al francés. La Guerra de la Independencia pone fin a este debate intelectual, que se reanuda en 1851 por Zarco del Valle, continuando, en 1866, con Echegaray, y en 1876, con el discurso de ingreso de Núñez de Arce en la RAE, achacando la decadencia española a los Austrias y fijando en la escasa atención a la ciencia una de sus principales causas. El discurso del recipiendario mereció una contestación enérgica de don Juan Valera.

Las dos Españas

Pero fue este mismo año cuando surge la polémica ya referida con Azcárate y sus discípulos. Don Marcelino analiza en profundidad el movimiento científico español y reclama su originalidad e influencia en Europa. Fija el problema de España en la pérdida de la fe católica, niega los efectos negativos de la Inquisición, y fija, en 1767, el inicio de esta decadencia como consecuencia de la expulsión de los jesuitas. Más tarde, cuando escriba la Historia de los heterodoxos, añadirá un dato más al problema; ya no es sólo la pérdida de la fe, sino, a consecuencia de ella, la aparición del problema de las dos Españas, que sitúa en las Cortes gaditanas de 1810, en la pugna entre reformistas, reaccionarios y progresistas. Es la tesis que hará suya, en 1933, Fidelino de Figueiredo, en un libro titulado precisamente Las dos Españas.

A finales de siglo, la crisis el 98 vuelve a enterrar esta polémica, para dar paso a otra cuestión unida a la pérdida definitiva de los restos del Imperio. Surge la famosa crisis de identidad y se ponen los cimientos para la polémica entre europeización y casticismo, ese movimiento pendular que obsesionó a gran parte de los intelectuales españoles de la generación del 14. Don Marcelino cae de nuevo en el olvido. La proclamación de la Segunda República y la aparición de Acción Española le ponen de actualidad, en gran parte de la mano de Maeztu. Empieza la utilización política del cántabro, que había aspirado, recogiendo el lema de Feijoo, simplemente a ser ciudadano libre en la república independiente de las letras. El hombre de fe, católico a machamartillo, amante de la verdad, español hasta los tuétanos, que, como recordaba don Ángel Herrera, consagró su vida a su patria y quiso poner su patria al servicio de Dios, no podía sospechar que, tras la Guerra Civil, sería el yunque de dos encontradas posiciones políticas. Pero eso es ya otra historia.

José Peña González