Julio Llorente: «Lo esencial es visible a los ojos»
Editor hasta ahora de otros, se arranca con una ópera prima en la que duda, de inicio. Sus Titubeos, editados por La Isla de Siltolá, son en sí mismos, como asegura Llorente, una paradoja. Género literario caracterizado por la sentencia, en estas páginas encontramos propuestas, vislumbramos luces y envidiamos la clarividencia.
Es el segundo libro de aforismos que va en esta contra. El primero fue el de un buen amigo común, Ricardo Calleja. ¿Están de moda?
Me gustan por tres motivos. Uno personal, que soy muy perezoso y es un género idóneo para mí porque no exige grandes esfuerzos ni que uno se siente a escribir, sino que la mayor parte se me ocurren en contextos extraños, como paseos, momentos de espera o visitas al cuarto de baño. Los otros dos motivos son generales; si pretendemos que nuestro pensamiento transforme vidas, lo que debe pretender cualquier escritor, hemos de considerar que la capacidad de atención del lector contemporáneo es reducida y este género es idóneo. El otro motivo es literario. Defiendo la tesis de que una idea que no puede sintetizarse en un aforismo es una mala idea. Lo que no se puede expresar en una frase no se puede expresar en un ensayo.
Dice uno de sus aforismos que el género exige algo de ignorancia y mucho de jeta, porque despacha temas a brochazos. Pero también que es el más humilde, porque deja al lector el mérito.
No es contradictorio. El humilde puede tener algo de jeta. El aforista delega mucho trabajo es sus lectores, que deben completarlo. Será infecundo si no hay una cavilación por parte del lector. El aforista es el que da el pase en profundidad para que el lector remate.
¿Y el aforista no tiene cierto deseo implícito de ser citado?
Yo, que soy muy humilde, me reconoceré vanidoso y la vanidad, siendo un pecado, es más disculpable que el orgullo y la soberbia. El vanidoso necesita el reconocimiento de los demás y así vive inclinado al otro y se reconoce miserable y necesitado.
En este caso el título hace al monje, porque como dice García-Máiquez en la contraportada, el aforismo es certeza y aquí se deja claro que se duda.
Parece que el género exige contundencia. Y yo, como soy chestertoniano, soy aficionado a las paradojas y decidí dar un título paradójico, no porque quiera ser simplemente un juego literario, sino un acceso a la realidad. Hay más verdad a veces en un titubeo que en una sentencia.
Dice Garrocho en el prólogo que el lenguaje cura. Pero quizá hemos perdido esa dimensión de la palabra.
Quizá sí, porque si atendemos a la política, a los medios de comunicación, el lenguaje ha pasado a ser un arma. Ya no está encaminado a persuadir ni a curar, sino a vencer. Hablamos de batalla cultural. No podría decir que todos los aforistas pretendan escribir terapéuticamente, pero yo sí lo pretendo. Mi propósito es reconciliar al lector con la realidad y festejarla; a pesar del dolor y el sufrimiento, hay una realidad que merece la pena y que es buena.
A mí el libro me ha dado ganas de tirar el móvil a la basura.
Tiene algo de exorcismo, porque libero mis propios demonios. Yo mismo voy más atento al móvil que a la realidad que me circunda y, de algún modo, escribo para estar atento.
Se ha metido con Saint-Exupéry. Habrá quien eso no lo perdone.
Su frase más repetida me parece insustancial. Creo que lo esencial transparece en lo carnal. Los cuerpos, la materia, la carne, no es apariencia sino aparición. Lo visible es el lugar exacto en el que lo invisible comparece. En este sentido, si uno concibe así la carne, la materia, los cuerpos, lo esencial es visible a los ojos. Soy crítico por ser fiel a los medievales, que decían que nada llega a la mente si no es a través de los sentidos y, por tanto, la materia es un ámbito de aparición y no de apariencia, de profundidad y no de superficialidad.