Juan José Padilla, torero: «Conocer al Papa es un regalo de Dios»
Juan José Padilla (Jerez de la Frontera, 1973) participó hace unas semanas en una audiencia general con el Papa Francisco. «Me dijo que admiraba mi historia, la superación y, lo que más, la unión de mi familia», recuerda con la mente puesta en su grave cogida de Zaragoza. Entonces, «la Virgen del Pilar me echó un capote».
Estuvo en una audiencia general hace unas semanas con su familia y pudo saludar al Papa, ¿qué tal fue?
Ha sido una bendición de Dios tener esa oportunidad al final de mi trayectoria y, sobre todo, haberla tenido acompañado por mi mujer y por mis hijos, Paloma [15 años] y Martín [13 años]. Para personas de fe, como es mi familia y como me han transmitido mis padres, es un regalo de Dios.
¿Qué le dijo al Papa?
El Papa tenía referencia de mi trayectoria; sé que, en algún encuentro con un obispo español, incluso se había preocupado por mi estado tras el percance que tuve en Zaragoza. Cuando tuve la oportunidad de dirigirme a él, le di las gracias. En ese momento, él me dijo que admiraba mi historia, la superación y, lo que más, la unión de mi familia. Fueron unas palabras muy contundentes, llenas de fuerza. Termino pidiéndonos: «Recen por mí».
¿Y lo están haciendo?
Evidentemente. Ya lo hacía antes.
También le dio una medalla de su cofradía de Jerez, ¿sale ahora en Semana Santa?
Le dimos una fotografía de mi familia en la plaza de la Asunción, en Jerez, donde hay una iglesia muy significativa… Y bendijo las medallas y rosarios que llevábamos, entre ellos esta medalla de la Hermandad del Desconsuelo y Nuestro Padre Jesús de las Penas de Jerez. Soy hermano desde hace 30 años: he salido 20 años como costalero del paso del Cristo y llevo ya nueve años portando la bocina del Señor el Martes Santo.
Imagino que es un momento de recogimiento, como el rato previo a salir al ruedo…
Durante toda mi trayectoria he llevado mi altar con san Martín de Porres, la Virgen del Pilar, la Virgen del Rocío, san Josemaría Escrivá de Balaguer… Me han acompañado en distintos momentos y les dedico la tarde y les pido no solo por mí, sino por el espectáculo en sí, por los compañeros y los que en ese momento nos jugamos la vida.
¿Tenía ya la imagen del Pilar antes de la tremenda cogida de Zaragoza?
Siempre la he llevado, pero no cabe duda de que, en ese momento, me echó el manto y se sumó al milagro de volver a vivir. Siempre he pensado que, esa tarde, me echó un capote y siento gran agradecimiento.
Me está costando encontrar entrevistados para estas contras, pero percibo que muchos toreros no tienen reparos en hablar de su fe… ¿Sentir cerca la muerte hace sentir cerca a Aquel que la venció?
En mi trayectoria he tenido muchos percances, en algunos he estado al filo de la muerte. He dicho a los doctores, como el doctor Val Carreres en Zaragoza, que estaba en sus manos y en las de Dios. «Hágalo por mi mujer y mis hijos», les pedía. Cuando despiertas en la UCI, la vida se ve desde otro prisma; se valoran detalles que quizá antes no valorabas… Hay que aceptar con humildad cualquier accidente y aprender a valorar la vida como viene, no solo los que nos ponemos delante de un toro, sino todos.
Es cierto que yo me he jugado la vida cada tarde. En esta profesión se siente de verdad, se sufre de verdad y se muere de verdad. La he elegido yo y lo acepto con todo el riesgo. Aceptamos el tributo de la cornada, que a veces se paga hasta con la muerte.
¿Sus seres queridos le pidieron que lo dejara en algún momento?
He sentido el respeto y el apoyo de toda mi familia: de mis padres, de mis hermanos y, muy especialmente, de mi mujer y de mis hijos. Tras el percance de Zaragoza fueron la columna vertebral en los momentos en los que pensaba que no podría volver a torear. Cuando tomé la decisión de volver, ellos fueron los que me empujaron a entrenar, me dieron fuerzas para afrontar la preparación física de cero, me acompañaban a fisioterapia y me daban ánimo en casa… Igual que me han apoyado cuando he decidido retirarme del toreo.
¿Qué planes tiene ahora?
Estoy en un proceso de adaptación. No es fácil dejarlo después de haber vivido intensamente 30 años de profesión; no hay nada que ocupe esa adrenalina que sentimos los toreros, pero tengo la oportunidad de disfrutar del mundo del toro desde otra perspectiva y de viajar con mi familia, aprovechar el tiempo con mis hijos y con mis amigos.
Tiene buenos compañeros de camino…