José María Gil Tamayo: «En Ávila he visto la desigualdad territorial de España y me duele»
Llega a Granada este sábado para convertirse en arzobispo coadjutor. Convivirá con el titular, Javier Martínez, hasta que a este le sea aceptada su renuncia
Ha vivido en los últimos tiempos momentos difíciles. ¿Cómo está?
Mi ministerio episcopal ha estado marcado desde el comienzo por la cruz. Al mismo tiempo que vivía la alegría de recibir el orden episcopal y el encargo de la maravillosa diócesis de Ávila, vino la muerte de un primo hermano y la de mi hermano, sacerdote, con 52 años. Luego apareció una pandemia que tanto sufrimiento ha causado y en la que lo pasé muy mal. Estuve 33 días hospitalizado. Y este año, la muerte de mi maestro y de mi madre. La cruz forma parte del camino cristiano, pero Dios sabe sacar luz de estas circunstancias. Todas estas situaciones me han hecho madurar y ser comprensivo y compadeciente con el dolor y sufrimiento de los demás.
¿Cómo recuerda los días en el hospital por la COVID-19?
Fueron días tremendos, de soledad, absolutamente aislado. Hay un antes y un después en mí. Me di cuenta de que soy absolutamente dependiente de Dios y de los demás.
A nivel pastoral, ¿qué balance hace de su paso por Ávila?
Ávila me ha hecho obispo. He sido muy bien acogido y han sido mi familia durante todo este tiempo. He visto una espiritualidad profunda y la grandeza del alma castellana, pero también grandes carencias en lo material. Es una provincia relegada a pesar de su cercanía con Madrid. Aquí he visto la desigualdad territorial de España y eso me duele y le duele a la gente de la diócesis. El sentido de sufrimiento castellano tiene que tener un punto de reclamación, de rebeldía ante una situación injusta.
¿Cómo se enteró del nuevo encargo?
Estaba en Roma y me llamó el nuncio desde Madrid. Mi reacción fue de sorpresa absoluta y de preguntar de qué se trataba esto, pero también de disponibilidad, una dimensión del obispo.
¿Y cómo afronta esta tarea particular de arzobispo coadjutor?
Es una realidad no muy común, pero tengo en el recuerdo a Fernando Sebastián, que también fue arzobispo coadjutor de Granada y secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Ser arzobispo coadjutor es vivir y poner en primer plano la comunión episcopal. El trato con los obispos ya estaba muy integrado en mi vida y ahora será con un hermano en el final de su servicio pastoral. Voy a experimentar ese sentido de comunión, de ayuda y también a aprender. Que pueda recorrer mis primeros pasos en Granada con quien ha estado al frente casi 20 años me facilita la incorporación. No lo veo en sentido de oposición, sino de colaboración y complementariedad. Por otra parte, la gente ya me va dando muestras de acogida, de cariño. No voy a inventar nada ni soy salvador de nada. Me pongo a caminar con una comunidad con un presente maravilloso y retos difíciles.
¿Tenía algún vínculo con Granada?
Solo a través de Antonio Montero [arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, fallecido este año], granadino de pura cepa. Él me fue enseñando cosas de Granada y la manera de ser los granadinos, que reflejaba en su vida. Me llevó ante la Virgen de las Angustias y ante san Juan de Dios. Con él visité los alrededores de la Alhambra. Eso no se olvida.
¿Va con algún programa?
Voy a unirme al caminar de la Iglesia que está allí. Como obispo quiero ir delante con el discernimiento y el acompañamiento, viendo hacia dónde tenemos que caminar. También quiero ir en medio, escuchando. Lo que me toca como arzobispo coadjutor es escuchar, escuchar y escuchar. Y detrás, con los que se quedan rezagados, y animando a otros a incorporarse a una Iglesia que está viva.
¿Cuál es el mayor reto de la Iglesia?
Benedicto XVI nos habló de emergencia educativa. Necesitamos un cristianismo formado. No se trata de un cristianismo de laboratorio o de sabios, pero necesitamos volver a las verdades que dan sentido a la vida. El ser humano no solo busca modos de vida, necesita razones para vivir, y sacarlas a flote requiere formación. Tenemos que poner mucho empeño en la iniciación cristiana, en ser cristianos convencidos y convincentes.
¿Tiene alguna palabra para las personas que lo están pasando mal?
Hay que pasar del concepto político de interés general al concepto de bien común. Tenemos que dejar a un lado las ideologías en las relaciones políticas y humanas y apostar por un trabajo conjunto por el bien de las personas, especialmente por los rezagados. La labor humanizadora de la caridad cristiana y de la Iglesia es impresionante.
El obispo emérito de Cádiz y Ceuta, Antonio Ceballos Atienza, falleció el pasado miércoles tras varios años con un estado de salud delicado. El prelado vivía desde que el Papa aceptó su renuncia en 2011 con las Hermanitas de los Pobres en Jaén. «Ha sido un hombre muy humilde y enormemente bondadoso que ha dejado un rastro de vida evangélica y de pastor bueno», dijo de él Rafael Zornoza, actual obispo gaditano.