José Cobo lleva a los presos «el abrazo de la comunidad»
El arzobispo de Madrid visita el penal de Soto del Real con motivo de la Virgen de la Merced. «Nadie puede ser definido por sus errores»
El pasado martes, 24 de septiembre, festividad de la Virgen de la Merced, es una ocasión grande en el centro penitenciario de Soto del Real, porque la patrona de los cautivos les trae una visita especial. Con la sierra de Guadarrama de fondo, un grupo de internos está jugando al dominó en la enfermería cuando el director de la prisión entra.
—¡Hoy viene a veros el cardenal!
Se levantan enseguida.
—¡Hola, don cardenal!
Uno tras otro salen deprisa de sus habitaciones en este pabellón para saludar a José Cobo, arzobispo de Madrid. Uno le enseña una cruz de Caravaca que se le apareció en un sueño. Decidió tallarla él mismo y ahora la lleva al cuello. Otro le pide una bendición para la Biblia que lee cada día. Antonio, un viejo conocido que le escribe una carta cada dos semanas, apalabra con él una posible colaboración en este semanario. José Cobo charla con otro con muletas que se rompió la pierna del mismo modo que el purpurado hace pocos años. Las funcionarias también se le acercan. «Hay pocos medios, a veces nos faltan manos y hay que encomendarse», revelan.
Mientras el arzobispo de Madrid se reviste con las vestiduras litúrgicas para presidir la Eucaristía, nos dirigimos al salón de actos del centro. Nos sentamos junto a David. Ha pasado por varias cárceles en 20 años y lleva en esta los últimos ocho. «No voy a Misa nunca porque me pongo a llorar», confiesa. Está nervioso porque, al final de la celebración, será el encargado de entregar un premio «a una funcionaria de prisiones que ha hecho de todo por nosotros». «Aunque no lo parezca, soy muy tímido y me emociono», añade. «Esto está lleno hasta la bandera, no puedo creer que me hayan liado», se repite. Tan solo una hora después, él y la trabajadora se darán un emocionante abrazo con el aplauso de todos.
Al lado contrario de David, Rubén y Jimmy cuentan que «venimos a Misa todos los domingos». Están muy agradecidos a Paulino Alonso, capellán de esta cárcel. También lo está Eliezer, que es protestante, pero acude siempre a sus celebraciones porque le gusta su forma de predicar. Antes de comenzar la Misa por la patrona, presidida por el cardenal, el trinitario les adelanta a todos que «la Virgen es la que os puede ayudar a que estos muros no puedan con vosotros».
Durante la procesión de entrada, un coro casi profesional toca las primeras notas de Sweet Child O‘ Mine, una velada de los rockeros Guns N’ Roses. Son las canciones que los internos conocen, las interpretan de maravilla y les han cambiado la letra para que hablen de Dios. Quieren que les hagamos un retrato, aunque no lo tenemos permitido, pero sí fotografiamos sus instrumentos.
Luis Carlos Antón, director de la cárcel de Soto del Real, explica que en este centro hay unas 1.300 personas reinsertándose y trabajan alrededor de 600 funcionarios. Como está enclavada en la sierra madrileña y cuenta con bastantes árboles, confiesa que «algunos visitantes bromean con que se está muy bien». «Pero todas las noches se cierra la celda y, en realidad, nadie quiere estar aquí», matiza con seriedad. La prisión que dirige alberga a condenados por delitos muy diferentes, también económicos. «La cárcel les iguala a todos», explica. También recalca que, al contrario de lo que dicen algunas informaciones poco contrastadas, solo un 28 % tienen origen migrante. De todos modos, con independencia de su delito y origen, la Virgen de la Merced es su patrona.
Al pronunciar su homilía, el cardenal José Cobo asegura a los internos: «Os traigo el abrazo de toda la comunidad, que atraviesa los muros y los barrotes». Y propone a los cautivos la historia real de un migrante que, al cruzar la frontera mexicana con Estados Unidos, cargaba a sus espaldas un cuerpo empapado. «No pesa, es mi hermana», prometía aquel protagonista. «Nuestras cargas pueden ser más ligeras por el modo en que nos vinculamos a ellas, cuando las compartimos con los demás y nos sentimos hermanos», añade el arzobispo de Madrid. «Nadie puede ser definido por sus errores, sino por la capacidad de ponerse en marcha y de ser perdonado», les recuerda.
En las peticiones, los presos y los sacerdotes que concelebran con José Cobo tienen un recuerdo especial para las familias que han sufrido el azote de la droga y quienes han muerto en prisión.
Al final de la Misa, Paulino Alonso agradece a los internos el ejemplo que han dado con su participación. «Era lo que esperaba de nosotros. Sí que he oído cuchicheos, pero era al fondo», bromea señalando a los funcionarios. A la salida, nerviosos pero con buenas formas, los internos se agolpan para recibir una bendición del arzobispo. «Gracias por acordarse de nosotros», le dice uno de ellos.