José Cobo Cano: «Seguiremos creciendo en caminar juntos como diócesis»
El 8 de julio de 2023 el entonces obispo auxiliar de Madrid comenzó su andadura como arzobispo de la capital. Hablamos con él de un año vertiginoso, pero lleno de primeros pasos
¿Cuál es el balance de su primer año como arzobispo de Madrid?
Ha sido un año de toma de conciencia con dos claves. Por un lado, he vivido un nuevo comienzo, recuperando un poco el camino que ya había emprendido. Y por otro, vamos abriendo nuevas puertas y viendo cómo se crean nuevos equipos de trabajo para el futuro y nuevos horizontes en clave de escucha.
¿Cómo ha sido recibido por el clero y por los religiosos y religiosas de la archidiócesis?
Con la vida religiosa he tenido reuniones muy bonitas donde han hablado de cómo ver el horizonte y caminar hacia el futuro. Con los sacerdotes, he tenido la oportunidad de reunirme no solo con el clero por vicarías, sino por edades; han aportado horizontes y la relación es muy buena. Hemos podido dialogar, hacernos preguntas y compartir sugerencias.
¿Y por los fieles?
El pueblo de Madrid ya me había recibido, y lo volvió a hacer con la normalidad y el cariño que había. Dije que ya estaba en casa y, un año después, sigo en casa.
Su primer paso fue celebrar Misa en el pueblo más pequeño de Madrid. ¿Cuál será el primero de este segundo año?
La línea que tenemos para el año que viene será seguir profundizando en el significado de diocesanidad. Hemos compartido un calendario general como percha de acciones pastorales, para ir creciendo en esa experiencia de caminar juntos como diócesis. Habrá novedades en San Dámaso, también en el seminario y en la vida pastoral de las comunidades, desde la atención específica al catecumenado de adultos.
Su año no solo ha sido madridcéntrico. También hay una dimensión internacional a través del cardenalato. ¿Qué ha aprendido de la Iglesia en el mundo?
Ha sido un tiempo de conocimiento de la realidad interna del Vaticano, del Dicasterio para los Obispos, del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y también del Sínodo, donde he tenido que colaborar últimamente.
De hecho, en esta dimensión internacional, hace unos días dirigió una homilía en la catedral de la Almudena a los secretarios generales de todas las conferencias episcopales de Europa. ¿Qué les dijo?
Les dije básicamente que tenemos que recuperar, por un lado, la capacidad de ofrecer una respuesta significativa de fraternidad. La Iglesia puede ser un punto de encuentro, desde su presencia en cada rincón, para toda la diversidad y el reto de los desencuentros que tenemos en Europa.
Y llegamos a España. También ha sido nombrado vicepresidente de la CEE.
Voy aprendiendo. Para eso, el presidente, Luis Argüello, me ha ayudado mucho. Debo trabajar en coordinación y en equipo con él. El servicio colegial es fundamental y él me va enseñando.
En la Comisión Permanente de los días 2 y 3 de julio han abordado, entre otros temas, el plan de reparación integral para las víctimas de abusos sexuales en el seno de la Iglesia. ¿Responde a lo que las víctimas y la sociedad esperan de los obispos y de la Iglesia?
Ante todo, hay que presuponer la buena voluntad de todas las partes; no se trata de una competencia de funciones, sino que tenemos el reto de dar respuesta a una realidad y a un acontecimiento de nuestra historia. Ante esto, intervienen primero las víctimas, que siempre merecen la centralidad y la escucha; pero también responden cada una de las diócesis. Los pasos que se den han de tener en cuenta, asimismo, a los victimarios, que son una parte en todo este fenómeno. Hacer converger estas tres direcciones y voluntades es un arte que no se hace con leyes, sino que se hace con encuentros e intentos, que tendrán aciertos y desaciertos. Lo que sí hay que presuponer es que cada parte quiere hacer lo mejor y estamos en ello: en querer hacer un plan proactivo que vaya más allá de la ley, en querer tener en cuenta a las víctimas; pero es la Conferencia la que responde, no un obispo; es un conjunto de obispos que responden a un fenómeno más grande que una diócesis. Poner de acuerdo todas las voluntades exige tiempo, paciencia y respeto a los procesos. Queremos éticamente responder más allá de la ley y en conciencia con ciertos parámetros objetivos —que eso es el plan de restauración—, pero responder a lo que debemos hacer para que esto no se vuelva a repetir y para aprender en el futuro.
De hecho, Madrid ha dado un paso —que ya dio el obispo Joseba Segura en Bilbao— y va a hacer un acto de reparación público por las víctimas en septiembre.
El acto que se anunció es un acto que está preparado desde hace mucho tiempo. Cada diócesis tiene su ritmo y tiene su historia. En la archidiócesis de Madrid, desde hace ya seis años hay todo un equipo de gente y toda una cultura de restauración que está trabajando con equipos, redes sociales y redes efectivas de implantación en el territorio diocesano. Toda esta gente ha tenido momentos de reconocimiento de víctimas, actos de oración. Pero estos grupos y movimientos pedían desde hace tiempo que la diócesis hiciera un acto público. Cuando entré, es lo primero que me pidieron, y durante este año les he dicho que aguardaran un poco de tiempo. Cuando el equipo de Repara me volvió a decir que era necesario celebrar un aniversario y visibilizar la restauración y la voz de las víctimas en medio de nuestra archidiócesis, les dije que plantearan un proyecto y es el que hemos anunciado.
También responde al trabajo realizado, a la voluntad y a la madurez de muchas víctimas atendidas no solo en el ámbito eclesial sino en el familiar, y responde a un trabajo de mucha gente en estos años en la diócesis que creen que está madura la celebración de este momento de reconocimiento en medio de la ciudad. No queremos ir en contra de nadie, simplemente es la respuesta a un proceso que hace tiempo que se ha iniciado y a pequeños actos que hemos venido haciendo desde hace varios años. Este acto tampoco es una repuesta a una petición legal que se nos haga, sino que es el fruto de un proceso y un trabajo que ya se lleva haciendo. Creemos que moralmente la Iglesia tiene que tomar en Madrid la iniciativa de recoger el trabajo que ya se ha hecho.
Más nombramientos en este año. Es el ordinario para los fieles católicos orientales residentes en España. ¿Cómo ha sido este primer acercamiento?
Es otro mundo al que me voy acercando. Este año ha sido de conocimiento; me he entrevistado con distintos obispos de otros ritos y he ido conociendo el trabajo que el cardenal Osoro ha estado haciendo durante estos años. Es un trabajo bonito de consolidar y acompañar la diversidad de ritos y de pueblos que conviven en Madrid un tanto sumergidos.
El cardenalato ha estrechado su relación con Francisco. La Iglesia en España, ¿en qué momento está en su relación con el Papado?
En general, hay una unidad fundamental con el Papa. Desde que soy cardenal soy más sensible a estas cosas, porque he jurado dar la vida y la sangre por él, y ahora mismo hay un buen tono de comunión y sintonía de querer escuchar lo que dice. Lo hemos visto en cuestiones concretas, como la vida de los seminarios, la presencia del episcopado cuando hemos ido juntos a ver al Papa… Eso indica una buena salud. Otro campo es que dentro de la vida española hay grupos y sesgos que están introduciéndose en las redes y entre el pueblo de Dios que quieren, en definitiva, una negación absoluta del Concilio y con ropajes extraños están dividiendo y confundiendo, porque tratan de vender productos ideológicos en clave teológica. Tenemos que identificarlos y enseñar al pueblo de Dios a que atienda la clave católica, que es la comunión con Jesucristo mirando siempre a Pedro.
En este sentido, Madrid acogió un primer encuentro de evangelizadores digitales para recalcar la importancia de la presencia en redes sociales.
Es clave ahora mismo entrar en todos los lenguajes y conocer los nuevos que la evangelización necesita. No vale solo con cambiar palabras, sino que nos introduzcamos en continentes nuevos; por eso la primera reunión fue un momento de encuentro y muy de comunión, de ponernos cara y hablarnos no a través de una pantalla, sino presencialmente. Esto trajo buenas consecuencias, como la llamada a no regirnos solo por las normas de la red y de la audiencia, sino las del Evangelio y la misión.
Lleva un año de agenda intensa, encontrándose con todo tipo de realidades de la archidiócesis. ¿Dónde están las fortalezas y las debilidades?
La fortaleza que tenemos es la historia de estos últimos años, todo lo que se ha trabajado e incorporado en la vida de la Iglesia. Agradezco a don Carlos Osoro todo lo que ha sembrado. Otra es el clero de Madrid, la disponibilidad de la mayor parte de los sacerdotes y su acogida y entrega. Y otra es la vitalidad de las parroquias y las comunidades. No es que sea numéricamente espectacular, pero sí significativamente vivida. Hay cantidad de laicos entusiastas que entregan la vida por sus parroquias y comunidades. A lo mejor no se les ve mucho, pero en cada rincón de Madrid hay un lugar donde se acoge a la gente y se vive la fe.
La mayor debilidad es el miedo al cambio. Es un cambio de época, no sabemos cómo va a ser el futuro ni los modelos, y esto nos bloquea un poco a todos, tanto a laicos como sacerdotes. El miedo a ser menos es otra debilidad. Ante eso, tendemos a repetir lo que siempre habíamos hecho. Nos resta fuerzas y hasta nos enfrenta. También está el miedo a no ser iguales y no ver la diversidad como oportunidad, sino como inconveniente. Y creo que es un don y una forma de redescubrir nuestro ser católico en medio de la ciudad.
Desde el inicio de su camino como arzobispo ha insistido en trabajar en clave sinodal. Aunque ninguna diócesis de España ha tenido una participación grande en esta segunda consulta. Tampoco la madrileña.
En Madrid venimos de una experiencia de seis años de consulta del Plan Diocesano de Evangelización, con 36.000 participantes. Luego tuvimos el Plan Diocesano Misionero otros dos años y la primera fase del Sínodo. Las directrices que nos dieron de la segunda consulta es que no era tan expansiva y pretendía ser más significativa.
Todavía está en proceso de reformar la Curia. ¿Cómo ha sido recibida la primera parte y qué nos espera?
Este año ha sido de planteamiento y de entender bien los mecanismos de funcionamiento de la estructura curial. El próximo año ya nos lanzaremos a una fase de reestructuración de toda la Curia, que comprende por un lado la reforma de los estatutos para ponerlos al día y establecer cauces sinodales efectivos. Por otro lado, se crearán nuevas delegaciones y nuevas formas pastorales de acuerdo a criterios de transparencia y de optimización de los recursos que tenemos, y, además, trataremos de que la Curia sea una respuesta a las necesidades evangelizadoras que tiene la diócesis.
Ha fichado a profesionales, como por ejemplo en materia económica o de medios de comunicación. ¿Ahí radican las bases de una archidiócesis, en una buena transparencia financiera y en cómo comunicar la vida diocesana?
Los nuevos lenguajes que necesita la evangelización empiezan a tener relación en un mundo complejo que necesita profesionales cualificados que conozcan el medio y la experiencia de fe y la Iglesia. Con eso tenemos que relacionarnos en los medios de comunicación, en la economía, en la cultura y en cada ámbito donde tengamos que estar presentes.
Buen conocedor de las migraciones y la cuestión social, ¿la archidiócesis y sus proyectos responden a la necesidad de la gran ciudad —la pastoral penitenciaria, el trabajo en Cañada Real, la atención en el CIE…—?
Cuando empecé a ser arzobispo, lo primero que se me vino a la cabeza en Navidad, con el encendido de luces, es la espinita de que la Cañada Real no tenía luz. E hicimos una petición por la luz en todas las Misas: esto desembocó en que, en marzo, la Administración y entidades privadas empezaron a dar pasos para implementarla. Las oraciones han sido escuchadas y los vecinos de la parroquia están un poco más arropados.
Por otro lado, la ciudad es vertiginosa. Nos encantaría tener recursos para ir tan rápido como va la urbe, pero queremos atender bien a las personas a las que podemos llegar, sabiendo que no podemos llegar a todas.
Ha sido objeto de críticas. Tiene detractores y, además, ha tomado algunas decisiones puntuales que no han sido bien recibidas por todos.
El trabajo de estos años al lado del cardenal Osoro me ha ayudado a entender que siempre va a haber gente a la que le parecen bien los pasos que se dan y otra a la que le parecen mal, pero que lo malo es no darlos. Cuando un paso se da de forma contrastada, consensuada y orante, creo que hay que hacerlo. Mi deseo no es hacer pasos locos ni pruebas, sino crear procesos pensados, acompañado por grupos y fruto de una necesidad; el tiempo dirá si hay que revisarlos o no. La crítica no es un buen elemento de discernimiento inmediato.
El sábado aumenta su equipo cercano.
Madrid no se concibe ni se ha concebido nunca como un obispo, sino que necesita un equipo para hacer presente la figura obispo en todos los lugares. La tarea que tenemos es aprender a trabajar juntos, a vivir juntos. E ir organizando cómo va a ser nuestro trabajo. Cada uno de los obispos que llega nuevo asumirá un área pastoral y una función administrativa específica, y en este mes vamos a diseñar un modelo de visita pastoral para empezar el año que viene.
Le llaman «el cura de Madrid». ¿Tiene tiempo ahora para ser cura, amigo, hijo y hermano o la agenda ahoga?
La agenda es tirana y tengo que engañarla de vez en cuando para seguir viendo a los amigos, para visitar los rincones de toda la vida y para ver a la familia. Pero intento que esos buenos hábitos no falten en la semana. Si no, repercutiría negativamente sobre el resto.
Dígame algo que le haya marcado especialmente. A mí me viene a la mente el funeral por las víctimas del 11M y la visita de los seminaristas a Roma. El vía crucis en la catedral, la primera vez que vinieron los Reyes Magos a la Almudena, la visita del Patriarca Bartolomé o la JMJ de Lisboa ya como arzobispo. También ha estado con el rey y ha hablado de san Isidro al lado del alcalde. Ah, y ha recibido al Real Madrid. Casi nada.
Me da la impresión de que llevo diez años, porque ha pasado todo tan rápido, con hitos tan importantes, que no me da tiempo a digerirlos. Necesito el verano para ir rezando todo lo que he vivido. Ha sido demasiado vertiginoso, no solo por los acontecimientos extraordinarios, sino por la rapidez. Ahora toca que lo sucedido este año sedimente y que no sean espectáculos o acontecimientos, sino que sirvan para caminar en el futuro y abrir puertas.