José Antonio Marina: «A la sociedad no le interesa la educación» - Alfa y Omega

José Antonio Marina: «A la sociedad no le interesa la educación»

Fran Otero
Foto: Isabel Permuy

José Antonio Marina es un referente educativo en nuestro país. Se lo ha ganado a pulso gracias a la experiencia de años de docencia e investigación, a los numerosos premios o a su prolija bibliografía. Pero también gracias a su capacidad para abrir nuevos caminos en los procesos de aprendizaje. Tiene claro que el éxito de un sistema educativo pasa por que todos los actores implicados remen en la misma dirección. Es lo que sucedió en Finlandia.

¿Cómo ve la situación de la educación en España?
Estancada. Desde que tenemos las series históricas de PISA estamos en un puesto mediano, sin avanzar ni retroceder.

¿Es la ideología un problema?
Es uno de los más graves. Pero tenemos otros: mala gestión, currículos disparatados, falta de formación del profesorado y de los equipos directivos, falta de atención a las familias y a los alumnos con necesidades especiales y una mala orientación de la FP. No toda la culpa la tienen los políticos. A la sociedad española no le interesa la educación, y por eso no presiona a los gobiernos.

¿Tiene sentido seguir insistiendo en el pacto educativo?
Se ha quedado ya insuficiente. Necesitamos algo más ambicioso. Hemos entrado en la sociedad del aprendizaje, en la que todos tendremos que seguir aprendiendo. Este gran pacto debe tener, al menos, tres grandes leyes: ley de protección educativa de la infancia, porque la procedencia socioeconómica de los alumnos es el factor que más influye en el éxito o fracaso educativo; ley de educación básica y obligatoria, y ley general de Formación Profesional y de formación continua [educación superior].

¿Qué le parece la LOMLOE?
Inoportuna. Hacer una ley sin acuerdo la condena a que la oposición intente bloquearla y haya prometido cambiarla. Ha dejado cosas indefinidas como la concertada, las escuelas especiales o los currículos integrados. Y deja pendiente el aspecto esencial: la formación del profesorado y de los equipos directivos.

Hay debate entre los partidarios de los contenidos enciclopédicos y los de las competencias. ¿Dónde se sitúa?
Las principales propuestas pedagógicas del panorama educativo me parecen muy deficientes, porque han hecho una división maniquea entre escuela antigua y escuela nueva. Se caracteriza la antigua como basada solo en el aprendizaje de la lista de los reyes godos, en la dirección del proceso por el maestro, en la obediencia y en el deber. En la nueva se aprenden competencias, el alumno dirige su aprendizaje, lo importante es la libertad y la creatividad, los derechos. Esta caricatura es ridícula. La escuela antigua tenía defectos y virtudes, como también la nueva.

Usted afirma que todo niño tiene derecho a tener éxito en la escuela.
Consideramos que tiene sentido una frase como «enseñó matemáticas, pero los alumnos no las aprendieron». Pero no lo tiene. Solo se enseña cuando alguien aprende. En caso contrario se muestra, se explica, pero no se enseña. El objetivo de nuestra profesión es que nuestros alumnos aprendan.

En su propuesta introduce el talento.
Necesitamos dos palabras para designar el proceso de aprendizaje. La inteligencia, lo que recibimos de fábrica y miden los test. Y el talento, el buen uso de la inteligencia, la capacidad de elegir bien las metas y manejar la información, de gestionar las emociones y poner en práctica las virtudes ejecutivas necesarias para alcanzarlas. El fin de la educación es convertir la inteligencia en talento.

Dijo que, con reformas, en cinco años podríamos estar al nivel de Finlandia. Fue hace cinco años.
No se ha hecho nada.

¿Y por qué no se hace?
Cambiar un sistema educativo exige un esfuerzo de todos: padres, docentes, municipios, políticos, ONG, iglesias, empresas… Cualquier intento de cambio produce sistemas de autodefensa que intentan bloquearlo. Por eso, hay que explicar muy bien su necesidad e intentar movilizar a la sociedad. Para ello, repito una frase exagerada, pero que, como ha demostrado la pandemia, tiene una gran parte de verdad: España perdió el tren de la Ilustración; perdió el tren de la industrialización. Si perdemos el tren del aprendizaje, nos convertiremos en el bar de copas de Europa.

Es inevitable que la tecnología entre en la educación, pero ¿cuál debe ser el modelo o la forma de integrarla?
La OCDE nos ha advertido que las esperanzas que se habían puesto en la digitalización de la escuela no se han cumplido. Era de esperar. Utilizamos las nuevas tecnologías como fuente de información, o para manejara información sin entenderla. Se empieza a escuchar: «Para que lo vas a aprender si lo puedes buscar en Google». El estúpido descrédito de la memoria —fomentado incluso por el Ministerio de Educación— favorece esta actitud. Comprendemos desde los conocimientos que tenemos almacenados en nuestra memoria. Las nuevas tecnologías son prolongación de nuestra inteligencia y la unión de nuestra memoria neuronal y nuestra memoria digital debe diseñarse muy bien. En cada currículo deben señalarse los contenidos que deben estar en un formato y en otro. Es lo que llamo Proyecto Centauro: una inteligencia expandida para una realidad digitalmente expandida.

¿Han ganado las STEM [ciencia, ingeniería, tecnología y matemáticas], siendo muy importantes, la batalla a las humanidades?
Sí, entre otras cosas, porque los humanistas no han sabido explicar bien por qué son importantes las humanidades. Todos los docentes debemos dedicar el tiempo necesario a responder a una pregunta incómoda pero esencial que nos hacen nuestros alumnos: ¿Y esto para qué sirve?

Usted ha fundado la Universidad de Padres. ¿Están las familias acompañando bien a sus hijos en el proceso educativo?
Las familias están desconcertadas porque los cambios sociales y educativos son extraordinariamente veloces. Y hay una desconexión entre la familia y la escuela.

¿Estamos condenados a repetir, si no tenemos una buena educación, las crueldades que refleja en su último libro, Biografía de la inhumanidad?
La humanidad ha progresado éticamente, y eso hay que reconocerlo. Pero periódicamente sufre colapsos civilizatorios, y desembocamos en la atrocidad, como sucedió repetidamente en el pasado siglo. Lo que he pretendido en Biografía de la inhumanidad es estudiar los mecanismos que nos llevan al horror, para poder así desactivarlos. Lo primero que deberíamos hacer en la escuela es explicar esos mecanismos, que tienen que ver con las creencias y las emociones.