Jornada Mundial de los Pobres: «¿Tengo un pobre como amigo?»
En la III Jornada Mundial de los Pobres que se celebra este domingo, el Papa Francisco ha advertido de dos tentaciones a las que se enfrenta el cristiano en nuestro tiempo: el afán por el «ahora mismo» y la hipocresía del «yo»
Este domingo el Papa Francisco ha advertido de dos tentaciones a las que se enfrenta todo cristiano durante la Misa que ha presidido en la Basílica de San Pedro con ocasión de la III Jornada Mundial de los Pobres, instaurada por él mismo en 2016 tras concluir el Jubileo de la Misericordia.
La primera tentación de la que advierte es la de «la prisa» y el «ahora mismo». El Papa invita a no prestar atención a quien «difunde alarmismos y alimenta el miedo del otro y del futuro», porque «el miedo paraliza el corazón y la mente». «Nos dejamos seducir por la prisa de querer saberlo todo y ahora mismo, por el cosquilleo de la curiosidad, por la última noticia llamativa o escandalosa, por las historias turbias, por los chillidos del que grita más fuerte y más enfadado» señala el Papa, y asegura que «esta prisa, este todo y ahora mismo, no viene de Dios».
Francisco también explica que si nos sentimos atraídos por «el último grito», no encontramos más tiempo para Dios y para el hermano que vive a nuestro lado. Es por eso que nos recuerda el antídoto que propone Jesús y que no es otro que «la perseverancia»: «Perseverancia es seguir adelante cada día con los ojos fijos en aquello que no pasa: el Señor y el prójimo».
Durante su homilía, el Papa ha señalado el segundo engaño del que Jesús nos quiere alejar: la tentación del yo. Para Francisco, quien dice «yo», «no habla la lengua de Jesús», esa lengua en la que reina el «tu». Además, el Papa dice que no basta la etiqueta «cristiano» o «católico» para ser de Jesús y condena esa actitud equivocada de muchos, basada en: hago lo correcto, pero para ser considerado bueno; doy, pero para recibir a cambio; ayudo, pero para atraer la amistad de esa persona importante. «La Palabra de Dios impulsa a dar al que no tiene para devolvernos y a servir sin buscar recompensas y contracambios» y nos pobres –puntualiza– «son preciosos a los ojos de Dios porque no hablan la lengua del yo».
Los pobres son el tesoro de la Iglesia
«Estando con los pobres aprendemos los gustos de Jesús», ha dicho el Pontífice al final de su homilía. También ha pedido que hagamos una reflexión para que cuando un pobre golpee a nuestra puerta «no sintamos fastidio», sino que «acojamos su grito de auxilio como una llamada a salir de nuestro proprio yo». «Dios es amor y el pobre que pide mi amor me lleva directamente a Él» dice, y concluye: «Los pobres nos facilitan el acceso al cielo, desde ahora son nuestro tesoro, el tesoro de la Iglesia, porque nos revelan la riqueza que nunca envejece, la que une tierra y cielo, y por la cual verdaderamente vale la pena vivir: el amor».