Vocaciones Nativas: «Vale, yo te bautizo pero tú vas a ser cura»

Jornada de Vocaciones Nativas: «Vale, yo te bautizo pero tú vas a ser cura»

Jorge Pinho disfrutaba de ser monaguillo porque iba en moto con el misionero Jesús Torres, al que admiraba. Gracias a él fue al seminario, y hoy dirige OMP en su país

María Martínez López
Vocaciones Nativas Mozambique
Torres y Pinho se preparan para celebrar Misa juntos. Foto: OMP.

Desde pequeño, Jorge Pinho solo había conocido en su parroquia de Beira (Mozambique) a sacerdotes blancos: «Mateo, Javier, Pepe, Alberto… Todos eran españoles, sacerdotes del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME)». De todos ellos, uno le cambió la vida. Fue el segoviano Jesús Torres, que llegó en 1985, cuando el muchacho tenía 13 años. «Era el que más conectaba con los jóvenes. Traía camisetas de España, jugaba al fútbol, íbamos a la playa… Los niños y jóvenes estábamos siempre con él».

«Fue quien me bautizó, porque aquí muchos se bautizan ya con 12 o 15 años». En su caso, se debía a que sus padres no se habían casado por la Iglesia. Por ello no les estaba permitido bautizar a sus hijos siendo bebés. Reciben los sacramentos de iniciación «cuando son adolescentes y pueden hacer el catecumenado».

Cuando se estaba preparando para ello, el sacerdote le espetó un día: «Vale, yo te bautizo pero tú vas a ser cura». «Yo no pensaba que fuera a ser así, pero se me quedó en la cabeza», recuerda Pinho. Y, efectivamente, así fue. «Además de ser mi párroco, me llevó al seminario», donde daba clases de Latín. «Y cuando estaba en el Seminario Buen Pastor fue el rector». Ahora, ambos protagonizan la campaña de Obras Misionales Pontificias para la Jornada de Vocaciones Nativas.

Al seminario para divertirse

En el testimonio conjunto que han dado a OMP, Pinho resalta de Torres «la alegría, la sencillez y la disponibilidad». Pero en conversación con Alfa y Omega reconoce que su acercamiento a la vocación tuvo en apariencia un poco de «tonterías de niños». Por ejemplo, los chicos que eran monaguillos consideraban un privilegio especial acompañar a los sacerdotes, cada domingo, a las comunidades que visitaban en las aldeas. «Con quien me gustaba más ir era con Jesús, porque íbamos en moto en vez de en coche».

Luego empezó a ir a los encuentros vocacionales, citas mensuales de jóvenes con actividades lúdicas. Finalmente, con 18 años decidió entrar en el seminario. Eso sí, pensaba que sería una continuación de esos encuentros. Una confusión que creció cuando Torres le dijo que efectivamente en el seminario se hacía deporte. «Yo todavía tenía mucha confusión en la cabeza», confiesa.

No es de extrañar que al empezar su formación, el seminario le resultara chocante. «Les dije a mis compañeros que lo veía todo un poco aburrido». También le costó cambiar la relación con su mentor. «Yo pensaba que iba a ayudarme, pero me trataba igual que a los demás y yo me enfadaba mucho. Un día me dijo “aquí de señorito no hay nada, vas a trabajar y a hacer todo igual que los demás”». Sin embargo, «poco a poco empecé a entrar» en la dinámica del centro, y «vi que en la vida hay algo más que juegos. Acepté el reto, salí adelante y descubrí que la vida no es lo que yo quiero, sino que hay que seguir unas pautas».

Misionero en España

Nada de esto habría sido posible sin la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, una de las cuatro Obras Misionales Pontificias. Es la que se encarga de la financiación de los 711 seminarios que hay en territorios de misión, sobre todo gracias a la colecta de la Jornada de Vocaciones Nativas, que se celebra este domingo.

En 2004 llegó el momento en el que él y su compañero de curso fueron ordenados. Y, por primera vez en la historia, a su parroquia llegó un sacerdote mozambiqueño. Solo que, aunque las fechas coincidieron, no fue él. «No podía ser no porque venía de esa parroquia», explica. A él lo destinaron a una parroquia a las afueras de Beira, donde estuvo ocho años.

En 2013, su obispo lo mandó a estudiar a España durante cuatro años, mientras atendía a varias parroquias de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara. «A los 15 días de llegar, ya celebraba Misa en español». No se trataba exactamente de que lo hubiera aprendido con los sacerdotes de su parroquia, explica. «Lo que pasa es que los misioneros españoles en Mozambique casi nunca aprenden portugués, siguen hablando tranquilamente castellano o mezclan los idiomas, y por eso me sonaban muchas palabras».

Fue una experiencia «buenísima» por la acogida que le brindaron. «Como estar en casa», a pesar de las enormes diferencias entre ambos lugares. «Intenté aportar allí en España mi experiencia de aquí, visitando a los enfermos y estando mucho con la gente que lo necesita. Y cogí experiencia de cómo organizar una parroquia».

Recelo ante los sacerdotes locales

En general, Pinho confiesa que el cambio de pasar de tener misioneros a que sacerdotes locales estén al frente de las parroquias no fue bienvenido al principio en las parroquias de Mozambique. «Costó mucho que se aceptara, porque los misioneros tienen la ventaja de que pueden pedir en sus lugares de origen que les envíen ayuda» para lo que haga falta allí donde están. «¿A quién le voy a pedir yo?». Por eso, una de las prioridades ahora en su diócesis es «formar a los feligreses para que asuman la labor» de mantenimiento de la Iglesia. «No vamos a tener ayuda toda la vida».

Fue la mentalidad con la que llegó a su segunda parroquia de Beira, justo después de regresar de España. «Hice muchísimas reformas», hasta el punto de que el obispo lo eligió como ecónomo diocesano, «para compartir con las demás parroquias mi manera de ver las cosas».

Hace poco, lo nombraron también director nacional de Obras Misionales Pontificias, y está intentando que le permitan dedicarse a ello a tiempo completo. En su nuevo puesto, está conociendo más la realidad de la misión en su país, y también los retos a los que se enfrentan las iglesias en territorio de misión. Por ejemplo, el no poder acoger a todos los jóvenes con vocación. «En Beira todavía no ha pasado, pero en una diócesis cercana el obispo tuvo que reconocer que con el dinero que tenía no podía mandar al seminario» a todos los jóvenes que querían ir. «Tuvo que seleccionar, “tú sí y tú no”». Afortunadamente, «mi obispo lo supo y dijo que acogeríamos en nuestro seminario» a los que se quedaron fuera.